Enrique Cruz (h)
No hay mucho que agregar al muy buen artículo escrito por Alberto Sánchez en esta misma página, absolutamente claro, concreto, real y hecho desde la óptica de alguien que ha jugado al fútbol y que ha crecido en ese mundo de los torneos libres en los que se junta “la Biblia con el calefón” y pasa todo lo que uno pueda imaginarse y hasta no imaginarse adentro de una cancha.
Sé que hay calentura en los dirigentes —algunos de ellos quieren descontarle dinero de su sueldo—, que hay malestar en sus compañeros y, obviamente, en el entrenador. Imagino que algún “reproche” se habrá “comido” en el vestuario al término del partido del martes con los jujeños. Y está bien, si ocurrió, que así sea. Estas cosas son sanas para el grupo si se las arregla puertas para adentro.
Sólo quiero agregar algo: no hay que hacer una carnicería con Brítez. Simplemente hay que tirarle la oreja, pegarle un coscorrón y decirle que así las cosas no se hacen. Educarlo para que adentro de la cancha no pierda un ápice de ese temperamento que tantas veces le elogiaron todos, pero que existen límites que no se deben sobrepasar. Y que ser vivo y pícaro adentro de la cancha no es “hacerse el vivo” con giladas.
Lo banco a Brítez, me parece un chico con padecimientos y sufrimientos muy fuertes en su infancia y crecimiento, cuya vida cambió rotundamente a partir del momento en que apareció la familia Vega para casi “adoptarlo”. Le banco ese deseo interno tan fuerte de jugar cada pelota como si fuera la última y de pelear cada partido como si le estuviesen quitando el pan de cada día. Ese es el Brítez puro y genuino que vale y al que habrá que enseñarle que la deslealtad debe ser su límite. Pasarlo es nocivo para él y para sus compañeros.







