Nicolás Loyarte [email protected] La mañana asoma nublada por la ventana del Hostal Salamanca en la ciudad de Salta, como lo hace desde diciembre. Y ya es febrero. No llueve, pero sigue nublado y fresco. Un grupo de turistas santafesinos desayuna temprano y se alista para subir a la camioneta 4 x 4 conducida por el guía Federico Rangil que los llevará a 4.170 metros por sobre el nivel del mar. El destino de hoy es Salinas Grandes, Jujuy. La partida es a las 8.30, 'porque si no salimos temprano no alcanzamos a ver los colores de las montañas y la vegetación por la mañana, y el cambio de tonos que sufre por la tarde', explica Federico a los 5 tripulantes acomodados en la Hunday Galloper con comodidad para todos. Para llegar a Jujuy existen dos alternativas: la nueva autopista o la vieja ruta Panamericana Nº 9, más conocida como el camino de cornisa, o 'la ruta de las 500 curvas'. 'Una turista belga las contó. En vez de disfrutar del paisaje iba: `una, dos, tres...'. Yo la miraba y no lo podía creer', acota Federico, al tiempo que consulta por dónde ir. Y la respuesta es unánime: ¡A la montaña! Entonces la 4 por 4 comienza a trepar por una ruta asfáltica enmarañada de vegetación con quintas y casas de fin de semana hacia ambos costados. Hasta subir al punto donde el paisaje se vuelve selvático, húmedo e impenetrable. La camioneta continúa zigzagueando, curva y contracurva; el conductor gira el volante, arrima el vehículo contra la banquina de ripio, frena. Nadie habla: las miradas se quedan con un valle verde, casi infinito, rodeado de montañas que terminan en las nubes. Comienza el ascenso Tras cruzar la Panamericana, ya en la provincia de Jujuy, llegan al dique La Ciénaga. Un espejo de agua donde se practican deportes náuticos, pesca de pejerrey, y cuenta con un complejo deportivo y un camping desde donde parten las cabalgatas. De allí hasta la ciudad de San Salvador los acompañará junto a la ruta un canal de cemento construido a unos 5 metros de altura que transporta agua, junto a los campos sembrados de tabaco. Es la provincia argentina más noroeste, comienzan los controles de Gendarmería. El guía abunda en explicaciones acerca de la historia de batallas de la época colonizadora. En toda la región hubo una fuerte resistencia que hizo difícil el avance de los conquistadores que bajaban desde el Alto Perú. Esos valles y montañas fueron hollados por los indios argamatas, jujuyes y omaguacas, antes de ser escenarios de luchas. 10.30. La camioneta bordea la ciudad de San Salvador y continúa su marcha rumbo a las Salinas Grandes. Las montañas, algunas áridas, despliegan colores rojos, grises y claros. El tablero del vehículo muestra que están a más de 2.400 metros por sobre el nivel del mar, y todavía la ruta sigue en ascenso. Comienza el paisaje de la región denominada Quebrada de Humahuaca: patrimonio cultural de la humanidad. A la vera de la ruta los carteles indican: León, Volcán, Tumbaya. Allí se observan los cementerios como edificios de unos 5 metros de altura con nichos construidos en la cima de los cerros 'para estar más cerca del cielo y para evitar las inundaciones', señala Federico, el guía. El Paso de Jama El paisaje de la Puna los traslada hacia Purmamarca. La camioneta bordea sobre la ruta este poblado donde se observa -hacia la izquierda- las casitas de barro y piedra, con calles que confluyen en una plaza y la antigua iglesia, contra el cerro de los siete colores. Más tarde será tiempo de recorrer Purmamarca, porque al frente todavía les espera la flamante ruta nacional Nº 52, conocida como El paso de Jama, que lleva a las Salinas Grandes y continúa hacia Chile. Es notorio observar las patentes de los vehículos y la vestimenta de los turistas, en su mayoría extranjeros. 'Los argentinos no suelen veranear en esta zona -menciona el guía-, piensan que se sufre el calor, pero es un mito'. La mayor cantidad de turistas son chilenos, sobre todo de la región de Atacama. Al paisaje se suman varios autos con el capó abierto que humean parados junto a la ruta. 'Algunos turistas suben a gran velocidad y desconocen que por la altura los autos se recalientan', explica Federico, que conduce su camioneta despacio. 'Sacá de la guantera esa pomada y abrila', le ordena a uno de los tripulantes que se sorprende de cómo al destaparla fluye el contenido. 'Es efecto de la altura', explica el guía, acostumbrado a mostrar ese tipo de fenómenos. Al mediodía la camioneta asciende lenta por la multicolor cuesta del Lipán, cada vez más alto. Al observar arriba se ve el camino serpenteante cargado de autos, y camiones que se pierden en espiral entre las nubes. Hasta que de repente las nubes comienzan a verse por debajo del trayecto. El calor del verano ya no es tal y no se pueden cerrar las ventanillas porque el oxigeno escasea. Los tripulantes en bermudas y remeras intentan cobijarse con lo que encuentran. Por la ruta cruzan colectivos con la puerta abierta a pesar de que el termómetro ambiental marca 5ºC. Tras la última curva en ascenso llegan a un monolito que señala: 4.170 metros. La camioneta frena junto a otros vehículos y los turistas descienden a pesar del frío y el viento e inmortalizan el momento con sus cámaras fotográficas y filmadoras. Los movimientos son lentos y agitados mientras que algunos tienen las orejas tapadas por la presión. Desde un mirador observan entre los picos y valles algunos montículos de piedra. Son corrales para las cabras que viven en la altura, como sus arrieros. Parece mentira que haya vida humana entre tanta soledad. Valle de sal Vuelta a la camioneta y a continuar la marcha. Ahora viene el descenso, por el oeste de la montaña que ya es parte de la precordillera de los Andes, y se llama Abra de Potrerillo. De repente llega la sorpresa tan esperada: una quebrada deja ver a lo lejos el resplandor de las salinas. Y es un bocadillo de lo que vendrá cuando el vehículo termine de descender la montaña para llegar a ese enorme valle de sal, a 1.295 kilómetros de Santa Fe. Una larga y plana recta deposita al grupo de turistas en el infinito paisaje de sal que en algunos sectores se une al cielo y las nubes reflejadas en los 5 centímetros de agua de lluvia acumulada que hace de espejo. Ellos caminan hasta que la camioneta y los demás vehículos estacionados junto a la ruta se transforman en un pequeño punto. Es la inmensidad blanca, sólida, capaz de soportar el peso de un auto. El silencio rodeado de montañas, en la altura argentina. 12 mil hectáreas a cielo abierto. Es un sedimento químico que se divide en tres partes: la salina poligonal, las eflorescencias salinas, y la limosa. Una monja se levanta la pollera y camina, se pierde en el horizonte. Los turistas no vuelven la mirada hacia atrás, se quieren quedar y grabar en la mente ese momento, para siempre. El Litoral.com




