por Enrique Cruz (h)

Enrique Cruz lleva un diario de anécdotas de viaje que se publican junto con sus notas de la Copa América.

por Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a La Serena)
Del hotel al estadio hay una siete u ocho cuadras, es decir que se hacen caminando, por supuesto. Eso permite, entre otras cosas, ir palpitando el ambiente, ese clima tan especial de cancha, con la gente caminando presurosa, algunos directo al estadio y otros para quién sabe dónde, porque encaran para cualquier otra parte, pero todos caminan rápido, ansiosos, felices, eufóricos y claro, no faltan los que hicieron la previa tomándose tres o cuatro cervezas y van para el estadio, pero de cordón a cordón.
Surgió un pequeño “problemita” en esa previa del partido. Una de las decisiones que se tomó fue la de obligar a que cierren todos los bares que vendan bebidas alcohólicas. O sea, todos los bares. Así, dicho en forma terminante, general, implacable e indiscutida. Y que la Santopietro se enoje. No importa.
Bien, sigamos. El periodista caminaba plácidamente hacia el estadio, aprovechando el sol de la tarde que le ponía un poco de calor a tanto frío ambiente en esta ciudad, hasta que una legión de carabineros apareció en autos y motos, bajaron raudamente y se armó el desbande en un barcito invadido por parroquianos sedientos.
El susto fue mayúsculo, porque pareció que los implacables muchachos custodios del orden se le venían encima al periodista. ¿Qué pasó?, ¿qué hice?, me pregunté. Pero no. Se bajaron y comenzaron a los gritos: “¡Cierre el negocio!... ¡¿Usted no sabe que está prohibida la venta de alcohol?!... ¿Qué hace con el negocio abierto?”, fue la frase, expresada a gritos, por el carabinero malo, impulsivo y al que invitarlo con una copa, a esa altura de la tarde, podía llegar a motivar que se desate la tercera guerra mundial.
El dueño del negocio metió un pique corto que cualquier delantero de área hubiese querido tener. En realidad, emuló a Germán Chiaraviglio pero sin la garrocha. Metió un salto tremendo desde su lugar de trabajo, sin tocar ni siquiera el postnet de la tarjeta de crédito y en un abrir y cerrar de ojos estaba empezando a cerrar la persiana con los parroquianos bebiendo a diestra y siniestra adentro del local.
Lo más gracioso de todo fue cuando esbozó una inexplicable y ridícula excusa. Le dijo al carabinero: “No estoy vendiendo alcohol, señor”... Y el negocio se llama... Licor Store... Ni el Chapulín Colorado lo iba a poder defender.
DERECHO A RÉPLICA
por Romina Santopietro
redacción web de El Litoral
Voy a hacer uso de mi derecho a réplica para terminar con el abuso mediático del señor Panchi Cruz.
Nuestros lectores merecen saber toda la verdad. Pero toda.
Hace UNA DÉCADA que quien suscribe le pide a Enrique Cruz (h) -a partir de ahora conocido como "el sujeto"- cuando veranea en Mar del Plata, caracolitos.
No alfajores caros . Caracolitos. Nada más.
De más está aclarar que en 10 años jamás apareció con caracolitos. O con nada.
Pensando que tenía una aversión al reclamo en cuestión, opté con variar los pedidos.
Mismo resultado.
El sujeto sostiene que yo soy una rompep... aciencia. Yo afirmo que soy insistente. :D
Para el mundial en Brasil después de fogonear desde su diario de viaje y de mucho amenazar con no cumplir, finalmente apareció con una botellita de cachaça... Casi muero de la impresión.
Ahora que el sujeto merodea del otro lado de Los Andes, después de mucho investigar qué podía pedirle, encontré que el Licor de Oro es tradicional de las tierras de Chile. Y también los caracolitos.
Así que por eso es toda su referencia cruzada al consumo de alcohol.
Todo el diario de viaje de ayer estuvo dedicado a esgrimir pobres excusas ¡para no comprarme el licor de oro!
Pero en algo tiene razón. Estoy enojada. ¡estoy indignada!
¿Los carabineros ni siquiera te detuvieron por actitud sospechosa?
Muy mal, Chile, muy mal.