Luciano Andreychuk
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Una garganta humana tiene vasos sanguíneos, músculos de la faringe, tráquea, esófago e hioides. La garganta de Diego El Cigala tiene, además de todo eso, un milagro. Canta y su voz parece que se rompe en cualquier momento: rasposa, arenosa hasta el dolor, en esa melancólica saturación de cuerdas vocales desembocan el lamento del cante hondo y los ecos de la España andaluza, mestiza, profunda. Todo sazonado con otros ritmos y géneros -tangos, boleros, son cubano- que el cantaor gitano fue incorporando de sus viajes por América. Ahí la clave del éxito que lo popularizó en todo el mundo: hacer versátil un género sectario y profundamente visceral como el flamenco.
En el Municipal, a Dieguito lo coreaban los “tribuneros” de las primeras filas. “Olé, olé, olé, Diego, Diego...”, le dedicaban. Como al futbolista que no fue, o que de niño añoraba ser mientras jugaba a la pelota en la calle de Provisiones del Rastro madrileño. Por suerte, su pasión por el cante pudo más que sus sueños de la infancia. “¡Mostro, divino!”, le reverenció alguien a viva voz. “Que Dios guarde”, agradecía el cantaor, bebía constantemente un jugo para lubricar el “milagro” y luego aplaudía haciendo chocar sus brillosos anillos. La interacción que mantenía con sus propios músicos -mediante guiños, sonrisas y marcaciones de tiempos- y con el público, desacartonaban el show y lo convertían en una cita intimista y espontánea.
Y otra vez la música. Arrancó su show interpretando “Garganta con arena”, aquel homenaje cantado al “Polaco” Goyeneche. El teatro reventó en aplausos. Después vinieron otros tangos antológicos -”Soledad”, “Nostalgias”, “En esta tarde gris”, “Tomo y obligo”, “Niebla del Riachuelo”- y algunas de las recordadas piezas en clave de bolero y ritmos cubanos que lo lanzaron a la fama.
El timbre de voz y la modulación inconfundibles -con una suave pérdida de la “d” intervocálica y de la “r” final en algunas palabras, tan propia de la dialéctica andaluza- en los fraseos, se potenciaban con la emoción interpretativa y la presencia escénica del artista. Su voz no es otra cosa que un viaje: un viaje por la Andalucía gitana, por Sevilla y Toledo, por alguna cava gitana perdida en el Sacromonte o el Albaicín granadino. Pero también es un viaje por algún suburbio de Cuba, por México y Colombia, y por algún nostálgico arrabal porteño.
La ciudad se dio un lujo como pocas veces. Fue un show del que no se olvidarán por mucho tiempo quienes pudieron presenciarlo. Dicen que El Cigala es el heredero y sucesor del mítico Camarón de la Isla. Difícil de afirmarlo. Sí es cierto que hoy es el máximo referente del Nuevo Flamenco, y que incluye artistas de la talla de Estrella Morente -hija del recordado Enrique-, Miguel Poveda, José Mercé o la Niña Pastori, por nombrar sólo algunos. La cultura flamenca está bien viva y vive por quienes la difunden. Con su arte, El Cigala hizo a los santafesinos añorar.





