Germán de los Santos - Corresponsalía Rosario.
En una mansión ubicada en pleno barrio de Fisherton, de Rosario, vivía Mario Roberto Segovia, quien fue detenido ayer por agentes de la Side y la Policía Federal en el Aeropuerto Metropolitano de Buenos Aires, cuando se disponía a viajar a Iguazú junto a su primo Sebastián. El ministro de Justicia Aníbal Fernández afirmó luego que a través de otro nombre Germán Héctor Benítez, un hombre de 34 años, detenido en el penal de Sierra Chica “trasladó” de Buenos Aires a Rosario más de ocho mil kilogramos de efedrina.
Según explicaron fuentes de la investigación a este diario, Segovia, a través del nombre de Benítez, adquiría la efedrina del exterior (fundamentalmente de la India) de manera legal (estaba habilitado desde 2006) a 180 dólares el kilo y la vendía al valor del mercado mexicano a 40 mil.
“Germán Héctor Benítez era Mario Roberto Segovia”, aseguró a El Litoral Honorio Rodríguez, jefe de Drogas de Zárate Campana, quien ayer junto a más de una docena de hombres, realizó 13 allanamientos en Villa Gobernador Gálvez y Rosario, donde dieron con la casa de Segovia: una suntuosa mansión frente al golf del Jockey Club, donde los investigadores incautaron “precursores químicos” que vendía a personas relacionadas con el cartel mexicano, que se dedicaba a la fabricación metanfetamina en una quinta de Ingeniero Maschwitz, allanada en julio pasado por el juez federal de Campana Federico Faggionatto Márquez.
La casa de Segovia, que fue allanada ayer, es una mansión lujosa que a pesar de encontrarse en un barrio residencial llamó siempre la atención a los vecinos de la zona.
El misterio de Benítez
Rodríguez explicó que a principios de septiembre pasado un grupo de policías bonaerenses allanó una oficina ubicada en Entre Ríos 1031, frente a la plaza Sarmiento, en pleno microcentro de Rosario, donde funcionaba un laboratorio a nombre de Benítez. “Era un laboratorio fantasma, que funcionaba sospechosamente al lado de uno legal”, detalló el jefe de Drogas de Zárate Campana.
Benítez, quien tenía pedido de captura internacional, “era un misterio”. Los frascos y bidones incautados en la casa quinta del norte bonaerense habían sido adquiridos en el circuito legal, porque su venta en la Argentina no está prohibida, como sí lo está en México. Esas sustancias tenían un número de lote del Registro Nacional de Precursores Químicos, que depende de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar). Por medio de ese registro, los investigadores lograron detectar los laboratorios que habían adquirido esos compuestos. Y una de las direcciones que figuraba era Entre Ríos 1031, a nombre de Germán Héctor Benítez.
Pero ese nombre desaparecía: no había registro de ningún tipo, como transacciones bancarias, teléfonos, domicilio, compras. Nada, sólo una oficina donde según los datos oficiales del Sedronar funcionaba un laboratorio que no existía, pero a través del cual se habían adquirido precursores químicos, en sociedad con un tal Edelmiro González y Raúl Ribet, quien este último está procesado en la causa.
Por eso, los investigadores comenzaron a sospechar que Benítez quien figuraba en la Afip como “vendedor al por mayor de chocolates, golosinas y productos para kioscos y polirrubros” no existía, hasta que la Side descubrió que ese nombre correspondía a un preso de 34 años que cumple una condena en el penal de Sierra Chica. Y que el verdadero vendedor de efedrina era Segovia, a quien el juez Faggionato Márquez tenía previsto tomarle declaración hoy a la mañana.
Antes de que allanaran la quinta en Ingeniero Maschwitz, donde funcionaba el laboratorio de los narcos mexicanos, en setiembre de 2006 el nombre de Benítez comenzó a ser investigado, luego de que en una encomienda aérea que estaba dirigida a él se detectaron 500 gramos de “una sustancia tóxica por ingestión” que es usada “como agente de guerra biológica”. Esa encomienda tenía como destino Entre Ríos 1031, de Rosario, donde funcionaba el laboratorio fantasma que la policía bonaerense allanó en septiembre pasado. Cuando los agentes de Drogas de Campana inspeccionaron la oficina del centro de Rosario se toparon con un lugar vacío, en el que sólo quedaban unas facturas de servicios vencidas tiradas en el piso.





