Dr. Hugo D. Valderrama | Médico neurólogo - Máster en Neurociencias (Mat. 5010)
Dr. Hugo D. Valderrama | Médico neurólogo - Máster en Neurociencias (Mat. 5010)
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Arrepentirse: 'Lamentar haber hecho o dejado de hacer algo' y 'volverse atrás en una decisión. (R.A.E.)
Un corrupto puede estar arrepentido, de no haber robado más cuando tuvo la oportunidad, o de no haber intentado sobornar o presionar a la justicia, para evadir una condena. La definición de la Real Academia Española, no involucra necesariamente un origen moral, ético o religioso de esta acción. Tampoco necesariamente el cerebro.
Las neuronas detrás de nuestra frente son las que evalúan nuestros propios resultados, por haber analizado, planificado y/o ejecutado, de una determinada manera. Estos procesos, llamados “funciones ejecutivas”, son los que nos dan la capacidad de lamentarnos y querer volver atrás.
Todos hemos hecho malas elecciones en algún punto de la vida y nos hemos arrepentido. De decisiones banales, la elección de un atuendo para una reunión, el mal uso de la tarjeta de crédito, o los condimentos para una receta, como ejemplos. También de cuestiones más significativas como la elección de una carrera, el destino de una mudanza, o el consejo a un amigo. En estas situaciones cuando deseamos volver atrás, no es por sentir remordimiento ya que no lo ameritan, sino porque no se cumplieron nuestras expectativas. La primer función que cumple la capacidad de darnos cuenta que tendríamos que haber elegido otra opción, es la de planificar distinto para el futuro.
Por otro lado, que una persona pueda arrepentirse, no significa que quiera.
Poder es capacidad. En este caso, capacidad cognitiva en menor o mayor medida, según cuan ejercitadas y maduras se encuentren las funciones ejecutivas.
Querer es la voluntad. Esa voluntad puede estar impulsada o no, por una emoción negativa asociada al remordimiento o culpa, que se genera principalmente en la amígdala (sector del cerebro asociado a determinadas emociones básicas). Teniendo como punto de partida previo, a la actividad de redes neuronales asociadas a la empatía, cuando involucramos a otro. Sentir y pensar, lo que siente y piensa, el que sufrió las consecuencias de nuestros actos.
En uno de los tantos experimentos realizados: se les da a las ratas una primera opción de un camino corto en un laberinto, para llegar a un alimento que no les agrada tanto, o una segunda opción, del doble de trayecto por un alimento más sabroso. Cuando luego de haber conocido la primera opción, toman la segunda opción y el recorrido se hace muy largo, electrodos implantados en sus pequeños cerebros detectan que se arrepienten, de no haber tomado el camino con menos recorrido al alimento.
Muchos otros seres vivos también poseen estas redes neuronales. Pero solo el humano puede generar el entretejido de conexiones, a partir de estímulos de mayor complejidad, como los valores. Además del nivel evolutivo, esto es posible por la sumatoria de otras funciones del cerebro humano, siendo determinante la capacidad de abstracción.
La ciencia aún no puede afirmar si nacemos o no, con parte de algunos conceptos incorporados, entre ellos el de “justicia”. Pero hemos aprendido, que nuestras conexiones neuronales son plásticas y el ambiente moldea lo que podríamos llamar, “arquitectura moral”.
Que los cerebros de los habitantes de un país capten un “punto de anclaje” bajo, respecto a las consecuencias de la ilegalidad, puede ser una de las causas potenciales de la banalización de todo acto ilegal. A raíz de estos resultados, algunos países han tomado conciencia del alto nivel de corrupción en su población, para dedicar parte de su presupuesto a la investigación, a cómo cambiar el paradigma cultural instalado.
Es el caso de la India, en donde incentivan a los estudiantes desde muy pequeños a pagar por lo justo sin ningún control. En la mayoría de los colegios, se retiran los útiles necesarios de un placard sin que nadie los observe, dejando en un recipiente la cantidad de monedas que valen, indicadas por un rótulo. Claro que esta sola medida no será suficiente y hay muchos otros estímulos ambientales, que cambian para bien o mal ese “punto de anclaje”. Comenzando por los primeros contacto del cerebro de un niño, dentro de las conductas de sus familiares.
Santiago Ramón y Cajal, nobel de medicina en 1906, dijo: “todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Desde la familia primero, hasta el estado, debemos cumplir con la responsabilidad de proveerles a los niños el cincel y los modelos, para prevenir conductas delictivas. Que la moral guíe el arrepentimiento cuando así lo amerita y no una simple estrategia cognitiva.