Carla Korol | @psicologa.carla.korol
Ya habías decidido que esto se terminaba ahí, en ese bar que tantas veces nos vio felices. Así, sin más, largaste unas excusas inaudibles mientras mi cara de desconcierto crecía cada vez más.
Carla Korol | @psicologa.carla.korol
Ya habías decidido que esto se terminaba ahí, en ese bar que tantas veces nos vio felices. Así, sin más, largaste unas excusas inaudibles mientras mi cara de desconcierto crecía cada vez más.
Y te miraba a los ojos y no te veía. Te juro que no te veía. Esos ojos que los vi chinos de tanto reírse, y rojos de tanto llorar, ya no estaban ahí. VOS no estabas ahí.
Traté de tomar esa mano, parte de mi mano tantas veces, en las noches al dormir. Cuando me invitabas a bailar, en los abrazos y caricias diarios, pero la apartaste.
¿No había otro lugar para darme esta noticia? Nunca nadie está preparado para que te dejen sin explicación alguna en el bar donde nació la relación. Qué grado de perversidad hay que tener para romperte el corazón en mil pedazos en el mismo lugar donde empezó todo.
—Pero, pará, no entiendo... Logré balbucear, mientras comías tranquilo como si lo que me acababas de decir era algo sin importancia.
Y se me repetían imágenes una tras otra. Si te había visto vestirte esta mañana. Si habíamos tomado el desayuno juntos. Si me habías dicho que me amabas anoche antes de dormir. O no. Pará. Yo te había dicho que te amaba y vos murmuraste algo que me pareció un “yo también”. Pero si conozco todos los lunares de tu espalda. Pero si sé que odias la primavera. Si hasta anoche baboseaste la almohada al lado mío.
Seguís comiendo sin mirarme y yo cada vez me hundo más en desesperación. Por favor que alguien me despierte porque no entiendo nada. ¿Qué hacemos con nuestras cosas? Peor aún, decime qué hago con los añicos que estas haciendo de mí. No puedo levantarme de la mesa. Me tiemblan las piernas.
—Por favor decime algo- te ruego ya con la voz cortada y las lágrimas saliendo a borbotones.
Y se qué te avergüenza la situación porque haces esa mueca tuya de incomodidad. Pero si te conozco más que a mí. Si soñamos juntos un mundo y te lo digo.
—Tu mundo ya no es el mío- decís así, sin más, cortando ese silencio horroroso. Pero que lo prefería más y te parás a pagar la cuenta. Y yo aún embotada te sigo y nos subimos al auto, ese auto en el que subí ilusionada de compartir un momento con vos y que ahora me lleva a un mundo desconocido.
Nunca nadie está preparado para que te dejen sin explicación alguna en el bar donde nació la relación. Qué grado de perversidad hay que tener para romperte el corazón en mil pedazos en el mismo lugar donde empezó todo.