Es jueves 17 de octubre. la mañana transcurre entre nubes y llovizna. el mal clima no impide los festejos en la Universidad Nacional del Litoral. la fecha marca la llegada del centenario a los años de vida de la prestigiosa institución santafesina.
Estudiante, docente y director. Enrique Mammarella pasó gran parte de su vida en los edificios que hoy lo alojan como máxima autoridad. Dice que la casa de altos estudios logró “un grado de consolidación sumamente importante”, aunque considera que aún resta algún tiempo para alcanzar la madurez institucional.
Es jueves 17 de octubre. la mañana transcurre entre nubes y llovizna. el mal clima no impide los festejos en la Universidad Nacional del Litoral. la fecha marca la llegada del centenario a los años de vida de la prestigiosa institución santafesina.
El equipo de el Litoral llega hasta la explanada de Rectorado. Los transeúntes frenan su paso sobre el bulevar para fotografiar la renovada fachada de la manzana histórica. Minutos antes, en un emotivo acto, se presentó la primera etapa de la puesta en valor del edificio que incluye, además, a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
Ya en el hall de entrada, se puede observar allí una rosa de los vientos. el símbolo, utilizado por los navegantes como guía del saber y el conocimiento, nos muestra el rumbo hacia el despacho del Rector, donde se encuentra Enrique Mammarella. Pese a tener una ajustada agenda, el doctor en ingeniería química, de 54 años de edad, se toma el tiempo para dialogar sobre el pasado, presente y futuro de la UNL o —como él la considera— su “segunda casa”.
—¿Cómo lo encuentra a usted y a la institución el centenario de la Universidad Nacional del Litoral?
—Personalmente, me toma en un proceso de mayor sensatez producto de que a la Universidad la conozco desde hace muchísimo tiempo. Es como mi segunda casa. Empecé el camino en la Escuela Industrial Superior, una manzana en la que estuve más de treinta años. a lo largo del tiempo, me ha tocado conformar una gran cantidad de proyectos institucionales y he sido partícipe, junto a muchos compañeros, del esfuerzo interfacultades que requiere pensar la construcción de una Universidad.
Con respecto a la Universidad, cada día la veo más fuerte y comprometida. En la celebración de estos 100 años, creo que hemos logrado un grado de consolidación sumamente importante. Podemos ver que sólo 60 años fueron en períodos democráticos y que solo los últimos 34 es donde tuvimos una continuidad real desde la recuperación de la democracia. Esto hace que el crecimiento sostenido y continuo nos permita pensar una Universidad de períodos más largos que los tiempos de gobierno, en el planeamiento, la proyección a futuro, en cómo crecer y cómo consolidarnos.
—Se considera a la UNL como hija dilecta de la reforma del ‘18. ¿Cómo es visto este acontecimiento en perspectiva y cuánto influye en la consolidación del espíritu de la Universidad?
—Es una cuestión muy importante. Desde lo que implican los ideales y lo simbólico, además de ser hija, la UNL es constructora de la reforma. Los santafesinos de ese tiempo, estudiantes en la Universidad provincial de Santa Fe, no sólo querían la nacionalización de los títulos sino que soñaban con algo más grande: demandaban un cambio en el sistema democrático.
el espíritu fue plasmado en Córdoba, pero se fue conformando durante los años previos.
Hubo muchas instancias y proyectos realizados en Santa Fe que luego fueron planteados en el Congreso Nacional de Estudiantes realizado en 1918. y, luego, fueron ellos quienes también formaron parte de los primeros años de la Universidad Nacional del Litoral.
Demostrando la importancia de pensar en grande, Santa Fe pasó a ser sede de una región. Estamos hablando de una Universidad que, con su creación en 1919, desarrolló en el territorio siete facultades (dos en Santa Fe, tres en Rosario, una en Paraná y una en Corrientes). Todo lo que se ha desarrollado a lo largo del tiempo como la creación del Instituto Social, los institutos de investigación, los medios de comunicación, tiene que ver con esto.
Fuimos formados como búsqueda de un país instruido, de puertas abiertas al conocimiento. Ese es el espíritu que nos lega la Reforma, que está plasmado en nuestro lema “Lux indeficiens”. y ese sigue siendo nuestro valor todos los días: democratizar el conocimiento y la cultura en todo el país.
—Erguidos sobre estos cien años, ¿cree que se ha alcanzado madurez institucional?
—Creo que la democracia implica reconocer derechos. Esta Universidad ha sido sede, en su sala del Paraninfo, de dos convenciones constituyentes, en 1957 y en 1994. Ahora, también, fuimos sede del primer debate presidencial por ley.
Por eso, considero que como institución democrática, afianzados en ese paradigma de ir por más, de construir políticas públicas, tenemos la obligación de hacerlo valer sin conformismos. Por lo que creo que todavía nos queda un tramo por recorrer.
—Mencionaba, también, que los contextos y las demandas sociales de cada tiempo van moldeando lo que la Universidad construye. En ese sentido, ¿qué valor cobra, la reciente inauguración del edificio Ética y las Residencias Estudiantiles?
—Son parte de estos derechos que buscamos reconocer. Queremos una Universidad inclusiva, pero no todo pasa por una cuestión económica. Además de beneficios como las becas, estas políticas permiten generar un ambiente donde el estudiante pueda insertarse y vivir plenamente la vida universitaria. Para poder avanzar en este sentido, cobra importancia el rol de la Asamblea, un órgano democrático en que donde todas las voces son escuchadas y se piensa en conjunto hacia dónde va la Universidad.
Para esto es necesario definir prioridades orientadas hacia la sociedad, no solo para garantizar el acceso sino, también, para analizar cómo vamos hacia el territorio, con qué programas y propuestas llegar a los hogares. y esto no sirve si no hay una apropiación social de lo que estamos haciendo; pero tampoco si la Universidad soberbia.
Tenemos que ser humildes y saber que de cada lugar hay algo para aprender: la idiosincrasia, los valores, la cultura. Si podemos acercarnos a cada singularidad, vamos a poder ayudar a colaborar para que cada pueblo o ciudad del interior encuentre su propia forma de desarrollo. Sino, lo que muchas veces pasa, es que formamos profesionales que buscan la salida individual y no pueden pensar en volver a colaborar a sus lugares de origen.
—Corriendo el riesgo de formar sujetos esterilizados...
—Es que en ocasiones sucede que, luego de seis o siete años de estudio, no se termina de encontrar el valor de pertenencia y, por lo tanto, no ven posibilidad de desarrollo.
En la medida que nosotros entendamos esto y trabajemos juntos, podremos conformar una visión en donde los graduados sientan que es una opción volver, como profesional, a ser feliz en su tierra, con sus afectos. Esto hay que construirlo e implica que todos tenemos que ayudar. Desde la Universidad, aprender de cada lugar; y desde los pueblos y ciudades del interior, entender que con la formación universitaria colaborará como protagonista y no como extranjero.
—Siguiendo con esta idea de la Universidad como espacio de encuentro intercultural e intergeneracional, ¿qué recuerda de aquel Mammarella estudiante y cómo se ve hoy, a la distancia?
—Creo que cuando uno se decide por una carrera académica, entiende que estudiante se es para toda la vida. Siempre hay mucho para seguir aprendiendo. a mí me gusta leer mucho aunque, tal vez, ahora sea una lectura más técnica que en otras épocas. Esto es lógico, tengo que intentar instruirme de hacia dónde va el mundo y las disciplinas en las cuales me he desarrollado. Hoy me toca dirigir, y soy muy feliz acá, pero en determinado momento me tocará otra función. Esto implica entender que desde los distintos lugares aportamos y construimos.
Personalmente, veo una evolución de las cosas. Recuerdo que allá por los fines de los ochenta, cuando era estudiante de ingeniería y empezábamos a tener las primeras simulaciones, trabajábamos con las primeras calculadoras programables. lo mismo en los mis inicios en la investigación, donde usábamos las primeras computadoras XT -que eran carísimas. Fui testigo de todos estos cambios, de empezar a poder utilizar ecuaciones de predicción, otra lógica de pensamiento. Luego todo fue cambiando velozmente con la optimización, fundamentalmente computacional, de todos estos procesos.
—¿Qué le aportó formarse a la par de las transformaciones tecnológicas para desempeñarse como rector de la Universidad en sus primeros cien años de vida?
—Tal vez, el pensamiento predictivo, que hay que mirar el presente para tratar de entender los pasos y los saltos al futuro. Hoy celebro ver cómo la Universidad se va adaptando, por ejemplo, a la realidad aumentada en las aulas, que surjan los primeros laboratorios de industria 4.0, que miremos qué puede suceder con la Inteligencia Artificial.
Esto no quiere decir suplantar la actividad humana, sino complementar la enseñanza a través del diálogo con los profesores. Pero también es importante la construcción de las experiencias. Hoy, en el mundo, tenemos problemas ecológicos que demandan volver a pensar la utilización de recursos como el agua o la energía en trabajos prácticos. Es algo que los organismos internacionales han observado sobre nuestras formas de practicar.
Es por eso que, en estos momentos, intento pensar más allá de mi disciplina -un sesgo del cual es difícil salirse- y de usar esta visión para transmitir el convencimiento de que si todos nos involucramos podemos lograr grandes cosas.