Por Elena Cánovas
La cárcel es una institución pobre y represiva, y como tal no debiera existir. Es un “mal necesario”, porque no hemos sabido seguramente crear otros espacios, otras alternativas. Al peligroso social se le cierra y punto. Luego, Dios dirá. Partamos, no de lo que nos gustaría, sino de lo que hay.
En este sentido las cárceles deben convertirse en lugares para el aprendizaje, para la formación, para la convivencia, para preparar hacia la vida en libertad. Para ello, los centros tienen que tener los medios necesarios: materiales y personales.
Cuando digo materiales me refiero a establecimientos adecuados donde impartir las actividades y los talleres. Respecto de los personales: hombres y mujeres capacitados que sepan transmitir el entusiasmo de la superación, y en algunos casos, el empezar de nuevo.
Cuando un preso sale en libertad a veces no sabe dónde ir, no tiene un apoyo, ni un seguimiento. El Estado se desentiende en un momento crucial del recién liberado.
(*) Elena Cánovas (asistente social y diplomada en Criminología por la Universidad Complutense, actriz y directora. En 1985 creó el grupo de teatro Yeses, en la cárcel de mujeres de Yeserías)




