Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Mar del Plata)
Gugnali tiene razón en un par de cosas que siempre plantea. Tiene razón cuando dice que hay un espacio que le pertenece _que es el vestuario_ en donde el entrenador descubre y percibe sentimientos y sensaciones en sus jugadores. Los de afuera "son de palo" en esa relación técnico-plantel. Es propiedad exclusiva de ellos. Y resulta inmodificable.
También hay que darle la razón a Gugnali cuando trata de explicar que él no se sentirá un "fracasado" si es que no clasifica al equipo para jugar la promoción, porque habrá promovido y/o asentado y hasta jerarquizado jugadores, porque se adaptó a las necesidades que exige el proyecto deportivo institucional, porque trabajó y trabaja sin quejas, sin "histerias" (comunes en el fútbol de hoy) y con la convicción, al acostarse, de haber dejado todo en cada jornada de trabajo y entrenamiento.
Pero en este cuadro de situación que se plantea, Gugnali "liga" _consciente pero sin ser el responsable principal_ una presión extra: la de dirigir a un equipo que hace cinco años transita por el duro camino del ascenso. La gente ha visto cómo, en este tiempo, ascendieron instituciones como Huracán de Tres Arroyos, Tiro Federal, Godoy Cruz de Mendoza, el mismo Tigre (con mucha menos historia que Unión en el fútbol argentino), Nueva Chicago, San Martín de San Juan, Olimpo de Bahía Blanca, Gimnasia y Esgrima de Jujuy, etcétera. La exigencia de ser protagonista es ineludible, mucho más cuando este equipo se viene forjando desde hace un par de años, a partir de que se convocó a Carlos Trullet para que lo salve del descenso y empiece a construir un equipo con jugadores propios.
La temporada pasada fue de transición; era necesario saber hasta qué punto podían rendir los jugadores del club. La exigencia estaba planteada en este campeonato. Y a eso lo sabían todos, hasta las nuevas autoridades que gobiernan el club desde hace un año y apenas llegaron a la tercera parte de su mandato.
Pero volvamos a Gugnali. Él pasó de ser un coordinador "casi despedido" a convertirse en el entrenador del plantel profesional. Y habrá que remitirse exclusivamente a lo que ocurría hace menos de un año atrás, cuando la dirigencia de Unión hablaba con Bottaniz, con Torrentes, con Rossi, con Giuntini y alguno más que se pueda escapar a la memoria en este momento. Pero la dirigencia resolvió destituir a Trullet, Gugnali tomó el equipo y su situación giró 180 grados. Es cierto que muchos avizoraron una mejoría y que Gugnali conoce a estos jugadores porque hace bastante que está en Unión, pero es hora de que Unión deje de imitar inconscientemente el ejemplo-Lanús (un coordinador, Cabrero, haciéndose cargo del plantel profesional), al menos hasta que se den las bases firmes y no se fagociten hombres capaces como los Kudelka, los Oyeras, etcétera.
Gugnali se metió en el barullo y él es el primero en saber que está a merced de las no siempre compartidas "generales de la ley" que gobiernan el fútbol. Sus decisiones empiezan a ser criticadas y/o elogiadas, recibe presiones, carga sobre sus hombros una herencia que no forjó pero que debe aceptar (la de cinco años de campañas sin final feliz) y su futuro laboral, inevitablemente, dependerá de lo que pase con el equipo y de la evaluación que hagan los dirigentes al final del camino.
Comparto que Gugnali no esté bien ahora y que se sienta molesto porque en un sitio de Internet haya aparecido que le comunicó a los dirigentes que se irá de Unión al final del torneo, porque eso no es cierto, es mentira. Y también comparto que Gugnali sienta que ni siquiera puede expresar en voz alta un pensamiento (él cree que si en un club se consigue un objetivo, lo mejor es irse), porque da lugar a esto, a que se malinterprete o se saque de contexto.
El técnico de Unión debe entender que hay dos cosas que, como él mismo lo ha dicho en varias oportunidades, pertenecen sólo a él y a la intimidad de su vestuario. La primera, es que nada resulta más importante ahora que pelear hasta lo último esta oportunidad que Unión todavía tiene de jugar la promoción. Y segundo, que él será un afortunado, un cotizado entrenador del ascenso si es que consigue ese objetivo (ni hablar si lo materializa luego subiendo a Unión a Primera), porque trabajo no le faltará, sea en Unión o en cualquier institución.
Gugnali está "comprobando" (esto dicho en forma gráfica, pues no creo que un hombre de su trayectoria lo esté descubriendo) el difícil arte de llamarse Claudio Gugnali. O sea, el de ser el entrenador de este estresante Unión. Hace un año, reclamábamos que la gente no se impaciente porque el torneo recién empezaba y era largo. Hoy faltan cuatro fechas y el equipo sigue ahí, con posibilidades latentes. Este es el único contexto que debe entender Gugnali: el de saber que puede clasificar al equipo, que tiene la posibilidad de valorizarse como entrenador y hasta de llegar a la gloria si se le da, y que de conseguir ese objetivo, habrá algo que le sobrará (trabajo).
De la otra evaluación, se encargarán los dirigentes. Y él, claro. Será otra historia, ya con los resultados sobre la mesa y planteando ahí _no ahora_ deseos o pensamientos. Cuando Gugnali amagó irse, luego de Tiro Federal, era grave. Ahí, Unión se quedaba sin técnico a siete fechas del final. Ahora, si Gugnali o los dirigentes piensan qué se puede hacer dentro de un mes, es sólo privativo de la intimidad. Las dos partes (las tres, si se involucra a los jugadores) tienen mucho para ganar. En Unión o, en algunos de esos casos, también de Unión para afuera.




