Por el Prof. Martín Duarte
Por el Prof. Martín Duarte
En “El arte de la lectura en tiempos de crisis”, afirma Michéle Petit: “Hay un viejo chiste que dice que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos del barco. Más que del barco, los argentinos descienden tal vez del cuento, y no es una casualidad que entre ellos nacieran Borges, Cortázar o Bioy Casares”. Si somos “hijos culturales” de estos cuentistas, si en nuestro ADN social está “hacer el cuento” o “meter el cuento” (¡lo digo con humor!), quisiera homenajear brevemente a Julio Cortázar ya que se cumplen 105 años de su nacimiento (26/8/14) y 35 años de su muerte (14/2/84). Elijo para tal fin uno de sus relatos: “La salud de los enfermos” (publicado en 1966 en “Todos los fuegos el fuego”).
Allí, un narrador protagonista nos invita a ser testigos preferenciales de una tragicomedia familiar. Mamá está enferma -o eso parece- y no hay que darle malas noticias:
“... a mamá no se le podían dar noticias inquietantes con su presión y su azúcar, de sobra sabían todos que el doctor Bonifaz había sido el primero en comprender y aprobar que le ocultaran a mamá lo de Alejandro. Si tía Clelia tenía que guardar cama era necesario encontrar alguna manera de que mamá no sospechara que estaba enferma, pero ya lo de Alejandro se había vuelto tan difícil y ahora se agregaba esto; la menor equivocación, y acabaría por saber la verdad”.
Toda la familia -con aparente aprobación del médico de cabecera de mamá- construye una farsa. Como sucede con el mentado “Diario de Irigoyen”, aíslan a la madre de la realidad y le tejen un mundo paralelo a su medida. Todos los engranajes de esta invención (una invención dentro de otra) funcionan aceitadamente. Incluso, cuando muere en un accidente el benjamín de la casa: Alejandro; esta tragedia saca a relucir la creatividad y la coordinación del grupo familiar:
“Con Alejandro las cosas habían sido mucho peores, porque Alejandro se había matado en un accidente de auto a poco de llegar a Montevideo donde lo esperaban en casa de un ingeniero amigo. Ya hacía casi un año de eso, pero siempre seguía siendo el primer día para los hermanos y los tíos, para todos menos para mamá ya que para mamá Alejandro estaba en el Brasil donde una firma de Recife le había encargado la instalación de una fábrica de cemento. La idea de preparar a mamá, de insinuarle que Alejandro había tenido un accidente y que estaba levemente herido, no se les había ocurrido siquiera después de las prevenciones del doctor Bonifaz”.
Con el fin de proteger a mamá, pergeñan una correspondencia ilusoria (las cartas son -supuestamente- escritas a máquina por Alejandro y selladas con una firma falsificada); las noticias del diario son retocadas (se inventa un conflicto con o en Brasil que impide al hijo pródigo volver a la Argentina); la novia-viuda del muchacho visita a su suegra con charlas guionadas de antemano y con ojos llorosos que se justifican en un exceso de estudio... En realidad, todos tienen un guión que seguir, un rol que cumplir, una partitura que ejecutar en un concierto desconcertante que los embriaga. Experimentan una disonancia cognitiva: mentir no es lo correcto pero... el fin justifica los medios... se trata de cuidar a la “madre” como piedra fundamental de la institución familiar; por eso, fantasean una “prolija novela familiar” con el fin de salvar a la matriarca; pero... no sospechan que -de uno u otro modo- eso será la perdición de todos (¿Todos al diván?)
“Nada era fácil, porque en esa época la presión de mamá subió todavía más y la familia llegó a preguntarse si no habría alguna influencia inconsciente, algo que desbordaba del comportamiento de todos ellos, una inquietud y un desánimo que hacían daño a mamá a pesar de las precauciones y la falsa alegría. Pero no podía ser, porque a fuerza de fingir las risas todos habían acabado por reírse de veras con mamá, y a veces se hacían bromas y se tiraban manotazos aunque no estuvieran con ella, y después se miraban como si se despertaran bruscamente, y Pepa se ponía muy colorada y Carlos encendía un cigarrillo con la cabeza gacha. Lo único importante en el fondo era que pasara el tiempo y que mamá no se diese cuenta de nada”.
El título del cuento es un oxímoron: ¿Los personajes están sanos o enfermos? ¿Quiénes están sanos y quiénes no? ¿Cuál es el diagnóstico del mal que los aqueja? ¿Viven una hipocondría hogareña que se expande como peste? ¿Mentir los apesta con efectos adversos y diversos? ¿Qué ves cuando me ves, cuando la mentira es la verdad?
“Tío Roque había hablado con el doctor Bonifaz, y todos estaban de acuerdo en que había que continuar indefinidamente la comedia piadosa, como la calificaba tía Clelia.”
“Es absurdo dijo Carlos. Ya estamos tan acostumbrados a esta comedia, que una escena más o menos...”.
“La culpa la tiene María Laura ,dijo Rosa. Ella nos metió la idea en la cabeza y ya no podemos actuar con naturalidad. Y para colmo tía Clelia...”.
Mentir exige -de alguna manera- un esfuerzo creativo para presentarle al otro lo que quiere oír; sólo que vale la pena aclarar que una cosa es escribir ficciones literarias y otra, inventar mentiras. En el caso del cuento de Cortázar, estamos frente a un enjambre de mitómanos confabulados que han quedado presos del propio fingimiento. Se han diluido los límites y no diferencian lo real de lo inventado. Los actores se han olvidado que son parte de una puesta en escena y no se quitan el disfraz ni siquiera cuando se bajan del escenario. Se los ha fagocitado su personaje. Se han creído su propio cuento. El libreto se les ha enquistado en su vida cotidiana. Como dice Dostoyevski: “Quien se miente y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad, ni en él, ni alrededor de él”.
Frente a esta situación, el lector se ríe, escandaliza y apiada de la tragicomedia hogareña. Y se pregunta: ¿La familia ha manipulado a la madre hasta su muerte o la madre es la gran simuladora que ha engañado a los engañadores? En el lecho de su muerte, estas son las palabras que dice mamá:
“El doctor Bonifaz les dijo que por suerte mamá no sufriría nada y que se apagaría sin sentirlo. Pero mamá se mantuvo lúcida hasta el fin, cuando ya los hijos la rodeaban sin poder fingir lo que sentían.
Qué buenos fueron conmigo dijo mamá. Todo ese trabajo que se tomaron para que no sufriera.
Tío Roque estaba sentado junto a ella y le acarició jovialmente la mano, tratándola de tonta. Pepa y Rosa, fingiendo buscar algo en la cómoda, sabían ya que María Laura había tenido razón; sabían lo que de alguna manera habían sabido siempre.
Tanto cuidarme... dijo mamá, y Pepa apretó la mano de Rosa, porque al fin y al cabo esas dos palabras volvían a poner todo en orden, restablecían la larga comedia necesaria. Pero Carlos, a los pies de la cama, miraba a mamá como si supiera que iba a decir algo más.
Ahora podrán descansar dijo mamá. Ya no les daremos más trabajo.”
El cuento de Cortázar -como tantos otros- vale la pena ser leído: con minucioso cuidado, el narrador desliza una historia familiar que lo envuelve, lo supera, se apodera de él y nos interpela. Quedan planteados varios interrogantes: ¿La mentira es un mecanismo de supervivencia? ¿Es un atajo para lograr una exitosa integración social? ¿Cómo evitar auto-engañarnos? Más allá de la literatura: ¿Quién no se ha topado -alguna vez- con estos “fabricantes de mentiras que reparten a diestra y siniestra fábulas de cartón y lata”? ¿Bastará con mirar al espejo?
Un mitómano puede ser un problema grave... Un grupo de mitómanos confabulados en puestos claves de nuestra sociedad recitando mentiras -cual verdades irrefutables- puede representar un problema gravísimo con consecuencias insospechadas para un amplio sector de la población. Cerremos con esta cita que el novelista y dramaturgo Oscar Wilde escribió: “Quien dijo la primera mentira, fundó la sociedad civil”.
Mentir exige -de alguna manera- un esfuerzo creativo para presentarle al otro lo que quiere oír; sólo que vale la pena aclarar que una cosa es escribir ficciones literarias y otra, inventar mentiras.
Un mitómano puede ser un problema grave... Un grupo de mitómanos confabulados en puestos claves de nuestra sociedad recitando mentiras -cual verdades irrefutables- puede representar un problema gravísimo con consecuencias insospechadas para un amplio sector de la población.