EL MABU. Cuando tenía unos 17 años entré a formar parte de un grupo de pibes de los barrios de Belgrano y Don Bosco, que alquilábamos un departamento donde sucedíamos, entre múltiples y enredadas historias de amores fugaces, donde aprendimos a ejercer el arte de la noche y su fauna un tanto alucinada, donde no faltaban las discusiones sobre la política que se venía con fuerza a desplazar a la dictadura. Pero por sobre todo el tema era “las mujeres”. Lo llamábamos el Mabu, porque era la sigla que resultaba de las primeras sílabas de las palabras “Mate y Bulín”. No me olvido en largas siestas de invierno, cuando nos trenzábamos en partidas de loba a diez pesos argentinos la mano y planeábamos asaltar el Banco Provincial: teníamos las funciones asignadas, yo como era el más joven del grupo, iba de campana. Pero siempre le encontrábamos un pero a la cosa, nunca lográbamos articular el plan perfecto, así que nos seguíamos quedando con el disfrute de las chicas, el hábito de la noche, y el ejercicio de la amistad que todavía perdura.
MI BIBLIOTECA. Yo soy mi biblioteca. Tengo unos 800 títulos escogidos, que han perdurado a sendas selecciones exhaustas y exhaustivas, donde no descansan, donde no duermen, libros que son en muchos casos primeras ediciones de escritores excelentes e ignotos, o poco conocidos, más en el ámbito de esta ciudad de Santa Fe, a la que tanto le cuesta leer. De esa biblioteca se ha alimentado un monstruo cotidiano y casi mítico a estas alturas: el taller literario “Temps era Temps”, que ya cumplió 16 años.
MI COCINA. También soy mi cocina, lugar desde donde se gestó por sí solo mi libro “En la madriguera del fuego”, único que pude presentar fuera del país, en Barcelona, en el 2008. Allí todos los días aprendo y ejerzo la magia, la magia en tanto actividad transformadora, menester que saca de la nada el absoluto en tanto sabor, aroma y color. Laburo cotidiano, aunque personalísimo: la cocina convence a las mujeres hermosas de que me den la primera o la segunda oportunidad. Reúne a los amigos alrededor de la mesa y de las botellas de malbec. Se acomoda en la memoria como un mueble nuevo en una casa luminosa.Convoca al fantasma de la abuela que fue la que me enseñó que a la cocina se entra con alegría y con asombro.