—Mire si en nuestra época... —En nuestra época nos fajaban, Marta. Ni se nos hubiera ocurrido. —A las tres de la mañana llegó la chinita. Trece años.
NATALIA PANDOLFO
—Mire si en nuestra época...
—En nuestra época nos fajaban, Marta. Ni se nos hubiera ocurrido.
—A las tres de la mañana llegó la chinita. Trece años. Y claro, qué se va a levantar a almorzar. Estaba molida.
—Yo no entiendo más nada. No sé adónde vamos a ir a parar.
—Adónde va a ser, Gladys. Mire que yo trato de ser moderna, pero la verdá es que no me sale.
—Y no. ¿Y sabe de quién es la culpa, no? De las pantallas. Esas pantallitas, están todo el día, dale que te dale. Mire si nuestros padres nos iban a hablar y nosotros íbamos a estar con los ojos en otro lado que no fuera el suelo.
—Nos daban un soplamocos, Gladys.
—El otro día estábamos comiendo, domingo al mediodía, yo tenía el agua ya hirviendo pero no quería poner los ravioles porque los veía a los chicos que estaban ahí ocupados con el teléfono. Hasta que dije ma’ sí, los puse igual. Se cocinaron, serví, nos sentamos a la mesa. ¿Usté cree que largaron, Marta?
—...
—Y los padres, nada. Para mí que no se animan a decirles que no. El chirlo que les daría...
—No hay caso, Gladys. Los padres no saben ser padres. Antes nos daban un coscorrón, dos, y andábamos derechitos por la vida.
—Y salimos buenos, mire. Yo nunca molesté a nadie, siempre metida en mi casa, en mis cosas, preocupada por la familia, por lo mío.
—Mire si nosotros íbamos a opinar cuando hablaban los grandes. O si nos íbamos a levantar de la mesa.
—Eran otros tiempos, Marta. El respeto que había.
—Ah, sí, el respeto. El viejo te miraba fijo y se te aflojaban las piernas. Ahora el viejo los mira y a ellos se les dispara el mentón para arriba. Por hache o por be, se salen con la suya. Mocosos.
—Ni la vieja decía nada. Había valores. Andá a hacerte el loquito: te llevaban del comedor a la pieza a las patadas, sin tocar el piso. La próxima lo pensabas dos veces.
—En cambio ahora. Se meten en la Internet y no los sacás más. O se plantan y les hablan a los padres como si fueran iguales. Qué descaro, me da una bronca, mire.
—Una cosa de locos.
—Ahora. Démelos un par de semanas a esos guachos, va a ver cómo los saco buenos.
—Ah, sí. Un poco de respeto, Gladys, un poco de modales. Las ves tiradas en la vereda con las piernas así, los muchachos ahí, fumando, tomando a cualquier hora. Te da una tristeza, una vergüenza.
—A mí me da rabia. Yo los mandaría a trabajar. ¿No quiere estudiar, m’hijito? Bueno, vaya, péguese una vuelta y consígase un trabajo. Va a ver cómo agarra los libros en dos minutos.
—Yo a mis hijos los crié así, a mí que no me la cuenten. Cinco crié. Y ninguno dijo ni mú. Ahí están: cada uno con su trabajito, su mujer o su marido. Cuando el viejo se estaba por morir les dijo: bueno hijos, hice lo que pude. Y listo el pollo, pelada la gallina. A llorar a la iglesia.
—Mire si íbamos a decir algo.
—Pero por favor.