Rogelio Alaniz
Una confesión, si se permite, a modo de presentación: la fecha nunca me resultó agradable. El calendario no tiene la culpa, tampoco los bravos soldados que pelearon en condiciones muy desventajosas contra el poderío militar anglo-francés, sino los promotores del aniversario. Me explico. La primera vez que oí hablar de la Vuelta de Obligado fue en 1965, en un acto en el colegio secundario promovido por agrupaciones fascistas, entre los que se contaban los célebres Tacuaras.
Mi razonamiento era simple y, como todo razonamiento simple, equivocado o equivocado a medias, lo cual suele ser más grave: si los admiradores de Franco, Hitler y Mussolini en la Argentina reivindicaban a la Vuelta de Obligado, yo por principio debía estar en contra. Algo parecido podría decir ahora: si el gobierno nacional bate parche con la Vuelta de Obligado mi deber es estar en contra. Si a ello le agrego que ciertos escritores de temas históricos se han lanzado a vender libros con el tema o comparan lo sucedido con la campaña libertadora de San Martín, mi rechazo debería ser más profundo.
Sin embargo no es así o por lo menos no debería ser así. Después de todo, un acontecimiento histórico que había despertado la adhesión de San Martín y de los principales jefes de la guerra de la Independencia no debería haber sido tan injusto. Incluso, visto desde el punto de mira del cálculo político, no era conveniente ni práctico permitir que una fecha noble de la Argentina quedara en manos de los fascistas o del oficialismo de turno o de los vendedores de libros de Historia.
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