Maldito cáncer. Se me murió hace años un amigo —el gordo “Manzanita” Morello—, zafó hace años otro amigo de lo mismo, el “Mudo” Tavella. La pelea todos los días, desde hace un puñado de años, mi cuñada Paula. Historias sobran. Finales lindos, finales de los otros.
“Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad... guardaba todos mis sueños en castillos de cristal...”
Pablo Negri tiene 35 años, es mellizo de Diego que ahora ya descansa en el Cielo. “Somos tres hermanos, Pablo y yo mellizos; Miguel, el más chico, tiene 31 y es raza”, me cuenta Pablo en esta semana que ojalá sea más santa que nunca para la familia Negri.
A una cuadra del Berna, en el corazón del barrio Mayoraz, se criaron los Negri. Familia de laburo, hogar encaminado por papá Hugo y mamá Susana Graciela.
“Mi viejo, cero fútbol. Guarda un carné de hace años porque iba a la pileta. Pero en realidad el que es enfermo de Unión es mi tío, José Luis Alvarez, que vive al lado de casa. Ahí arrancó todo ese sentimiento y después empezamos los dos, con Pablo, a ir a la cancha, a la Barra de las Bombas”.
Cuando los tiempos se complicaron por las obligaciones laborales y las necesidades económicas, ya no pudieron ir a la cancha. A sufrir por la radio, por la tele, como sea. Siempre las gastadas entre hermanos: los mellizos Diego y Pablo (35), de Unión; Miguel (31), el sabalero.
El año pasado, siempre todos juntos en familia un fin de semana, notaron que Diego “se puso amarillo”. Primero, se pensó en una hepatitis. “Lo que comía, le caí mal, lo gastábamos que parecía un Minions de lo amarillo, pero nunca pensábamos lo que se vendría”.
“Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo como pompas de jabón...”
Ese “algo raro” de la teoría pasó a un “cáncer de páncreas” en agosto del año pasado, una lucha sin equivalencias, sin cuartel. “Se bancó una operación de nueve horas, le tiraron de todo, le sacaron todo y siguió peléandola”, cuenta emocionado Pablo en este jueves santo.
Diego estaba separado de la madre que le dio hace 17 años a Mauro, su hijo. “Entre el padre y el padrino no le quedó otra que salir tatengue a Mauro”, explica Pablo.
“Te encontraré una mañana dentro de mi habitación y prepararás la cama
para dos...”
El sábado pasado, Pablo se levantó con una idea fija: ir a buscarlo a Diego para alentar juntos a Unión frente al tele en el clásico con Colón. “Diego se había ido a vivir con Miguel, mi hermano más chico que es sabalero. Miguel iba a la cancha a alambrar por Colón con sus amigos que armaron un asado. Yo lo fui a buscar a Diego para comer entre tatengues, con mi tío, pero no pudo ser”.
No pudo ser porque el mismo Diego le dijo a Pablo: “Me duele todo, no me puedo levantar de la cama. en todo caso, nos hablamos después del partido”.
“Es larga la carretera cuando uno mira atrás... vas cruzando las fronteras sin darte cuenta quizás... tomate del pasamanos porque antes de llegar... se aferraron mil ancianos pero se fueron igual...”
A la hora puntual empezó el clásico Colón-Unión el sábado pasado. Cuando Brítez marcó el primero, Pablo le mandó a Diego un whatsapp y no lo leyó. Cuando Soldano hizo el segundo lo mismo: el mellizo no observaba el tilde celeste. “Se quedó dormido”, pensó Pablo. Pero cuando llegó el tercero de Malcorra, Diego lo leyó.
Entonces, cuando terminó el partido, Pablo tenía una decisión tomada: buscarlo a Diego para llevarlo a la rotonda de Unión a festejar como lo habían hecho otras tantas veces en su vida.
“Me fui sin poder saber el final porque me robaron la radio de la camioneta. Me alcanzó a decir que no quería ir porque no tenía ropa, es que al perder tantos kilos con el cáncer, le quedaba todo grande. Pero ahora pesábamos iguales, por lo que busqué una campera para cuidarlo del frío y la camiseta del ascenso del ‘96”, cuenta emocionado Pablo.
“Quisiera saber tu nombre tu lugar tu dirección...y si te han puesto teléfono también tu numeración...te suplico que me avises si me vienes a buscar no es porque te tenga miedo...sólo me quiero arreglar”
Y ese “sólo me quiero arreglar” que quería Diego al no tener ropa se solucionó con la rojiblanca a bastones del ‘96 del mellizo Pablo: marca Puma y con la publicidad del Banco Bica en el pecho tatengue.
“Yo me puse a tomar cerveza, nos perdimos en la multitud en la rotonda. en un momento, siento un dolor fuerte en el hombro y era todo el peso de Diego que se apoyaba desde atrás para cantar “el que no salta es de Colón...”. Es ahí donde se me ocurre sacarle la foto, fijáte que la saqué yo y no estamos juntos...le hice de fotógrafo y todo”, explica Pablo.
Cuando pasó el temblor en la rotonda de Unión con el festejo del 3-0 a Colón, Diego se compró una pastafrola y se fue a tomar mates. El lunes, su hermano sabalero Miguel lo notó mal. “Ya va a pasar, no es nada”, le dijo. Había soportado la penúltima quimio el miércoles previo al clásico y le quedaba la última.
Los mellizos tatengues, Diego que ya está en el Cielo y Pablo, se ilusionaban con festejar juntos los 36 años el próximo 13 de abril. “Me queda la última quimio...”, les decía a sus hermanos ilusionado.
El lunes pasado, a la nochecita, el maldito cáncer le ganó. Diego Negri se bancó los 90 minutos, el alargue y una tanda interminable de penales. La peleó para no morir como cuando peleaba en la calle para poder vivir y llevar el mango: fue albañil, metalúrgico y terminó trabajando en una Colonia Agrícola que se portó de maravillas con la familia Negri en este doloroso final.
La historia desató los más lindos mensajes de amor en las redes sociales. “Es increíble, no esperaba todo lo que la gente escribe”, me dice Pablo hoy en el final de la charla.
Hace tiempo, si algo emocionó en el sentir futbolero de Santa Fe fue ver hinchas y socios de Colón desfilar por el velatorio de Diego Barisone, símbolo e ídolo de este tiempo en Unión. O ese minuto de silencio en el Brigadier López. O el crespón de luto pintado en el césped de la cancha de Colón.
Maldito cáncer. Se llevó esta vez, los sueños de fútbol de un pibe-padre de 35 años del barrio Mayoraz. Lo imagino allá arriba a Diego Negri, en el Cielo, hablando de Unión con “Manzanita” Morello, el “Mono” Roteta o “Zazá”, los tatengues que yo conozoco. y con los que usted, amigo lector, seguramente conoce.