Néstor Fenoglio
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Enviado especial
Lo primero que cualquier viajante advierte es la ruta “desierta”. En la siempre poblada Ruta 11, que enhebra pueblos y ciudades al norte de Santa Fe, casi no hay camiones, una sensación que no tiene que ver con las vacaciones o con enero. El “tono” de trabajo es escaso, muy diferente del anterior verano de 2007, donde todavía el campo y la inmensa cadena que motoriza estaban a pleno. No se ven camiones, ni tampoco actividad en los campos, como no sea alguna cosechadora perdida que intenta rescatarle a la tierra reseca el paupérrimo girasol que muchos ni se gastan en levantar...
Estaciones de servicio casi desiertas, poderosas camionetas paraguayas de vacaciones, y comentarios pesimistas en todas partes completan esa impresión de primera mano.
Luego, hilando más fino, encontraremos que esas sensaciones tienen más sustento con casos particulares. Alternando el manejo de la camioneta de Campolitoral con José Caputto, recorrimos Vera, Reconquista, trepamos hasta Villa Guillermina, nos detuvimos bastante en la castigada Las Toscas -una pequeña ciudad a más de 400 kilómetros de la capital provincial-, herida de muerte por la inactividad de sus dos motores, el ingenio (los que tenían a cargo la zafra se fueron sin pagarle a nadie) y sobre todo, Arlei, la curtiembre, cuya casi completa inactividad súbita dejó a 500 familias de la zona sin ingresos.
Nos metimos hacia los Bajos, anduvimos por la Ruta 40, por la 3 -el norte profundo, que hoy tiene algunos tramos asfaltados pero la misma pobreza estructural de siempre, agravada por la sequía-, para luego recorrer, regresando, la costa y su problemática particular.
Los efectos de la sequía
La inactividad se siente, se puede palpar. Los efectos de la sequía se advierten en todas partes, pero le pegan fuerte a la actividad agrícola -hace un año que no se cosecha “algo” como la gente: no hubo trigo, no hubo maíz, no hubo girasol, la zafra cañera fue mínima y el actual algodón da pena...- y a la ganadería que reparte la falta de mercado y precio con los altos costos de mover constantemente hacienda para encontrar alimentos y agua. Los que tienen la suerte de estar sobre el río, descargan en la isla, hoy abarrotada de ganado y con crecientes precios de alquiler de esos terrenos inundables antes despreciados. Hoy tienen dos tesoros, inexistentes en el resto del norte: pastura natural y agua.
Fuimos hacia el norte con la advertencia del obispo de Reconquista, Ramón Dus, quien tiempo atrás alertó sobre la posibilidad de desbordes sociales, por cuanto hay bolsones de pobreza extrema que no encuentran contención. También con posiciones similares de denuncia de la preocupante situación general, con tono más político, enarbolado por entidades -un duro documento de Corenosa, por ejemplo- y por algunos actores sociales.
Hay reuniones, asambleas, “movidas” que hoy no sólo están relacionadas con el agro o con las mesas, o con los autoconvocados. Hay una creciente inquietud que está fogoneada por tres factores, por lo menos, y los tres fuera de la voluntad o decisión directa de los involucrados: la sequía en primer término, los precios internacionales luego y la política nacional.
Tormenta en ciernes
No suelo “comprar” ni rápido ni lento el runrún de los pesimistas o de los generadores de rumores, pero esta vez en los largos tres días de recorrida -sumados a otros tantos la semana pasada- me quedó la impresión, lamentablemente casi la certeza, de que no hay ninguna exageración ni postura alarmista en las expresiones de Dus o en otras de dirigentes y políticos: hay muchísima gente hastiada, acorralada, golpeada y se insiste en que a fines de febrero o principios de marzo “se pudre todo”. Una especie de tormenta que se vino armando a pura presión y cuyos efectos no pueden predecirse.
En nuestro “plan de trabajo” (que no fue ni estricto, ni con agenda prefijada: fuimos realmente a ver, sentir, palpar en forma directa, sin tutores ni padrinos ni gente que direccione o contamine nuestra intención de formar opinión propia) quisimos traernos testimonios de diferentes zonas, personas, problemáticas.
Así, recogimos la opinión de productores medianos y pequeños, de trabajadores y desempleados, de pescadores y vecinos, de gente que siempre fue pobre, de gente que es pobre ahora, de gente que va camino a serlo “si estas condiciones se mantienen”.
El resultado de este testeo, no científico ni exhaustivo, sí intelectualmente honesto, es una serie de notas que entregaremos en los días sucesivos, con el objetivo confeso de que la pregonada crisis no se resuelva en cifras o abstracciones, sino que tenga algunos nombres, algunos rostros, algunas historias reales que, por supuesto, no resumen -ni intentan hacerlo- la situación pero que la humanizan, le dan carnadura y la modalizan. Son, si se quiere, al azar, aquí y allá, sin intención de representar pero representando, los rostros de la crisis.




