Por Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a España)
Se sale con la suya Mou. No debe haber otro hombre en el mundo futbolero por el que se gaste tanta saliva, se consuman tantos minutos de radio o TV y tanta tinta en la prensa escrita. Ahora, el tema pasa por su decisión de entrenar a su equipo con diez jugadores. Según él, harto de que siempre le pase lo mismo y que deba jugar partidos finales o decisivos en inferioridad numérica, ha resuelto prepararse para la gran final de mañana abriendo el paraguas. Y no sólo eso, también está entrenando mucho los disparos desde el punto del penal, advirtiendo que jugará al empate para que la ruleta desde los doce pasos decida un ganador, pero que no salga por lo que se haga o deje de hacerse en el juego.
Recientemente, Fabio Capello dijo que los tres equipos que han hecho historia son el Ajax de Rinus Mitchels, el Milan de Sacchi y el Barcelona de Guardiola. Pavada de comparación para este equipo de “Pep” y Messi, que tiene como principal y deseoso objetivo el de jugar a la pelota. Porque eso es lo que hace el Barsa, juega a la pelota, “al bolo”, como decíamos cuando niños e íbamos al campito.
El fútbol, muchas veces tratado como un reflejo de la sociedad (“se juega como se vive”, dijeron muchos), ofrece amplias lecturas. Quedan en el recuerdo los que ganan. Muy pocos se acuerdan del que pierde, del segundo. No hay segundos gloriosos. Quizás, aquella Holanda de Cruyff, la Naranja Mecánica, sea una excepción que confirme esa regla. Pero los más grandes escritores del mundo se han encargado de dejar en claro que lo que perdura, lo que permanece en el recuerdo es la belleza. Y si de belleza o encanto futbolero se habla, no quedan dudas de que la diferencia entre uno y otro se hace notoria a los ojos de cualquier observador, sabedor o no de los secretos de este deporte: el Barcelona saca una tremenda luz de ventaja sobre el Real Madrid, a pesar de que, como escribimos en uno de los envíos desde la capital de este país, la cotización de ambos equipos no marque ese tipo de distancias.
“Atiendo a sus directores”
Mourinho tiene un ayudante que se llama Karanka, a quien revalidó en la rueda de prensa posterior al partido del sábado. El tema fue así: cuando el viernes debió dar la habitual conferencia previa, Mourinho se sentó como estatua junto a su ayudante y le dijo a la prensa que las preguntas iban a ser respondidas por Karanka. Muchos se levantaron, ofendidos, y dejaron la sala ante un Mourinho impávido y un Karanka que no sabía adónde meterse.
Luego del partido, la expectativa en el Bernabeu era doble. Primero, saber si Mourinho iba a hablar; y segundo, qué iba a decir. Mourinho habló, pero antes se “dedicó” un poco a la prensa. Los periodistas tenían la obligación de decir nombre, apellido y medio. Y él, con cara de pocos amigos —como siempre— espetaba: “con usted no voy a hablar, lo haré con su director”. Así sucesivamente, hasta que apareció un periodista que no era director, de un medio que lo trata bien, por lo visto, y le dijo: “a ti sí te contestaré, porque no eres director, pero sí un periodista digno que hace muy bien su trabajo”. Mourinho pateaba hacia el costado a aquellos periodistas de medios que se habían levantado de la conferencia o bien lo habían criticado por su desplante, indicándoles que así como ellos no quisieron hablar con su ayudante, él no lo iba a hacer con ellos porque no eran el director, o sea el máximo responsable del medio.
Otro partido tacticista
Faltan horas para el partido, pero uno se imagina qué puede estar pasando por la cabeza de los entrenadores. Guardiola debe estar pensando en elegir lo mejor, en reordenar algunos aspectos y evitar así el cerrojo del rival. Uno de los temas a resolver es el de la posición de Messi, pues es cierto que la “Pulga” fue la figura de su equipo, pero también es verdad que salieron a su caza. Y el partido de mañana no será la excepción. Guardiola sabe que Mourinho es capaz de dejar otra vez afuera a Özil, a Kaká o a Adebayor, con tal de poner al atleta y correcaminos Pepe para seguirlo de cerca y para tapar los espacios en el mediocampo.
Mourinho, todo lo contrario. Estará enfrascado en resolver otra vez desde lo táctico el enigma que le plantea el Barcelona. Está muy claro que Mou tiene el aval total de don Florentino (Pérez, el presidente), que ya está preparando su próxima campaña en el Real, que no le importa lo que diga Valdano ni Butragueño ni Di Stefano, que salió a criticar desde su papel de hombre referencial por historia y peso propio en la afición madridista, a la táctica empleada por Mourinho.
Como lo dijimos ayer, Mourinho fue técnico del Real por una razón muy sencilla: evitó que el Barcelona diera la vuelta en el Bernabeu cuando le ganó la final de la Champions con el Inter. Eso le permitió llegar a este club y ganarse el respeto y admiración de la afición. La gente lo quiere por más que su equipo no descolla y se planta con estrategias ultradefensivas. “Hombre, lo que hace Mourinho lo podemos hacer tú y yo”, me dice abriendo sus brazos el conserje del hotel, confeso hincha del Atlético de Madrid pero reconocedor de que el verdadero clásico en este país no es Real-Atlético sino Real-Barcelona. No creo que sea tan así. Pero es mucho más fácil derribar que construir. Y lo que hace Mourinho es esto último.
Si Mou tuviese un equipo sin figuras, sin desequilibrio individual, sin peso propio de sus figuras, podría entenderlo en plenitud. Teniendo lo que tiene, la impresión es que quiere ser “más papista que el Papa”. El se pone por encima del equipo, de los jugadores, del estilo, de la historia, de todo. Por eso lo critican. Pero a él parece gustarle.






