Prof. María Teresa Rearte (*)
Prof. María Teresa Rearte (*)
No es la primera vez que en la Iglesia se agitan las aguas del escándalo por los abusos a menores. Pero sí lo es que un Papa convoque a los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo para su tratamiento en la llamada “cumbre sobre la Protección de los Menores (Vaticano. 21/24 de febrero de 2019) como lo hizo recientemente el Papa actual. Su mensaje al término de la misa concelebrada merece una atenta lectura, por su celo pastoral y el enfoque fundamentado en datos objetivos que atañen al problema más allá del ámbito eclesial. Los abusos no son un fenómeno de la época. Sino como lo ha hecho notar el Pontífice, un fenómeno históricamente difundido en las diversas culturas y sociedades. No obstante, la entidad del fenómeno no ha sido dimensionada en toda su gravedad, ni se disponen de más datos y publicaciones de organizaciones y organismos nacionales e internacionales (OMS, Unicef, Interpol, Europol y otros), que son detalladamente mencionados en el mensaje pontificio, porque con frecuencia los hechos se producen en el ámbito familiar y no se denuncian. Pero como lo afirma el Papa el “teatro de la violencia no es sólo el ambiente doméstico, sino también el barrio, la escuela, el deporte, y también, por desgracia, el eclesial”. A lo que se podrían agregar los datos referidos al turismo sexual tanto como al crecimiento producido por el influjo de la web y los medios de comunicación.
“La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y escandalosa en la Iglesia -decía el Pontífice- porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética”. Con su misión de anunciar el Evangelio. Por lo que el Papa no ha vacilado en reconocer que “estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles”.
El pecador: ¿un extraño para Dios?
El pecado no es ajeno a la conciencia cristiana. Sería trágico si no lo percibiera. Y el pecador no es un extraño para Dios. Todo lo contrario. El novelista inglés Graham Greene, de quien se dice que el tema de sus novelas fue la contemplación de los pecadores, destaca en una de sus obras una frase de Péguy (1873-1914), considerado como uno de los principales escritores católicos de su tiempo. Dice así: “El pecador está en el centro mismo de la cristiandad. Nadie es tan competente en materia de cristiandad como el pecador. Nadie, a no ser el santo”. Teóricamente no habría demasiada diferencia entre uno y otro, porque el santo es un pecador que se ha convertido. Y el pecador, es un santo en potencia. Aunque se debe tener presente que aquí hay -además- un delito.
Pecado y delito
El abuso sexual de menores por parte de sacerdotes católicos es un pecado grave. Es un acto intrínsecamente malo. Y es también un delito. La dimensión criminal de la conducta lo introduce en la doble perspectiva jurídica, tanto canónica como civil.
Desde el punto de vista de la fe corresponde pedir perdón a Dios y a las víctimas, por la gravedad de las acciones cometidas, aún cuando quienes pidan perdón no sean los que cometieron las graves acciones. En el encuentro del Vaticano antes mencionado, el Papa y los Obispos participantes lo hicieron en una celebración penitencial. Pero no es suficiente. Se requiere el paso a la Justicia canónica y civil. Y es lo que, en su momento, planteó con severidad el hoy Papa emérito Benedicto XVI. Desde que asumió como Papa, Benedicto XVI ordenó separar de sus funciones a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que hasta entonces había contado con la protección de la Curia vaticana. Y aún del Papa Juan Pablo II. Protección que ha llevado a pensar en una confusión informativa o error de valoración. No obstante da para pensar en las diferencias y aún enfrentamientos entre las visiones corporativa y pastoral en el gobierno de la Iglesia. Y también pensar en las resistencias que puede encontrar el actual Pontífice en su decisión -explícitamente manifestada en su Mensaje- de que no habrá tolerancia para ningún nuevo caso. Eso tanto como las medidas instructivas que se prevén para orientar la actuación de los obispos.
Benedicto XVI y el caso irlandés
La carta pastoral de Benedicto XVI a los católicos de Irlanda es un documento que marcó una definida línea de acción. Tanto con relación a las víctimas (niños) y sus familias, sacerdotes, religiosos y laicos, de una sincera empatía hacia el sufrimiento experimentado. Y a la vez, de firmeza con relación a los culpables como con las autoridades eclesiásticas que no procedieron como debían con los casos que se produjeron.
La perspectiva adoptada por Benedicto XVI mostraba que, simultáneamente, se los trató desde el punto de vista moral como pecados graves. Pero también como delitos que requieren la aplicación del Derecho Canónico y la legislación civil. No vaciló en considerar que quienes cometieron estos delitos son responsables ante Dios y ante los tribunales civiles, como cualquier otra persona, sin privilegio alguno.
Distinciones y reflexiones
No soy especialista en la materia; pero tengo entendido que la Psicología marca una distinción entre la pedofilia, que constituye una perversión grave sin relación con la orientación sexual. Y la efebofilia, referida a la atracción sexual hacia adolescentes, que lleva a prácticas homosexuales también moralmente graves.
La carta pastoral de Benedicto XVI denota el nivel reflexivo y pastoral con relación a estas conductas, para evitar conclusiones apresuradas en cuanto a los autores de estos actos, que a veces muestran condiciones personales favorables, no obstante las cuales no pueden manejar sus propios conflictos. Y se evidencia la necesidad de indagar en las causas psicológicas de tales conductas. Además, si bien es necesario proceder con firmeza, eso no implica que las amenazas o el temor por la justicia divina o la justicia humana puedan ser eficaces para combatir el problema.
Por otra parte, nada habilita la hipótesis causal de un vínculo entre el celibato y la pedofilia. Los datos de abusos de los que se disponen en los estudios mencionados en la nota dan cuenta de que este tipo de conductas se dan incluso en otros ambientes. Piénsese en el caso de los abusos familiares, o en escuelas, el deporte, el turismo sexual, etc.
SENTIDO CRISTIANO de la VIRGINIDAD Y EL CELIBATO
Para comprender esta forma de vida y su razón de ser hay que empezar por profesar la fe cristiana, católica. De lo contrario, todas resultan especulaciones carentes del debido conocimiento. Valga para el caso hablar -indistintamente- de celibato, de virginidad y de continencia voluntaria, nombres que aluden a un mismo estado de vida.
Jesús describe así este estado de vida: Le dijeron los discípulos: “Si tal es la condición del hombre con respecto a la mujer, no conviene casarse”. Él les respondió: “No todos comprenden esta doctrina, sino aquellos a quienes les es concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, los hay que fueron hechos eunucos por los hombres y los hay que se hicieron a sí mismos tales por el Reino de los Cielos. El que pueda entender, que entienda”. (Mt 19, 10-12). En el último caso la palabra eunuco adquiere un significado no físico, sino moral: “Por el Reino de los Cielos”. El cual acrecienta su carácter misterioso por la frase: “El que pueda entender que entienda”. El cristianismo no implica ninguna destrucción de las tendencias naturales del hombre. Y así nace en el mundo un estado de vida que no existía antes de Jesús. Por lo menos no en sus motivaciones, aunque pueda haberlo sido de hecho.
El documento de Benedicto XVI contiene también otras consideraciones en orden a la selección de los candidatos al sacerdocio. Quienes reciben la ordenación sacerdotal tienen un largo proceso de formación que no corresponde analizar aquí. Y conviene reiterar que la pedofilia no es dependiente del celibato. Sino de la estructura psico-sexual de algunas personas, sean o no célibes. Lo que se advierte es que por tratarse en gran parte de conductas compulsivas, con escaso margen de libertad y pocas posibilidades de recuperación, además de responder ante la Justicia, no pueden ejercer el ministerio sacerdotal ni desempeñar tareas que incluyan el trato con niños. Por lo que era un error el cambio de destino pastoral que incluía situaciones semejantes y la oportunidad de recaer en las mismas conductas.
(*) Ex profesora de Ética Filosófica, de Teología Moral y Ética Profesional y de Teología Dogmática en la UCSF. De Ótica Filosófica en el Instituto Superior Particular San Juan de Ávila de Santa Fe. Escritora.
El abuso sexual de menores por parte de sacerdotes católicos es un pecado grave. Es un acto intrínsecamente malo. Y es también un delito. La dimensión criminal de la conducta lo introduce en la doble perspectiva jurídica, tanto canónica como civil.