Bárbara Korol
Bárbara Korol
Las mañanas siempre son frescas en la Comarca. Pongo la pava para unos amargos y salgo a buscar leña para la estufa rusa. La tibieza de mi casa me pone de buen humor. Este ha sido un invierno difícil. Prendo la tele para ver las noticias. Buenos Aires es un caos. Marchas, protestas, ollas populares... la gente sale a la calle a reclamar por comida y trabajo. Creo que nunca hubo tanta pobreza en el país. El dólar está en alza, los mercados se muestran desfavorables a la economía, la inflación está incontrolable. Los mates me resultan ásperos, casi tanto como la realidad. Apago el aparato porque mi alegría corre serio riesgo de esfumarse. En estos momentos me siento reconfortada por vivir lejos de las grandes ciudades, en esta soledad rodeada de árboles enormes, antiguos radales, maquis silvestres y rugosas montañas, escuchando el leve rumor del viento y el diálogo interminable de los pájaros. El cielo parece más claro en la Patagonia, es de una transparencia celeste que enamora.
Las plantas frutales se están sacudiendo la pereza del invierno y ya comienzan a notarse los brotes y capullos. Caminando por el bosque veo que los rosales están llenos de hojas. Eso me emociona. Flores hermosas van a agasajar la tierra donde descansa nuestro querido cachorro que el invierno se llevó. De a ratos me invade una sensación rara. Una tristeza o tal vez una nostalgia se entreteje con mi cotidiana felicidad. De a ratos extraño esas cosas tiernas que ya no tengo.
Mi corazón se quedó en el tiempo, atrapado en los recuerdos y los afectos. Añoro esos momentos de dulce afinidad con mis hermanas, las risas, la confusión de palabras cuando charlábamos a borbotones, las siestas de cuentos en el calor insoportable del litoral. Pasaron muchos años. Ahora siento la distancia. El amor que se torna lejano y desconocido y que a mí me desarma. Quiero seguir dándoles todo lo que siento pero soy tan intangible y extraña como un pensamiento que irrumpe de repente y sin motivo. Tengo la sensación constante de que estamos a contramano, que no nos entendemos, que nos perdemos minuto a minuto la oportunidad de volver a descubrirnos, auténticas y transformadas por nuestro destino.
Respiro profundamente. El aire es tan puro en el bosque que te limpia hasta el alma. No puedo abrazarlas a ellas así que acaricio la arrugada corteza de estos colosales cipreses con amable suavidad. En silencio les pido perdón por mi ausencia, por mi intento ineficaz de estar cerca cuando demasiados kilómetros nos separan, por mi amor que no puede volver a encontrarlas.
Este día precioso con su incipiente esplendor me ilumina y me llena de esperanza. Todo renace y se renueva. Mi compromiso con la vida y el amor florece una vez más. La magia de la naturaleza atraviesa mi esencia y me invade. Algunos dicen que soy una hippie loca... Tal vez lo sea...
Para mí, como en primavera... sale el sol.