Uno de los indicios de hasta qué nivel esta zona es “oculta” se refleja en sus calles. Recién en octubre de 2010 algunas de ellas comenzaron a tener sus nombres, elegidos por los propios vecinos. “Nos presentamos ante el municipio con un proyecto para que este barrio sea realmente un barrio y no un bañado. Villa Oculta no existe en los mapas de catastro como barrio, sino como lugar de reservorio. Si los vecinos tienen que recibir una carta o los va a visitar alguien, no tienen calle ni número” cuenta Graciela Underner, colaboradora de la Casa Padre Catena. Algo tan simple como la identificación de la propia vivienda y su reconocimiento en un mapa hace a la identidad de un barrio y a su incorporación como parte de la ciudad.
Mariano Cuvertino El secretario de Gobierno de la provincia de Santa Fe
En Villa Oculta vive una gran cantidad de chiquitos, que no tienen un espacio propicio para jugar. En algunos lugares, montañas de basura, yuyos o ranchitos ocupan el lugar que deberían ocupar juegos y canchitas. Detrás del barrio hay una plaza, que en 2004 se mantenía cercada con alambre y era celosamente protegida y mantenida por los vecinos. Pero, según comentan, llegó gente de otros barrios y destrozó el alambrado. Hoy son los mismos vecinos los que intentan cuidar el espacio y de pintar los juegos, pero comentan que "sin apoyo es muy difícil mantener la placita en condiciones".
En las calles de Villa Oculta, el trinar de los pájaros se funde con ladridos, relinchos y cacareos. Los perros, caballos, gallinas y chanchos forman parte del paisaje cotidiano de este barrio en que, como en pocos, gran parte de los vecinos cría animales. El resto de los vecinos también se dedica al cirujeo o son empleadas domésticas. A pesar de tratarse de un barrio muchas veces estigmatizado por las crónicas policiales, lo cierto es que Villa Oculta está habitada por personas que intentan ganarse la vida honestamente y como pueden.