"Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí mismos con un talento real y original". Gabriele Münter.

Mantuvo una relación compleja con el artista ruso, pero hoy se la reconoce como una autora fundamental. Mientras el nazismo destruía obras que consideraba "degeneradas", ocultó varias piezas en su casa, que fueron salvadas de la barbarie.

"Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí mismos con un talento real y original". Gabriele Münter.
Hay efemérides que dan pie a conversaciones teñidas de polémica. Por ejemplo, el 4 de diciembre (nacimiento del pintor Wassily Kandinsky, según el antiguo calendario ruso) genera la tentación de celebrar, otra vez, al pionero de la abstracción.
Sin embargo, en esta sección decidimos salirnos del lugar común para desplazar la mirada (ya que hablamos de artes visuales) hacia una figura que, durante décadas, estuvo ubicada en un pie de página injusto: Gabriele Münter.

Cuya historia vuelve a aparecer entre muestras retrospectivas europeas, nuevas lecturas críticas y una película reciente que desnuda la trama (íntima y tóxica al mismo tiempo) detrás de un vínculo artístico a veces "romantizado", siguiendo los estándares machistas que guiaron buena parte del siglo XX.
Münter empieza a ocupar el lugar que merece, el de una artista que revolucionó la percepción del color y la forma. "Representé el mundo tal como me parecía en su esencia, tal como se apoderaba de mí", escribió alguna vez.
La retrospectiva exhibida entre fines de 2024 y comienzos de 2025 en España, reabrió la discusión. Curadoras como Annemarie Iker ya habían marcado que "la sensación era vital para Münter, cuya carrera abarcó varias décadas y medios".

De modo que no alcanza con hacerla visible frente a la alargada sombra de Kandinsky, que para el público general sigue siendo preponderante, sino que el intento es reposicionarla como gestora de un lenguaje autónomo.
Su paleta, basada en un uso de los contornos negros que hoy resulta reconocible, es, para la crítica Emilia Bolaño, un sello inmediato. "Color. Eso define la obra de Münter. Y unos contornos negros en las figuras".
Según la investigadora Olivia Grimoldi, "a la par que su prometido, Münter comenzó a desarrollar un estilo propio, con colores brillantes y saturados sin mezclar, con formas más fuertes y contornos de líneas negras y gruesas".

El Museo Nacional de Mujeres en las Artes de Washington establece su origen en Berlín, en el seno de una familia protestante de clase media-alta. Muy joven, asistió a la Escuela Phalanx de Múnich, donde estudió escultura y xilografía.
Allí comenzó, en 1902, su relación profesional y personal con Kandinsky. Viajaron y compartieron búsquedas. En 1908 descubrieron Murnau, el pueblo alpino que sería un laboratorio en el cual se gestaron obras, ideas y tensiones.
Junto a Kandinsky y otros artistas, impulsó El jinete azul (Der Blaue Reiter), movimiento que sería una de las columnas vertebrales del expresionismo. Pero mientras el discurso histórico celebraba la audacia del grupo, su rol quedaba relegado al de "compañera".

La Primera Guerra Mundial fracturó el vínculo. Kandinsky regresó a Moscú, obtuvo el divorcio de su primera esposa y, contra lo esperado, se casó con otra mujer. Münter volvió a Murnau y retomó su pintura hacia fines de los años 20.
Durante el nazismo, cuando el régimen decidió destruir las obras consideradas "degeneradas", ocultó en su casa una colección excepcional de expresionistas. "Münter fue una mujer valiente y comprometida", señaló Alicia Vallina, recordando esa acción que salvó piezas fundamentales.
Según datos del Museo Guggenheim, "Gabriele Münter estuvo a la vanguardia del arte moderno, no buscó imitar la realidad, sino transmitir una esencia".

Ella misma lo explicó. "Extraigo los aspectos más expresivos de la realidad y los represento de forma sencilla, concisa, sin adornos. Las formas se agrupan en contornos, los colores se transforman en campos y emergen los contornos del mundo".
La película "Münter & Kandinsky" de Marcus O. Rosenmüller se estrenó en 2024. Es una lectura crítica de la relación que marcó a ambos artistas. Kandinsky aparece con su magnetismo, pero también con sus zonas oscuras.
Para el crítico Juan Pando "refleja muy bien la voluntad de hierro del personaje (de Münter), su tenacidad, optimismo e infatigable capacidad para seguir su vocación por encima del doble rechazo que sufre".

Rosenmüller muestra el desgaste, la desigualdad profesional y la distancia creciente entre el genio celebrado y la mujer que, en silencio, trataba de construir el propio.
La historia de Münter dialoga con otra, revisitada recientemente en esta sección: la de Françoise Gilot, la única mujer que abandonó a Picasso.
Ambas compartieron un mismo destino: quedar atrapadas en el relato de un hombre célebre. Enfrentaron el ninguneo, la minimización y la sospecha de que su talento era un reflejo. Hoy, sin embargo, están siendo repensadas como autoras.

La relectura de Münter también se sostiene en acciones institucionales. En 1994, Alemania creó un premio con su nombre destinado a mujeres artistas, con el objetivo de dar visibilidad y reconocimiento a trayectorias relegadas.
Ese mismo espíritu anima hoy la recuperación internacional de su obra. Entre nuevas investigaciones, exposiciones, reediciones y la circulación del film, Münter va ganando lugares. El mundo parece dispuesto a escucharla.