Emerio Agretti | [email protected]
La amplia colaboración que pretende estar dando el gobierno de Miguel Lifschitz a la futura gestión de Omar Perotti contrasta con las demandas e imprecaciones vertidas desde este sector. Las reuniones de transición no parecen haber rendido muchos frutos.
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Flujos de caja. Cronogramas de pago. Ejecución presupuestaria. Estado del Fondo Unificado de Cuentas Oficiales (FUCO). Detalle de ingresos y gastos con proyección hasta fin de año. Monto y composición de la deuda flotante. Compromisos de gastos en personal, contratos de servicios, subsidios, licitaciones de obras.
Lejos de acotarse y pasar a formar parte de los términos acordados de la transición, la lista de demandas de información del Partido Justicialista al saliente gobierno de Miguel Lifschitz parece incrementarse con el correr de los días y a medida que se acerca la fecha efectiva del recambio.
Contra las expectativas inicialmente manifestadas, las reuniones de representantes de ambas gestiones no parecen haber rendido frutos en cuanto a propiciar un traspaso ordenado y armonioso. Y así es como, en los últimos días, se cruzaron mensajes cada vez más duros de los dirigentes que responden a Omar Perotti y funcionarios del Frente Progresista, al mismo tiempo que el propio mandatario actual convocaba a la prensa junto a sus ministros para hacer una vez más profesión de fe colaborativa, y aseguraba haber dado expresas instrucciones a cada uno de ellos para que coordinara el ensamble en sus repectivas áreas.
Esta afirmación genérica tuvo correlato concreto en el algunos casos -por ejemplo, hubo reuniones en Educación-, pero contrasta con la sucesión de ítems en los que el futuro gobierno asegura no tener información suficiente. También con el planteo conjunto de los industriales y trabajadores de la construcción, que pusieron de manifiesto el impacto económico y social del “reperfilamiento” de la obra pública. Una suerte de ralentización, o de paralización de nuevos emprendimientos, que fue solicitada por el equipo de Omar Perotti para evitar que se disparen nuevas variables sobre los recursos, pero que en el interín genera un descalabro. Un tema que, evidentemente, no se trabajó de manera adecuada en la agenda de transición.
LO mismo podría decirse de la cuestión del personal. Lifschitz puso el pago de la cláusula gatillo por encima de la “revisión” prevista para cuando los números no cerrasen adecuadamente, mientras desde sectores gremiales ya admiten que esta conquista podría admitir también una reformulación a futuro. Y se desata la puja por los pases a planta permanente, a caballo entre el “blanqueo” de quienes vienen desempeñándose sin la debida estabilidad, y el personal político cuyo destino efectivo aún no termina de definirse.
Así las cosas, LO que debió ser una transición ordenada, consensuada y, sobre todo, conversada, se convirtió en una sucesión de puestas en escena no del todo convincentes, y de intercambios verbales de creciente intensidad. Fácilmente se advierte que, más allá de la predisposición genuina o impostada de cada una de las partes, la carencia de interlocutores calificados y habilitados por parte de la futura gestión dificultó la posibilidad de un debate concreto y con los números sobre la mesa; y que la reticencia al contacto personal entre ambos mandatarios -no hay foto “oficial” de reuniones de transición entre Lifschitz y Perotti-, tampoco permitió habilitar un cauce político adecuado. Dos personalidades con manifiesta enemistad, como Mauricio Macri y Alberto Fernández, lograron mayores avances en ese sentido. Algo que aquí parece demasiado pedir.
Contra las expectativas inicialmente manifestadas, las reuniones de representantes de ambas gestiones no parecen haber rendido frutos en cuanto a propiciar un traspaso ordenado y armonioso.