El resultado previsible de una elección previsible. Cristina Fernández ganó en la primera vuelta y le sacó casi treinta puntos a la candidata más votada de la oposición. Maquiavelo dice que el poder, como las mujeres, ama a los triunfadores, aunque en este caso el triunfo, como en los novelones rosa, tiene cara de mujer.
La victoria política nunca obedece a una causa exclusiva. Que Cristina haya sido la candidata del oficialismo, es más un enunciado que una explicación. No son las razones conyugales las que explican el triunfo, sino las políticas. Kirchner pudo imponer a Cristina no porque fuera su esposa, sino porque concluye su gobierno con un nivel de aceptación social que araña el cincuenta por ciento; una adhesión muy alta para cualquier presidente.
Cuatro años de crecimiento económico con sus consecuencias sociales suelen ser muy persuasivos. Se dirá que hacia el futuro se avizoran tormentas y tempestades. Es posible, pero la gente no suele decidir su voto oteando el horizonte sino sopesando los rigores y las bondades del presente. Los estadistas tienen la obligación de mirar hacia el futuro, las sociedades sólo pueden responder por el presente.
Se sabe que en toda competencia se gana por las virtudes propias y los errores o impotencia de los adversarios. Una oposición fragmentada, sin posibilidades de presentarse ante la sociedad como una alternativa con capacidad de sustituir al actual gobierno, fue ese error o esa impotencia.
Las sociedades, en muy raras ocasiones, dan saltos al vacío. Los instintos sociales suelen ser conservadores y el principio de ``más vale malo conocido que bueno por conocer'' se impone con la eficacia del sentido común. Una oposición en serio es aquélla que está en condiciones de sustituir al gobierno. Esa oposición estuvo ausente en el imaginario colectivo.
Es probable que la oposición no haya dispuesto de márgenes sociales para ensayar otro tipo de alternativa. Sumar el agua con el aceite no suele ser la fórmula más adecuada para despertar la adhesión. En política, las sumas a veces restan y en democracia, no es sencillo arribar a acuerdos preideológicos contra un gobierno que exhibe las credenciales de la legitimidad.
¿Pudo haber hecho la oposición algo diferente a lo que hizo? Es probable, pero lo cierto es que no lo hizo. Para acordar una política opositora más eficaz hubiera sido necesario consensuar acuerdos más consistentes y construir liderazgos más carismáticos, una condición que muchas veces depende más del azar que de la necesidad.
Con todo, el principal aliado del oficialismo no fue tanto la debilidad de la oposición como la fortaleza de un ciclo económico que aún perdura y que sigue brindando excelentes beneficios políticos. Sería injusto desconocerle al oficialismo condiciones para aprovechar las bondades del ciclo económico. El otro gran mérito del kirchnerismo fue el de presentarse ante la sociedad como el garante del orden, de la gobernabilidad.
Kirchner remonta del veintidós por ciento de 2003 al cincuenta por ciento de 2007 no sólo porque contó con favorables condiciones económicas, sino también porque fue capaz de asegurar un determinado tipo de gobernabilidad, que merece ser discutido, pero que a los ojos de amplios sectores sociales se presenta como la única variable posible para asegurar el orden en un país en donde hay que lidiar con los caciques sindicales, las corporaciones económicas, los caudillos provinciales y las condiciones impiadosas de la globalización.
La sucesión política ha tenido lugar. A muchos nos hubiera gustado una sucesión más prolija, más republicana, pero de todos modos hay que admitir que el proceso democrático se cumplió dentro de los marcos del Estado de Derecho. La victoria de Cristina exhibe credenciales de legitimidad auténticas y admitamos que su futuro gobierno puede generar dudas y prevenciones, pero no puede vivirse como el anticipo de una tragedia.
Lo que el oficialismo deberá reconocer es que las elecciones del domingo pusieron también en evidencia a la Argentina plural, reacia a dejarse someter por una sola variable del poder. El triunfo de Cristina fue elocuente, pero también es elocuente el hecho cierto de que más del cincuenta por ciento de los argentinos decidió, por diversas razones, no votarla. Dicho de una manera más directa, Cristina no es la titular política de las mayorías; es la titular de la primera minoría. La distinción es importante y es algo más que un juego de palabras.
La Argentina es un país rico, pero sigue siendo injusto. Ninguna publicidad populista podrá ocultar ese dato. Asimismo, la Argentina sigue siendo un país democrático, pero sus instituciones republicanas dejan mucho que desear. La presidenta ha prometido corregir esos vicios. Sus antecedentes abren serios interrogantes sobre la sinceridad de ese enunciado.




