Prof. Luis Alberto Ferreira Carmelé | El Litoral
Las cuestiones del folklore como ciencia llevan bastante tiempo sin lograr consensos. Encontramos teorías que mantienen los postulados y definiciones de los orígenes.
Prof. Luis Alberto Ferreira Carmelé | El Litoral
En general, las cuestiones del folklore como ciencia llevan bastante tiempo sin lograr consensos. Encontramos teorías que mantienen los postulados y definiciones de los orígenes, o sea los del siglo XIX. Otras establecieron algunas modificaciones, y otras más recientes van buscando revitalizar a un campo de conocimiento que según estas últimas -de no cambiar sus estructuras “arcaicas”- el folklore como ciencia dejaría de existir. Las cosas están así, muy vivas para algunos y a punto de morir para otros. Podemos apreciar en esta breve recorrida que sus contenidos e investigaciones se encuentran dentro del campo de estudio de otras ciencias como por ejemplo: la Antropología cultural y filosófica, Etnografía, Filosofía, Estética, Sociología y Lingüística, que según mi criterio, deberían aportar sólo como ciencias auxiliares.
Podrán ustedes leer a continuación algunos autores y bibliografía hispanoamericanos para iniciar un debate sobre la definición del folk. Existen muchos más. Los hay también europeos y norteamericanos que en esta ocasión se los alude solamente en forma tangencial. Por razones de espacio, sin discriminación arbitraria, no se incluyen aportes de la cultura oriental ni estudios de folkloristas del continente africano.
El gran investigador y folklorólogo argentino Dr. Ismael Moya escribía en 1948: “¿Cuál es ese pueblo que hereda y disfruta los bienes del folklore?... El pueblo todo, sin determinación de esferas, porque el folklore es como un aire que, trascendido de aroma antiguo, recorre las gradaciones de la sociedad, desde aquella donde se acogen los campesinos, ... y en los conventillos, hasta las que integran la clase media y la encumbrada en el orden intelectual, artístico y económico...”.
En 1954 Augusto Raúl Cortazar, por su parte, en su tan difundido y arraigado trabajo “Qué es el folklore”, va directamente a las voces arcaicas sajonas utilizadas por William John Thoms en su original acepción de 1846 para validar su definición de pueblo: “sin duda [Thoms] quería destacar el carácter antiguo, tradicional, sobreviviente, de los fenómenos que la nueva ciencia se proponía estudiar...”. Además, como definición contundente, agrega “el Folklore proclama desde su mismo nombre que el objeto circunscripto de su estudio es el pueblo, entendiendo por tal un sector integrante de otro conjunto social más amplio, que sería la sociedad contemporánea, dentro de la cual actúan también otros núcleos (instruidos, librescos, urbanos, letrados y dirigentes, por una parte, y etnográficos por otra) que se diferencian de aquél por su posición social, el tipo de educación, su ideal de cultura y hasta por su distribución geográfica dentro de cada país, pues interesan al Folklore, primordialmente y en conjunto, los grupos humanos rurales o extraurbanos, de vida marginal y relativamente aislada...”. Como podemos apreciar, el pueblo que considera Cortazar en su definición, es un sector bien definido dentro de la sociedad. Para algunos autores un concepto reduccionista y antidemocrático.
Carlos Vega en su libro “La ciencia del folklore” de 1960 escribió con relación a la definición de pueblo: “si lo que interesa principalmente a nuestra ciencia son las cosas antiguas los pervivientes hechos de cultura no será difícil una caracterización del “pueblo” que busca nuestra materia. Para la ciencia del folklore, pueblo es el conjunto de individuos que usufructúa las supervivencias... Ningún grupo folklórico posee únicamente supervivencias; los grupos que desde el punto de vista moderno las poseen casi con exclusividad son los etnográficos... el pueblo que interesa al Folklore se define por la posesión de los hechos folklóricos. Es la posesión de las cosas folklóricas lo que convierte en “pueblo” a los grupos, y no a la inversa...”. Y agrega: “el pueblo por excelencia, el verdadero pueblo del folklore, está constituido por grupos de individuos enlazados, uniformados por el usufructo común de las mismas supervivencias... y asienta en aldeas o está relativamente disperso por la campaña, siempre entre grandes y pequeñas instituciones de la nación. Las cosas folklóricas que conservan ciertos sujetos de las ciudades, “urbanizados”, no tienen la calidad de esas vivencias rurales victoriosas en el uso, porque están “duplicadas” en sus espíritus...”.
Observamos en Vega ciertos criterios de análisis muy particulares: supervivencias culturales, ubicación y caracterización de los grupos etnográficos y superiores con relación a lo folklórico y la falta de “pureza folklórica” en los habitantes de las sociedades urbanas, aunque reconoce en ellas algunos sectores que conservan supervivencias espirituales.
En 1970 el folklorólogo santafesino Lázaro Flury, escribió en “Perspectiva del folklore” acerca del reconocimiento del folklore urbano: “Imbelloni [José] no se equivocó en la percepción del folklore ciudadano, mas lo subestimó involuntariamente, pues no se trata de clases ínfimas de la ciudad, sino de la inmensa mayoría de la masa ciudadana que origina ese fenómeno... Actualmente la dispersión de esas expresiones es mucho mayor que en aquel entonces por la influencia de la radiotelefonía y la televisión... Hasta ahora se ha negado al hombre urbano condición “folk”; o sea condición de creador o portador por corresponder su ubicación al estrato superior...”.
Algunos aportes de los que menciona Flury son: Folklore urbano, personas citadinas portadoras y creadoras de fenómenos folklóricos y medios masivos de comunicación apareciendo en la escena del debate.
Las investigadoras Marta Blache y Ana María Dupey, en un artículo del año 2007 afirman: “El centro de gravedad [del folklore] ya no estaba en el origen rural, en las características intrínsecas de la manifestación, ni en las meras descripciones, sino en el comportamiento activo y reflexivo del ser humano. Comportamiento donde el lenguaje tiene un rol decisivo dado que está inserto en las actividades concretas de la vida cotidiana y... es constitutivo de dichas actividades...”.
El Folk más allá de nuestras fronteras
La posición frente al tema del folk es muy distinta en autores europeos y estadounidenses. Un investigador chileno que se acerca con sus novedosos postulados a dichas escuelas es Manuel Dannemann. Acerca del folklore y del folk en especial opina en 1984: “En el sentido más amplio puede decirse que el llamado folklore se encuentra en todas las formas y funciones del comportamiento humano, sin límites étnico-sociales para ningún grupo, por cuanto el quehacer folklórico corresponde, fundamentalmente, a una clase de cultura... Esta posición reconoce y defiende la libertad del folklore, y, en consecuencia, la del hombre... según postulados de la Antropología filosófica...”.
Dannemann es contundente al escribir que existe una cultura folklórica y cuestiona las normas consideradas “inamovibles” por la escuela clásica o idealista colocándolas en un segundo plano. Siguiendo a otros autores, destaca al hombre en el lugar fundamental del debate sobre lo folklórico sin importar su ubicación geográfica o económica-social.
Concluyendo este recorrido, considero que estos debates deberían establecer la total independencia de este campo de estudio tan importante dentro del ámbito de las ciencias humanísticas. También creo que uno de los desafíos del siglo XXI es dotar a la ciencia folklórica o folklorística de un lugar que viene buscando desde sus orígenes y no termina de lograr.
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