Ignacio Andrés Amarillo


Ignacio Andrés Amarillo
Tan dilatada como espaciada ha sido la colaboración entre Juan Falú y Marcelo Moguilevsky. El tucumano hablará de tres discos juntos en 30 años: se trata de “Improvisaciones” (1996), “Semitas” (2003) y “Ayer es siempre” (2016), de la mano del cual llegaron a los Lunes del Paraninfo esta semana. “Tenemos nuestros caminos, respetamos los caminos de cada uno. También nos gusta que el encuentro se dé cuando se tiene que dar: termina siendo un motivo de celebración”, destacó más tarde el más veterano de los dos.
Y llegan desde lugares distintos. Falú es parte de una reunión norteña entre la guitarra clásica y la popular folclórica, cruce que quizás tenga en su tío Eduardo uno de los puntos más altos y distintivos (de la misma forma que ese cruce se da en el Litoral en la “escuela paranaense” vinculada con Eduardo Isaac). Su visión del folclore, en su instrumento esencial, es de una síntesis melódica y estructural: como cuando habla o canta, la guitarra del tucumano es de una parquedad dicente, sin perder en ese camino la gracia.
Moguilevsky viene del cruce de la academia y otras músicas, como el jazz y el klezmer: podríamos hacer una historia de la relación entre el clarinete, instrumento ashkenazi por naturaleza, y su presencia en otros registros (arrancando por Benny Goodman y la intro de “Rhapsody in Blue” de George Gershwin, y de ahí para acá). En el proyecto que aquí nos convoca, sus instrumentos centrales son los clarinetes tenor y bajo (que toca melódica pero también percusivamente, tanto en las llaves como al soplar) y las flautas dulces, la soprano en do (esa que frecuentábamos de chicos) y la contralto en fa: las toca de una manera isabelina, con mucho legato, usando el toque de lengua en los énfasis, como el golpe de arco en un instrumento de cuerda.
Diálogos
Así arrancaron con el diálogo entre clarinetes y guitarra en “Zamba de Argamonte” (del Cuchi Leguizamón), que continuó en el gato “El buscapié” (compuesto por Falú). La guitarra abrió para que “Mogui” (como lo llama su compañero) arranque el tango “Silbando” (Cátulo Castillo-Sebastián Piana) justamente con su silbido: una forma de hacerlo como los viejos trabajadores que chiflaban melodías rumbo al trabajo, con mucho trino, encontrando una continuidad en la flauta soprano. El toque severo de Falú antecedió a cuando su voz áspera arrancó con “En una noche severa, un beso me dio una estrella”, en una versión minimalista pero creciente de “Vidala del imposible”, de “un compositor no muy conocido” (Juan Carlos Franco).
Sobrevino una versión instrumental de “La cruzadita”, chacarera de Pepe Núñez (aunque Falú se encargó de decir la letra antes: un tratado de paz entre santiagueños y tucumanos), que salió a flauta contralto y guitarra. Moguilevsky tomó la voz para cantar “Huella de ida y vuelta” (Roberto Yacomuzzi y Lalo Molina), sobre la guitarra renacentista de su compañero, que también se sumó al canto. Un “Para los cantores, para los cocheros” introdujo las fintas instrumentales de la “Chacarera del 55”, casi como un duelo cayendo a tierra juntos en el remate de cada vuelta.
Recuerdos
Ahí vino el momento de “Ayer es siempre”, la canción que Falú le compuso para un hermano fallecido no hace tanto: una elegía a la eternidad de la infancia, que demandó a Moguilevsky la interpretación de la armónica cromática, con la gravedad de un Toots Thielemans perdido en Tucumán. Salieron de ahí hacia la festiva chaya “Algarrobo, algarrobal” (Cinaglia-Ponferrada) y una versión algo piazzoleana de “El choclo” (Ángel Villoldo).
Hacia el final, navegaron las “Coplas del regreso” (música de Gustavo “Cuchi” Leguizamón) y fueron nuevamente hacia arriba con “Pampa de los Guanacos”, la intensa y alegre chacarera de Agustín Carabajal. El tiempo de rasguido doble impone siempre una rara introspección, y así abordaron “Pan del agua” (Ramón Ayala) en la que compartieron el canto, con Moguilevsky silbando y Falú (siempre admirador del peculiar “Mensú”) sumando melodías sobre la arquitectura rítmica, inexorable como el río. Para el final, terminaron con un enganchado de valses: “Palomita blanca” (Anselmo Aieta) se fundió sin fisuras, todo picadito, con “Amarraditos” (música de Pedro B. Pérez).
Así, despacito como entraron, se retiraron estos viajeros de la música, siempre contentos de encontrarse en algún recodo del camino.
El Dato
Convidados
Como número de apertura se presentó La Taba, dúo folclórico enraizado en la Ruta 1 (como gustan decir ellos mismos), que combina las búsquedas rítmicas de Maxi Maglianese (percusión y voces) y el anclaje más tradicional de Juan Perino (guitarra y voz). En la ocasión, estuvieron acompañados Gonzalo Carmelé, en bajo, y (como sorpresa) Natalia Pérez (compañera de Maxi en Cántaro), en voz. De a dos, tres y cuatro pasaron por autores como Víctor Heredia (con su obra “Taki Ongoy”), Raúl Carnota y Aníbal Sampayo (la histórica “Garzas viajeras”).