Leonardo Pez
El espacio funciona los sábados por la mañana en Villa del Parque, bajo la coordinación del profesor Sergio Marchi y un grupo de voluntarios. “Nuestra idea original era plantear el arte, incluso, como una salida laboral”, contó el docente a El Litoral.
Leonardo Pez
Enfrente de la escuela N° 1132 Cristo Obrero, se montó, años atrás, otra escuela: la de Arte Barrial. Sergio Marchi, profesor de la cátedra Práctica de la Educación en el Instituto Superior de Música (UNL) y ex docente del colegio ubicado en Villa del Parque, es el factótum de esta “idea loca” de reunir las inquietudes musicales de niñas, niños y adolescentes y organizar una producción conjunta que es orgullo del barrio. Pero no está solo: lo acompañan jóvenes estudiantes y egresados del ISM y de otras instituciones, voluntarios como él, que vuelven a darle música a un lugar que el Padre Osvaldo Catena cautivó con su acordeón y su visión tercermundista del oficio sacerdotal (“quedó la afinidad por la música y un movimiento cultural muy potente”).
Ayer deseo, hoy realidad
Como cada sábado a la mañana, la Escuela de Arte Barrial se activa, en dos grupos divididos por edad: de 9 a 11 años, y adolescentes (trabajan en el Centro de Salud). Asisten aproximidamente treinta chicos -el número fluctúa de acuerdo con la época del año- que practican con teclado electrónico, guitarra, bajo, violín y percusión. “Se llama Escuela de Arte Barrial porque la idea original era hacer un centro cultural en el barrio”, cuenta Sergio Marchi a El Litoral. Y agrega: “La historia es medio larga”. A principios de los 90, él era un joven graduado de Educación Músical en el Instituto de Música que llegó al barrio Villa del Parque para dar clases en los niveles inicial y secundario. El maestro iba dejando atrás el sueño de ser concertista de piano: para Marchi, la docencia empezó siendo una salida laboral, que no tardó en convertirse en una pasión. “Traía el acordeón, tocaba la guitarra y el teclado. Después de cada clase venía algún chico a decirme: ¿me enseñás a tocar?”. La pregunta caló hondo. Luego de juntar avales y firmar convenios (Municipalidad, ISM, Cáritas), en 2013 comenzó a funcionar la Escuela de Arte Barrial. “Pedí permiso a la Dirección para hacerlo los sábados. Se juntaron treinta pibes en un día. Ahí empecé a considerar la magnitud de la idea loca que tenía y de la imposibilidad de llevarlo adelante solo”.
—Y aparecieron los voluntarios.
—Sin los voluntarios, la escuela no podría funcionar. Cuando nos juntamos, lo primero que hago es agradecer que se levantaron ese día para estar acá. Ellos están viviendo su vida, y se hacen un rato a la mañana para dedicarse a los pibes. Todos colaboramos, abriendo el espacio, ordenando las sillas, acomodando los teclados y las zapatillas. Algunos de ellos pertenecen al Liceo, otros al ISM o al Crei. La importancia y la complejidad pasa por tratar de unificar los criterios. Tenemos reuniones colectivas para discutir cómo vamos y se debate mucho cuál es la última utilidad que tenemos como escuela. Además, nos juntamos durante la semana para preparar alguna clase. Nosotros no somos una sociedad de beneficencia, somos una escuela de música. Tratamos de que los pibes aprendan el instrumento de la mejor manera posible.
—¿Qué tiene de particular que la escuela funcione, como plantean entre los objetivos del proyecto, en un “medio sociocultural desfavorable”?
—Lo fundamental es tener un referente, un individuo que actúe de nexo entre la cultura del barrio y lo que se quiere desarrollar en el barrio. A mí me salió fácil porque yo dí clases en la escuela durante 25 años. Conocía a varios familiares de los chicos. Incluso, ex alumnos míos traen a los hijos a la escuelita. La otra cuestión es la responsabilidad de la asistencia del chico. Nuestra responsabilidad es sostener el entusiasmo. Cuando se instala una escuela en los barrios, la salida es gasista, modista, plomero, albañil. Oficios básicos, mano de obra barata. Las artes existen como una cuestión expresiva-recreativa. Nuestra idea original era plantear el arte, incluso, como una salida laboral.
El style del barrio
En una esquina de Villa del Parque se ve el grafiti que es, a la vez, arte de tapa del último álbum de Venenoso Flow. “Este es el style, nació en la calle”, reafirman Cristian Micucci en dupla con Camila Lencina, sobre una base de rap, cumbia y dancehall. Sofía, la hija del cantante, fue una de las participantes de la escuela, y hoy estudia en el Crei (al igual que Axel, Alan, Sol). También para Marchi la música tiene algo de genético: “Mis cuatro hijos están vinculados con la música. Irene (cantante de Nada Más y Nada Menos) es voluntaria en la escuela. Agustina, la mayor, siempre se acuerda que cuando se cortaba la luz, yo los ponía a tocar el piano y a cantar. La banda sonora de su infancia era el material discográfico que usaba en las escuelas. los primeros cumpleaños los animábamos con mi señora. Esa fue la herencia”.
—¿Considerás que hay una sonoridad distintiva de Villa del Parque?
—En el barrio es generacional. La gente grande escucha el chamamé y la cumbia clásica. La globalización ha nivelado los estratos sociales y la geografía de la ciudad. Se escucha lo mismo en el centro que en el barrio. Descubrí “Gravity Falls” por los chicos del Crei y acá les encantó. Es importante que haya un enganche afectivo. La cultura de la murga está muy presente en el barrio. Lo que tiene de fácil armar el esquema de la murga es que hay alguien que dirige, toca un ritmo característico que tiene que repetir un grupo; entonces, depende de la memoria y de la capacidad para repetir. Nosotros les “complicamos” más la historia porque sumamos el ingrediente de la lecto-escritura (con el pizarrón con pentagrama).
—¿Cómo trabajan la adaptación de las obras?
—La metodología es muy plástica. Empezamos a tocar sobre grabaciones. Después, los chicos tocan la obra completa (o dos muy sencillas). Para el auditorio no es fácil entender lo arduo que es para el pibe tocar con las dos manos juntas en el teclado. Si ellos no tienen el instrumento en la casa, el único encuentro que tenemos es el sábado. En la semana no pueden venir porque acá funciona la guardería así que los instrumentos quedan guardados durante toda la semana.
—¿Cómo consiguen los instrumentos para trabajar con los chicos?
—La escuela es totalmente autónoma; actualmente está en trámite la personería jurídica. La gente puede colaborar con guitarras, teclados e instrumentos de percusión (desde pequeña percusión a tambores grandes). Cuando participamos en Música en el Río (2013), nos contactamos con León Gieco, que nos trajo instrumentos. Tenemos una biblioteca con material de lectura de instrumental, pero no tenemos dónde dejarlo. Ahora estamos haciendo un bono contribución; se sortea el 29 de septiembre, con un único premio, que es un cuadro de Gabriel Villot (colaborador de la escuela) que hace un retrato realizado con tinta y acuarela sobre tela a pedido del ganador. los que quieran colaborar pueden comunicarse al (0342) 156105962, a la página de Facebook Escuela De Música Barrial -donde se encuentra el evento Sorteo Solidario- o dirigirse a Padre Catena 4200.