El almanaque no hace bromas ni se corre. La peste en mi pago llegó sobre el fin del verano y el comienzo del otoño y parece que estará por estas pampas chatas hasta más allá de la primavera. Abomino de los periodistas que se creen médicos e infectólogos solo por el aprendizaje elemental de los rituales del virus. Debo, sin embargo, aceptar que las muchedumbres le permiten viajar de flor en flor, de rama en rama y dejarte a punto de caramelo, que sería a punto de pulmonía, respirador y goobye.
El almanaque fue muy firme en aquellos locos días del piso superior, el Hemisferio Norte, que sirvieron para tirar por el suelo y destrozar una teoría muy particular con la que convivo hace mucho tiempo y que no abandono, no totalmente. La conducta social da el término de la instrucción, el presente y el futuro de una sociedad.
Cuando los argentinos, viajeros permanentes para saber cómo es el mundo más allá de la cabeza de Goliat, abandonan la manada y se comportan como integrantes de una sociedad más instruida y más resuelta, cuando ”copian” Europa y sus diversos pasados comunitarios, no salivan en el suelo, no orinan en el rincón ni saltean las colas, no gritan desesperados en mitad de las plazas ni empujan por las calles a cualquiera. Civilización y barbarie en la misma persona en diferentes posiciones. El Kama-Sutra de los oficios mundanos y las buenas costumbres está escondido en algún lugar de la Circunvalación del Hipocampo y en determinados paisajes aparece. Influencia social sobre los reflejos dormidos. No me sigan, voy sólo a mis reflexiones y mis tribulaciones. Sostengo que el argentino promedio vive de una forma salvaje en esta tierra (salvaje) pero sabe las reglas de la convivencia y sabe, también, que aquí con ellas encontrará tristeza, burla y desolación.
El “All Inclusive” de los buenos modales y la adaptación no tiene en cuenta Miami, opino que yankilandia es un culto a la prepotencia del inmigrante y así quedará. Trump es el ejemplo ideal en estos años.
La primera vez que llegué a París, hace mucho tiempo, entendí algunas cosas de tantas novelas, entendí el marco referencial, el porqué de algunos supuestos sobre las formas de vivir y, básicamente, la re formulación de libertad simplemente como un ejercicio de pensamiento volátil, hacia donde quiera, y geografía sin distancia. Cualquiera hacia cualquier lugar. Tal vez la educación enciclopedista a la que tantas cosas buenas le debe Argentina, que por eso debe diferenciarse –se diferenciaba– del resto de Latinoamérica excepto, claro está, la provincia Cisplatina.
Europa no se comportó bien, en sustancia no lo sé porque no soy infectólogo pero, tal parece, su comportamiento cuando llegó el virus fue quitarse la ropa y seguir la francachela. Muchos contagios y muchas muertes. Después se vino para estos pagos la misma Peste. Diferentes comportamientos y muchos, algunos y pocos muertos a esta misma fecha. A los más de 100 días de pandemia hay saldos relativos y ejercicios de la memoria.
En la memoria una fenomenal cantante, afinadísima, una personalidad rara que no aceptaba películas en las que la besasen en la boca (por contrato) y que, como mistificadora, logró fama y fortuna simulando un españolismo con 12.000 kilómetros de distancia.
Eso no disimulaba que su voz y su afinación y, de hecho, su énfasis, eso inatajable que permite a un cantor comunicar lo que dice, la convirtiesen en lo que fue: una referente emocional de su época.
El vinilo aquel lo tengo. Sobre 1977, año ya difícil para Argentina, Félix Luna, una suerte de Ricardo Piglia pero en magnitud diferente, ya que era poeta, además de lo suyo, re escribe la historia según sus afectos, ese Felix Luna más amplio y completo que Ricardo (según opino personal y abiertamente) preparó un texto que el músico santafesino Ariel Ramírez (un injusto olvido de los compiladores musicales, aunque todos los olvidos son injustos) resolvió en una canción. En estos días la recuerdo. Siempre la escuché con atención. Cuando llegué a París supe que para nuestra generación era cierto. Hoy, encerrado, la peste en julio aquí, en el sur, es un encierro incierto, la escucho una y otra vez y me prometo estar allá en el próximo mes de mayo, la fecha tiene una razón: “J'Aime Paris Au Mois de Mai” (Aznavour, claro) y creo que el tanto encierro redefine, como en aquellos años duros, la peste como encierro y la vacuna como libertad. Dicho de otro modo, la dictadura fue una peste. A eso le escribieron Félix Luna y Ariel Ramírez. Y cantó Lolita Torres.
“París la libertad” -canción con letra de Félix Luna y música de Ariel Ramírez- estrenada por Lolita Torres, el 17 de mayo de 1977. “Si yo no fuera tan de mi país tendría un corazón para París y una voz nueva, y una voz nueva, abierta en libertad”… Hasta que se vaya la peste es una canción de rebeldía y un bello anhelo.