Antonio Camacho Gómez
Antonio Camacho Gómez
La Real Academia Española, uno de cuyos miembros, Arturo Pérez Reverte, manifestó que leyó mi libro “la espantosa banalidad del mal”, con “mucho placer e interés”, colocándolo en su biblioteca “en buena compañía, como merece”, define así el feminismo: “Doctrina social favorable a la condición de la mujer, a la que concede capacidad y derechos hasta ahora reservados a los hombres”.
A este respecto es necesario señalar que ya en el siglo diecinueve, sin descartar atisbos anteriores, hubo gente famosa, como escritoras de la talla de las hermanas Brontë, en Inglaterra, o George Sand, en Francia, país en el que compartieron la misma inquietud Simon de Beauvoir y Margarite Duras, cuya actitud, en mayor o menor medida, fue evidente en relación con lo apuntado por la Academia. Porque más allá de matriarcados y patriarcados, la situación de la mujer hasta nuestros días, no obstante algún reconocimiento, continúa en desventaja en comparación con la del hombre. Y es la lucha en la que están embanderadas las verdaderas feministas, que no consideran a la persona masculina como enemiga, sino que pretenden la misma igualdad en cuanto a oportunidades en todos los campos de la actividad humana. En este sentido existen notorias diferencias en el trato según las naciones, pues no es el mismo el que se les da en Medio Oriente, verdadera aberración a esta altura de los tiempos, que el recibido en Occidente. Sin excluir las humillaciones que sufren en pueblos del Lejano Oriente y africanos, y sin contar las violaciones y asesinatos perpetrados por movimientos terroristas que dominan amplios territorios.
Defiendo radicalmente y brego porque alcance sus objetivos ese feminismo que no abomina al hombre, sino que desea acompañarlo de igual a igual en materia de realizaciones personales y comunitarias. Pero censuro abiertamente a las que postulan una posición “plural y democrática” que es totalmente falsa, como ocurre con la multitud de mujeres que se reúnen en encuentros, caso del de Trelew, declarándose feministas. Cómo pueden serlo las que predican el odio y denostan, incluso con violencia física, a las que piensan diferente, cual es, por ejemplo, en el caso del aborto y practican un libertinaje a todas luces condenable. Mujeres que promueven la animadversión contra el hombre descartándolo como ser complementario y empleando frases de este tenor: “Abortá al macho”, “Machete al machote”, “Muerte al macho”. Sin contar la vandalización de templos y monumentos históricos.
Ciertamente ese no es el camino. La violencia y la ceguera son malas consejeras y el cuadro que muestran esos tumultuosos grupos, sin duda bochornoso y digno de todo repudio, está completamente desvinculado del auténtico y genuino feminismo. Que es el que deben atender los poderes públicos y los sociales de cualquier naturaleza, allende algún premio Nobel, pues va siendo hora, aun con retraso, de que se le reconozcan a la mujer derechos que todavía siguen conculcados.
La violencia y la ceguera son malas consejeras y el cuadro que muestran esos tumultuosos grupos, sin duda bochornoso y digno de todo repudio, está completamente desvinculado del auténtico y genuino feminismo.
Defiendo radicalmente y brego porque alcance sus objetivos ese feminismo que no abomina al hombre, sino que desea acompañarlo de igual a igual en materia de realizaciones personales y comunitarias.