Por Juan Carlos Liotta (*)
En la década del ‘80, en la primera etapa de la democracia, fui director de Salud Mental de la provincia. Durante un año estuve a cargo de la dirección del hospital Mira y López. Por entonces, fui yo quien hizo el planteo de la política de puertas abiertas.
En aquella época, los pacientes eran alojados en boxes, o sea lugares de contención y de seguridad, que no se justificaban mantener porque había otras herramientas para que los pacientes no sufrieran el aislamiento y la exclusión y se los pudiera mantener en una sala o habitación con farmacología adecuada.
Fue en ese marco, ante la llegada de nuevas moléculas psicofarmacológicas que ayudaban mucho en los tratamientos, que se empezaron a desarmar los muros internos, es decir los boxes, y empezó a haber una circulación interna a través de la cual hombres y mujeres podían encontrarse, verse.
Siempre bajo la tutoría de personal idóneo, comenzaron a organizarse encuentros recreativos, bailecitos... Por supuesto que eso fue todo un proceso: por parte del personal que no estaba acostumbrado a trabajar en esa línea y debía tener una predisposición especial porque ya no era cosa de medicar mucho y encerrar, y también por parte de los pacientes.
En la época en que fui director de Salud Mental y director a cargo del Mira y López, las puertas del hospital hacia afuera no se abrieron nunca. Fueron siempre controladas.
Cuando uno saca al paciente a la calle -lo que tiene que ver con la restauración y la resociabilización de la salud mental y el rompimiento del paradigma de exclusión y el trabajo por la inclusión del paciente-, debe acompañarlo con otros pasos. Son personas que están en un estado de poca o de mucha indefensión, aun compensadas. Por lo tanto es responsabilidad del médico y de la autoridad del hospital cuidarlo, protegerlo, supervisarlo.
Posteriormente a mi gestión, las puertas se abrieron y empezaron a haber accidentes y muertes, puesto que los pacientes empezaron a salir a un mundo desconocido, muchas veces sobremedicados. Los registros al respecto sobran. Un detalle no menor fue que al mismo tiempo que se abrieron las puertas también se abrieron las clínicas privadas.
Un hospital de puertas abiertas pretende la inclusión progresiva en la sociedad de un paciente psiquiátrico que ha tenido la necesidad de ser internado. De ninguna manera y bajo ningún concepto las puertas abiertas significan que un paciente pueda tomarse un colectivo y dirigirse al centro. Eso es abandono de persona. Además, internación en psiquiatría es muy claro: se interna a un paciente cuando hay riesgo de autoagresión o agresión hacia los demás.
Con las herramientas terapéuticas que tenemos, me refiero a la abundancia de agentes de salud y a la psicofarmacología moderna, el período de internación debería reducirse, y los costos ni hablar. Treinta días de internación ya es muchísimo. De un cuadro agudo se puede salir en 12 días. Si a esa persona nosotros la tenemos internada un mes la estamos perjudicando.
Por otro lado, las adicciones son secundarias ya que siempre hay una patología psiquiátrica de base: o hay una psicosis o hay un proceso depresivo.
(*) Médico psiquiatra, presidente de la Asociación de Psiquiatras de Santa Fe y miembro de la comisión directiva de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.




