Músico, historiador y poeta. Distribuidor cariñoso de intensidades. Varón sensible. Una voz que revolucionó el arte, lo punzó críticamente y lo abrazó como ofrenda de amor para una comunidad de personas sensibles.
Gentileza Nora Lezano Para muchas personas, Gabo Ferro se transformó en un faro artístico, una referencia ética. En la imagen, retratado por la fotógrafa Nora Lezano, quien también fue su amiga.
No cabía un alfiler en el Fontanarrosa. Era la noche del viernes 25 de septiembre de 2015. Gabo Ferro presentaba su concierto "La rosa de los aspavientos" en el Festival Internacional de Poesía de Rosario. Pocos elementos: hombre, guitarra, voz. Los suficientes para sentir que el recinto estaba pleno. Extenso, intenso. Desbordado, sí; pero también bordado y forjado por distintas manos. Manos de niño costurera y niña carpintero.
Una intensidad, otra, una nueva. Silencio, grito, susurro, alarido, silencio, suspiro, recitado, canto, silencio. Agudeza y gravedad. Cada palabra tiene una historia dentro de sí. ¿Cómo enunciar amo, cazador, dios, padre? No se pueden cantar igual todas, dijo alguna vez Gabo. Él les suma pulso, textura, geología, brillo. La canción funciona en su obra como una entidad autónoma, multiforme, que reflexiona a cada paso que da. Un aura acelera y detiene el tiempo y el espacio. Los vuelve más potentes. El trovador hace pan su voz. Un universo profundo entre cosas cotidianas.
Tanto ardor
Gabo tendió puentes. Muchos. Merecen un apartado especial las alianzas artísticas. Amplias, desafiantes, eclécticas. Luciana Jury, Pablo Ramos, Juan Carlos Tolosa, Sergio Ch. Duelos estéticos amorosos. En el caso de "Historias de pescadores y ladrones de la Pampa Argentina" (2018), grabado junto al referente del stoner argentino, una historia contada guitarra a guitarra. Un paisaje gauchesco enlazado con el rock vernáculo de los primeros '70. Sí, un disco de rock con un par de guitarras. Con la misma o mayor densidad que el hardcore de sus inicios.
Varón sensible nacido en Mataderos, hijo de laburantes. Gabo Ferro supo fomentar y contener a una comunidad de sensibles. Para muchas personas es un faro artístico, una referencia ética. Un lazo. Alguien que se dirige a ese colectivo que Litto Nebbia esbozó con su canción "Quien quiere oír que oiga". En su figura, conviven el músico popular y de culto. Popular, por su compromiso con el tiempo y el lugar que lo tocó habitar. De culto o under, por su decisión de posicionarse críticamente frente a la industria del entretenimiento. Aquella que establece un patrón de producción, que tiene como resultado la anulación de identidades. En definitiva, la eliminación de las diferencias. Sobre esto, escribió Gabo en su segundo álbum, "Todo lo sólido se desvanece en el aire" (2006). Sí, lo escribió. El arte de tapa no es una imagen. Es un texto deudor de Karl Marx y Marshall Berman.
Se imitan
Las canciones son cuerpo puesto a germinar en Gabo Ferro. ¿Cómo ser justxs con su intensidad y su espesura? Es que el trovador puso su oído en ellas, les hizo preguntas. Ese fue uno de sus motores compositivos. La curiosidad libre, sin la coerción de la respuesta obligada. Algunos de sus interrogantes nutrieron su obra académica, como se puede ver en sus libros "Barbarie y Civilización. Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas" (2008) y "Degenerados, anormales y delincuentes" (2010).
Diana Bellessi encontró en Gabo un mago, capaz de llevar las palabras a un lugar imprevisto. Un mago con los pies en el barro de su época. Obrero y obrador. Dispuesto al riesgo y a la experimentación. Poniendo en cuestión el material lingüístico. Tensionando el canon de la belleza. Me enamorí, cantó en su último álbum. Visibilizando los ejes de su carreta: el amor y la muerte. Cuyos toques "se imitan y se confunden" ("De más de nadie", 2019). Abrazado, en el gesto, a una de sus "tías" como llamaba a la escritora uruguaya Marosa Di Giorgio. El amor, a su vez, entendido como categoría política, como territorio en disputa. Del mismo modo que la raza, el género y la clase. La revolución vivida y pensada desde el cuerpo, la intimidad y el lenguaje.
Tornado dulce
"Amar es urgente", canta Miguel Abuelo en los últimos segundos del aclamado "Vasos y Besos" (1983). De Porco a "Su reflejo es el lobo del hombre" (2019), Gabo fue fiel a esta premisa. La canción es cuerporeclamo, beso urgente, tornado dulce. Conciencia expuesta y sutil. Cuadro de un daño, memoria emotiva, que da muerte a la misma muerte. Densidad que antecede a la delicadeza. "El arreglo rebuscado me distrae", había contado en una entrevista a Peces en el Aire. Eso explica el método. Material musical o literario, composición, "atiborramiento barroco" y síntesis final.
Hay otra conexión con Miguel Ángel Peralta: la orfebrería vocal. En algún rincón de la historia, Gabo encontró los pájaros que Abuelo liberó años atrás. Con revisionismo cariñoso, tal fue una de sus dotes, los volvió a pintar, multiplicó alas y colores. Recuperó "Canciones Prohibidas". También, desempolvó aquellas olvidadas en el arcón del cancionero popular argentino, tales como "Nunca te miró una vaca de frente" y "Estoy aquí parado, sentado y acostado". El cantor unió las partes rotas del gran espejo interior. En Ferro, había una silla de pensar, pero el pensamiento no tomaba asiento... o estaba de paso, como dijera Aute. Razonado, inquieto, curioso, intuitivo. Detenido y andando. Vivo, presente.