Renoir y Montmartre: una celebración de la vida en la París del siglo XIX
En calles y cafés de la Ciudad Luz, el pintor Pierre-Auguste Renoir dejó diversos registros cotidianos de una ciudad en plena transformación. En el aniversario de su fallecimiento, recordamos al maestro impresionista a través de su obra “Baile en el Moulin de la Galette”.
Fragmento de “Baile en el Moulin de la Galette”, óleo sobre lienzo de estilo impresionista que Renoir creó en 1876.
Foto: Museo de Orsay
Existe cierto consenso respecto a que Nueva York es la más cinematográfica de las ciudades del mundo si se toma como referencia (sobre todo) la segunda mitad del siglo XX, cuando artistas como Woody Allen la convirtieron en escenario de sus películas. Extrapolando esta idea al tramo final del siglo XIX, podría afirmarse que París llegó a ser, con toda posibilidad, la ciudad más emblemática respecto a las artes plásticas.
Es que la capital francesa, caracterizada por su efervescencia cultural, resultó el escenario principal (no el único) del movimiento artístico impresionista. Cuyo rasgo fue el interés por plasmar la luz y el color de una determinada escena, con acento en las impresiones visuales antes que en la precisión y los detalles, a diferencia del realismo y el naturalismo.
La obra completa. Foto: Museo de Orsay
Montmartre, en particular, fue un ambiente determinante para los impresionistas. Ese barrio parisino, que Carlos Renzi describió en su tango “Noches de Montmartre” como “abismo del otario, puerto del vivo, vidriera de los vicios sin mostrador”, fue el lugar donde artistas como Claude Monet, Edgar Degas y Camille Pissarro encontraron inspiración. También Pierre-Auguste Renoir, quien falleció un día como hoy, 3 de diciembre, del año 1919.
Postales de una ciudad cambiante
Renoir fue un perspicaz observador de la vida urbana de París, de hecho, buena parte de su producción se basa en escenas cotidianas, desarrolladas en parques, calles, cafés, jardines y el río Sena. Sus obras son, en ese sentido, un potente registro de una ciudad en plena transformación.
Jan Pablo Arce Lemke, especialista en Historia del Arte y Filología Hispánica, señala en historia-arte.com un punto clave: que Renoir fue el impresionista de la figura humana. “Frente a la predilección por el paisaje, tanto urbano como natural, que marcó a este grupo artístico, Renoir le puso cara al impresionismo al situar a las personas en el centro de sus composiciones. Expuestas, protagonistas, vivas”, indica.
En efecto, una de las vertientes planteadas por Renoir en sus pinturas fueron los eventos sociales y los momentos de ocio. Esto se observa en “Baile en el Moulin de la Galette” (Bal du Moulin de la Galette) una de sus obras maestras. El mencionado Moulin de la Galette, era un espacio de recreación al aire libre emplazado en Montmartre, al cual solían asistir los domingos y los días festivos tanto obreros como artistas. Y que el artista utilizó como disparador para desplegar su estilo.
Autorretrato. Foto: Harvard Art Museums
La obra puede ser leída como un retrato social de su tiempo. Las personas representadas parecen, por su indumentaria, de distintas procedencias. Pero lo que reluce es como todos ellos comparten en una celebración de la vida.
Luces sobre la gente
Sofía Vargas en la versión en español de My Modern Art, asegura que Renoir era conocido por “sus pinceladas vaporosas, su vívida paleta de colores y su interés por la luz, elementos que unió para producir pinturas de su tema favorito: la gente”. Este enfoque, dice Vargas, “es evidente en Baile en el Moulin de la Galette: iluminadas por la luz del sol, las figuras son retratadas con pinceladas sueltas y luminosas. Aunque muchos de los sujetos llevan trajes y vestidos negros, una mirada más atenta revela que incluso estos tonos más oscuros se componen de una caleidoscópica colección de colores”.
Selena Mattei, en la Revista Artmajeur, puntualiza por su parte que “en lugar de utilizar la nitidez en el primer plano seguida gradualmente por el desenfoque, como hacen la mayoría de los pintores, Renoir optó por aplicar el desenfoque en todas partes. La única indicación de profundidad es por el tamaño de las figuras representadas. Decide representar esta escena en una atmósfera azulada, salpicada de manchas de luz distribuidas de manera desigual, como si atravesaran el follaje de los árboles para llegar a la multitud”.
Redescubrir casi un siglo y medio después las obras del impresionista Renoir y de sus colegas, es también la posibilidad de revisar un mundo de antaño, de optimismo, donde se preveía un progreso sin límites. Ese período de aparente prosperidad se extendería hasta el primer tramo del siglo XX, cuando la Primera Guerra Mundial pondría un brusco freno a ese florecimiento. Pero esa es otra historia.
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