“La hipótesis del golpe de Estado es sumamente peligrosa; simplemente quiere legitimar enterito con paquete y todo, envuelto en celofanes, a todo el gobierno de Evo en su momento de degradación mayor. Legitimar con la idea del golpe de Estado es criminal”. Casi al mismo tiempo que en el Congreso argentino se gastaban horas de disputa semántica, la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui daba su impresión sobre lo que sucede en su Bolivia Plurinacional.
“Nos rifamos por las nostalgias izquierdozas de un grupo de machos que no son sólo los camachos”, definió la feminista, historiadora, aymara, de pasado katarista y cocalero. Dejó en claro que tampoco hay por estas horas un retorno a la democracia en su país. Pero su posición en un Parlamento de Mujeres, ante “excesos discursivos”, obliga a reflexionar profundamente sobre el más reciente clásico argentino para definir si hubo o no golpe a Evo Morales.
Con legitimidad fundada, prejuicio ideologizado o interés partidario, el debate en la Argentina se centró en lo inadmisible de la intervención de las Fuerzas Armadas que -de manera funcional- sugirieron la renuncia luego consumada de Evo. No hubo un héroe suicidado en el Palacio de Gobierno ante la inminencia de los uniformados; apenas un comunicado de fuerzas que por orden del propio Evo y bajo mando amigo, no salieron a la calle. Líderes y militares son otra cosa.
El hecho coincidió con la proclamación de Alberto Fernández y Cristina Fernández como presidente y vice en el Congreso; la Asamblea Legislativa concluyó con los parlamentarios peronistas cantando “...mi General, cuanto valés”, que en revisionada entonación reivindicó a “Néstor, Cristina y la Gloriosa JP”, con añadida estrofa bajo los mismos acordes.
La dialéctica entre gobiernos populares y liberales se ha convertido en un campo de batallas sofistas, en el que la historia se mira según convengan. Un militar, si es líder popular, diluye su golpismo; un presidente de derecha que fue elegido libremente en las urnas puede ameritar el legítimo “castigo popular”. Carteles de “fuera Piñera” acompañaron los vítores contra el “derrocamiento” en La Paz; no hubo ni el menor reproche por el ataque a la residencia del embajador José Bordón en Santiago de Chile.
Sergio Suppo, secretario de Redacción de La Nación, repasó en un tuit: “¿para el peronismo, fueron golpes de Estados? Contra Yrigoyen, no (participó Perón); el de 1943, no; 1955, obvio que sí; contra Frondizi, eh, no; contra Illia, no. Perón saludó a Ongania. 1976, por supuesto. Contra De la Rúa, de ningún modo”.
“EE.UU. retrocedió décadas y volvió a las peores épocas de los 70”, aseguró Alberto Fernández. Lo peor de esa época fue el Plan Cóndor, que incluyó sintonías entre Washington y las dictaduras genocidas en sudamérica. A menos que pueda demostrar que Donald Trump está cometiendo delito semejante, el futuro mandatario argentino agravió desmesuradamente al principal acreedor del país (FMI mediante). Habiendo tantas certezas, no necesitaba mentir.
La visión de Silvia Rivera Cusicanqui proponiendo las razones de las manifestaciones contra Evo no son distintas de las “rabias colectivas” que se viralizan por las redes sociales, según advierte Adriana Amado. Las que se desbordan en Chile, las de los chalecos amarillos en Francia. La especialista realiza una implícita advertencia a políticos y medios: no tienen el monopolio de palabra.
Por mucho que traten de ganar la “batalla” dialéctica por bautizar las cosas como golpe o restablecimiento de la democracia, desde el poder ya no se define lo que es verdad y dónde hay “fake news”. Es un juego nuevo y peligroso, que demanda una extrema contemporaneidad.
Desde bugs bunny hacia acá, el presidente electo, los actores centrales del peronismo, del kirchnerismo, han acelerado en su endogámico paradigma del siglo pasado.
Procuran ganar una vez más la batalla del relato, algo que supieron hacer cuando inició el kirchnerismo y no existían las redes sociales. Redes en las que los insatisfechos y los irrelevantes incuban la frustración ante una expectativa con “mecha corta”, como diría Juan Grabois.