Néstor Fenoglio
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Uno, mero ciudadano que cree en la Justicia y en que la fuerza pública nos protege, alcanza a entrever el esfuerzo del gobierno por, primero, establecer la idea de que la política, el poder político, comande a la Policía y, segundo, la idea de depurar lo que se entienda torcido o abiertamente corrupto. Uno puede entender, comprender el esfuerzo, uno puede incluso darse cuenta de que se tocan intereses. Uno puede hasta compartir esos objetivos.
Pero son abstracciones, ideas, necesarias en todo caso, para diseñar una política y dirigir las acciones de gobierno en ese sentido.
Ahora bien, la realidad es otra cosa.
La realidad es que alguien -presuntamente el ex preso- robó y violó en pleno centro y en pleno mediodía en la capital de la provincia, a un puñado de cuadras de la sede del gobierno, de la sede de la Justicia y de la sede de la Policía. En el centro del centro, en horario central.
Y la realidad es que mal puede estar esa persona en una subcomisaría, cuya seguridad general es la misma que la de un kiosco o una fotocopiadora. ¿Qué hacía, realmente, ese preso, tan cargado de simbolismo, en ese lugar?
Porque todo lo demás, el hecho de que sea algo orquestado contra el gobierno -lo cual lo pone en el equívoco rol de víctima-, otra idea; el hecho de que “iba a ser trasladado”, el hecho de que este gobierno propone -otra idea, otra idea- por fin que los presos no estén en comisarías, no puede ocultar la enorme “inocencia” de ese mismo gobierno en materia de seguridad: lo que no puede responder el gobierno es qué hacía ese preso ahí, justo ahí.
Inocencia, ineficacia, impericia, ineptitud también son ideas que, lamentablemente, sí tienen alto correlato en la práctica, y con los hechos. El gobierno deberá bajar del plano de las ideas y empezar a comprender la práctica. Porque la mala praxis anula cualquier buena idea.





