En perfecto italiano se leía esta frase sobre una tela celeste y blanca, colgada en los bordes del Estadio Flaminio de Roma. Aunque honestamente éramos pocos los 'tifosi' de los Pumas, me asombró la cantidad de banderas y remeras argentinas dispersas por las tribunas. Claro que todo el resto del Estadio era tricolor, pero la gente venía a ver buen rugby. Los italianos ya están satisfechos con el mundial de fútbol, y todos los que me rodeaban eran muy conscientes de que en el rugby, las cosas se ponen complicadas para el equipo azzurro. Antes de entrar, una parada a tomar algo, y de paso, aprovechar para comprar una linda bandera argentina; en Roma no es fácil encontrarlas. En el momento de la compra se oyen voces argentinas y detrás, tres cordobeces que enseguida me saludan y preguntan si necesitaba entradas. Me surgió una sonrisa automática. Es que la reventa de entradas generalmente en toda Italia y para todo evento, la hacen los napolitanos. Encontrar a argentinos en esto me causó gracia. Después de charlar un rato me di cuenta de que en realidad dos amigos italianos les fallaron para el evento, y era por eso que estaban tratando de revenderlas. Con puntualidad británica, entran los dos equipos a la cancha, la banda comienza a tocar nuesto himno nacional. Mucho respeto en todo el estadio. Se sentían fuerte las voces de los jugadores que, prácticamente, gritaban el himno, con el orgullo de representar a Argentina en tan importante deporte. Por mi mente, en ese momento, pasaron muchos recuerdos unidos a los partidos de rugby que iba a ver en Santa Fe, las fiestas organizadas después de los partidos, los amigos que jugaban en equipos locales como el SF Rugby o La Salle. Pero ahora estaba siguiendo a los Pumas y era toda otra cosa. A mitad del primer tiempo, las primeras gotas de lluvia anunciadas. Aunque poco a poco la lluvia se intensificó, nadie se moviò de sus lugares, porque a cada minuto que pasaba el partido entusiasmaba más, sobre todo, al final del primer tiempo en que Italia sacaba ventaja por 9 a 3. Un romano a mi lado festejaba, contento con el resultado. No pude evitar decirle que faltaba la mitad del partido y que no cantara victoria. Y como intuía y esperaba, la segunda parte se volvió a nuestro favor. Los Pumas retomaron ritmo, pusieron garra como siempre y en pocos minutos dieron vuelta el marcador. Mis brazos estaban cansados de tanto agitar la bandera, pero cuando el árbitro neozelandés anunció el final, no pude más que seguir firme con mi bandera entre miles de italianos que comenzaban a salir. La victoria fue muy linda, toda la gente quedó satisfecha, azzurri y argentinos. Un grupo de gente de Buenos Aires -que reconoció mi nacionalidad por la bandera que llevaba- me invitó a ir al Coliseo a festejar la victoria. Yo preferí correr a casa para contar esta experiencia. Además, en el Coliseo sólo tigres y leones. Los Pumas esta noche, de festejos al Flaminio.




