“La primera víctima de una guerra es la verdad”. Julian Assange
La guerra, declarada entre China y EEUU, pasó de ser comercial a la fase biológica e informativa. No es interpretación conspirativa. Es Donald Trump que comenzó a blanquear lo que sería, según él, un crimen de lesa humanidad por parte del gobierno de Xi Jinping.
“La primera víctima de una guerra es la verdad”. Julian Assange
El Estado, el gasto público, el intervencionismo, de ser malas palabras pasaron -en apenas un mes- a ganar por clamor popular, a ser el eje de la vida social y la delegación del Poder en la autoridad estatal -incluso sobre el pensamiento-. Esto ha sido una sorpresa para la propia política, a quien hoy se le suplica que tome el control total de la situación. Es la misma clase política por la que se pedía el pelotón de fusilamiento días atrás.
Desfile y modelos
La sumisión de los argentinos a los designios del presidente Alberto Fernández, se muestra con un beneplácito de un 90 – 95 %, en la aprobación de su accionar frente a la pandemia. Son niños, jóvenes, adultos y viejos quienes desfilan al compás de las decisiones del jefe de Estado, con marcha flemática y coordinada. Como en toda guerra -esta vez contra el enemigo esencial que es invisible a los ojos- se aglutina a los pueblos en una masa uniforme ante el peligro externo y se establece la Debida Obediencia vertical a la autoridad.
¿Y cuál es este modelo de Estado que desfila en la pasarela de la alta moda política? El modelo chino.
El control de COVID 19 en Wuhan, donde nació el brote, a partir del cierre total de egreso e ingreso a la ciudad, primero, y después a la provincia de Hubei a la que pertenece, es el sinónimo de éxito en el mundo de cómo un sistema político quiere, porque puede, aislar a 51 millones de personas con una decisión tomada en apenas unas horas.
Ese modelo, mejor o peor implementado, en el resto del mundo espeja cómo ante una emergencia un sistema político vertical, que baja una orden hacia sus representados, es más efectivo que uno basado en el libre albedrio de un neoliberalismo en el que la conciencia social está subordinada a lo que cada individuo decida qué es lo que es su propia libertad.
El triunfo del control social chino no solo es tomado como un camino eficaz para gestionar las tensiones sociales por el Poder político, sino también por grupos económicos y corporaciones que -perciban o no la pandemia como natural o creada-, entienden que un Estado comunista que discipline a la sociedad es el modo de salvar la economía de mercado.
Cuando se habla de un “nuevo mundo” luego y durante la pandemia la cuestión viene por este lado.
Las guerras empiezan a definirse en el ámbito social de la conciencia colectiva que habilita, o no, a pagar los costos de enfrentar el conflicto. La cohesión social y la legitimidad de sus jefes, siempre se gesta en el imaginario y la virtualidad. No es necesario que el peligro y la amenaza sean reales, importa que se perciban como tal.
No es cuento chino
Manteniendo el análisis libre de vicios conspirativos, los movimientos de Pekín posteriores a la aparición del Covid 19 fueron -cuanto menos- impecables.
La asistencia de China a los países más afectados por la pandemia inviste al gigante asiático de una imagen positiva que hasta el momento le era esquiva. No casualmente, las naciones más golpeadas por el virus tienen políticas diametralmente opuestas a los orientales. Los Estados -Italia, España, Francia, Reino Unido- que han implementado políticas de ajuste y austeridad en el gasto público, incluida la salud, han liberalizado la estructura estatal y no sólo respondieron tarde por la falta de legitimidad de su dirigencia, sino porque su sistema sanitario se vio desbordado por la desinversión en salud pública.
Toneladas y toneladas de material médico y tecnología, para tratar la pandemia, vuelan los cielos del mundo para llevar alivio a millones de habitantes que se encuentran aterrorizados y vulnerables.
Esa capacidad de atender una catástrofe sanitaria luego de haberla padecido, es la mejor propaganda política para lograr adeptos a una forma de gobierno a lo chino que está exportando Pekin "desinteresadamente”. Como si ya estuviesen preparados para este escenario de catástrofes “casi global” (hoy ya no los comprende).
El segundo -o tercer- Pearl Harbor
Si se cuenta el 11 S como ataque externo, sería la tercera vez que EE.UU. recibe el ataque del enemigo en suelo propio, sea visible o invisible - creado o natural.
En la medición de fuerzas -no bélicas- China no está en condiciones de ganar la guerra comercial declarada hace una década, pero sí la puede perder EE.UU. desde su fragmentación social y la inequidad social creciente en su amplia geografía.
En el plano interno, la fortaleza china es, precisamente, la debilidad de EE.UU. Si el coronavirus sigue azotando a la población americana, la situación se tornará extremadamente tensa. La elevada desigualdad y un régimen económico que pierde millones, una comunidad muy individualista, la salud pública deficiente y una enorme cantidad de individuos y familias armadas, es la bomba de tiempo que el COVID instaló en el corazón de los Estados Unidos. Si la pandemia se desarrolla, la inestabilidad social amenaza por ser incontrolable. No controlar lo doméstico presume comenzar a perder la guerra.
Los imperios han caído, históricamente, desde adentro hacia afuera y no a la inversa. Se han consumido en la implosión.
Durante las guerras mundiales y a posteriori, EE.UU. se adueñó del liderazgo mora, de los aliados triunfantes para luego ser “gendarmes de la democracia” en el planeta. No obstante Hiroshima y Nagasaki, el magnicidio de sus presidentes y el apoyo declarado a las dictaduras, además, se jactaba de poseer la supremacía militar. Donald Trump con su discurso inmoral, racista y misógino renunció a lo primero y lo segundo importa poco en este conflicto.
Con EE.UU. cerrado al mundo, un Reino Unido aislado en sí mismo, una Europa separada y un imperio chino tan "generoso", se distingue el hundimiento de Occidente y capitalismo, tal como los conocíamos. Un derrumbe sin caída de muros.
Europa, América, Asia y Oceanía dependen de China, hoy mismo, en la provisión de kits de localización urgente del virus, barbijos y mascaras, gel hidroalcohólico y demás insumos de protección sanitaria. Desde Japón y Filipinas a Irak hasta Irán, Argentina, Ecuador, Perú y, por supuesto, España, Italia, Serbia, Francia o la propia Alemania hoy tienen sus aeropuertos solo habilitados para que entren y salgan enormes aviones vacíos y vuelvan con toneladas de salvación.
Los gobiernos y sus líderes dependen de Pekin para mantenerse en el poder, mientras atraviesan una crisis en la que tienen todo para perder.
La Argentina con un profesional de la política como presidente, es el único país que puede salir hacia delante de esta crisis -no sin antes someter a su pueblo a una enorme y lenta agonía hasta llegar al piso de su derrumbe económico. Empezar de cero es preferible al menos cero de antes del Corona, cuando Alberto Fernández no le encontraba el agujero al mate ni las cuerdas a la guitarra.
Pero eso es materia de análisis de deuda y salud financiera.
El Corona orientaliza occidente
Trump, expresó que “China pudo detener esto, no lo hizo y ahora todo el mundo está sufriendo”, para luego amenazar concretamente que “…si fue un error, un error es un error. Pero si fueron responsables a sabiendas, sí, entonces debería haber consecuencias". Cómo primer medida concreta -comercial y no sanitaria-, Washington ha prohibido a Huawei el despliegue de la 5G para evitar que la empresa, bajo el control de Pekín, pueda ejercer un imperio del manejo de datos sensibles de datos sensibles y secretos. Mike Pompeo, Secretario de Estado americano puso las cartas sobre la mesa y pidió, expresamente, a los países aliados “rever los acuerdos comerciales firmados con Huawei para el acceso a la estratégica red 5G”.
El crecimiento exponencial de la disputa entre potencias, deja muy claro que la pandemia, que cambió el orden mundial, dista de ser tomada en un futuro cercano como fenómeno natural. El dato objetivo e incuestionable es que el gran acuerdo de “paz” entre EE.UU. y China, fue firmado el 15 de enero de este año y, apenas 6 días después de la firma del tratado comercial, cerraba la ciudad de Wuhan y el mundo conocía la existencia del COVID 19 que, oficialmente al día de la medida, había causado la muerte de 17 personas entre 500 contagiados.