Diana María López
Diana María López
La experiencia estética es una irritación de la comprensión, el colapso de nuestras categorías con las que normalmente percibimos el mundo. Si se la define sólo como una ampliación de la conciencia o de nuestro horizonte de experiencias, no alcanza para ver que el arte no sólo nos confronta con otros significados, sino que en esencia nos enfrenta a la extrañeza del significado.
La nuestra es una época en pleno uso de su desconcierto, sufre un hábito formal del que es incapaz de desprenderse: la música es música, la literatura es literatura y el teatro... ¿qué es? Aquel arte que logra plasmarse en una expresión integral, la más neta y la más verdaderamente liberada. El teatro es la vida misma en lo que ésta tiene de irrepresentable. Puesta en obra en cada puesta de una palabra inédita, expresarse no resuelto por anticipado en otro lugar y en otro tiempo que no sea éste, el de la puesta. El teatro seduce y fascina, pero también explica y hace pensar. Desvía y entretiene, pero también enfrenta y ayuda a tomar conciencia. El teatro no sólo se ha hecho para describir al hombre y lo que éste hace. El teatro es lo que nos mantiene en estado de alerta frente al hombre que intenta silenciarnos. El teatro de Griselda Gambaro se levanta contra el detentador abusivo del poder de la palabra. Al intentar preservar el “ideal del arte” integrando su cuestionamiento, el espectáculo actúa no sólo como un reflejo sino como una fuerza que, en el gesto, reemplaza a la palabra como poder absolutamente emocionante de la obra.
La puesta en escena de “Decir sí” recupera el valor de gratuidad lúdica en la creación artística. “Decir sí” es una obra de teatro donde lo desopilante, lo hostil, lo adverso, irán entretejiendo una trama compleja, apasionada y visceral. La pieza irradia algo helado, inquietante, que a la vez entraña la búsqueda de la belleza. Se trata de una belleza velada, umbral entre el ser y el aparecer hasta la pérdida de la inmediata capacidad de diferenciación. Todo parece pasar por el proceso dramático de los movimientos aleatorios y los destinos cruzados de sujetos llevados a sostener una historia incompleta, no deseada, no buscada, pero inevitable.
Con una danza instintiva de movimientos medidos en todo el despliegue de su espontaneidad, “Decir sí” explora las diferentes facetas de un encuentro de rutina de dos hombres -en una peluquería- que, sin conocerse, se deploran. Las palabras, resueltas en más monólogos que diálogos, responden a una inevitable necesidad de comunicación, en tanto que los silencios evocan la inquietante distancia entre los cuerpos alejándolos de todo contacto físico que pueda experimentarse como amenazante.
La dirección que Sergio Abbate desarrolla con maestría, busca encontrar el balance máximo en el absurdo, colocando a los actores en el espacio de un intenso juego escénico de plasticidad singular en el que se debaten interpretaciones diversas, misterios compartidos y certezas no revisadas acerca de reglas y mandatos encarnados en la vida cotidiana, introyectados y asumidos acríticamente por sujetos atravesados por una realidad socio-cultural de opresión y censura: la Argentina de 1981. La sensación constantemente amenazante de prohibición y peligro que transmiten los gestos de los personajes, se plasma en la densidad de la fuerza expresiva de la puesta en escena como reflejo de una sociedad debilitada por la violencia institucional ejercida literalmente sobre los cuerpos y necesitada de la recuperación de vínculos solidarios que unos años más tarde se plasmará en el advenimiento de la democracia. La interpretación elocuente y frontal, lo que se dice como lo que se calla, entraña indefectiblemente la búsqueda de la aceptación y el reconocimiento en el contexto de una experiencia existencial desintegrada por la incertidumbre y la ausencia de sentido. No se trata de uno mismo, sino de encontrar algo. Tomar distancia del poder totalitario y el rumor difamatorio para, definitivamente, ir al encuentro de la posibilidad de exponerse sin tener que responder a los demás, sin tener que “decir sí”. Cuando se avanza a tientas, sólo queda lo posible dentro de los límites del deber: el gesto de lamentación, la mueca de la sonrisa forzada, el rictus sepulcral y fúnebre de rostros que ya no disimulan otra cosa fuera de lo que expresan... no hay piedad ni razón para que la haya. Suave en su sensibilidad contenida, el gesto es natural, no retrocede, no resiste, no trueca lo que se deja ver en algo diferente en lo que podría pensarse para no ser tan brutal. El discurso, visceral y autoritario, pone al descubierto la psicología tortuosa de unos personajes que se enfrentan en la arena de la vida, preparados -innecesariamente- para una inútil guerra de prejuicios frente a la amenaza clavada en la carne de un supuesto enemigo, tan omnipresente como irreal. El desamparo aplasta toda singularidad en un silencio que oprime y lanza al vacío. Las frases cortas contrastan con la verborragia irrefrenable y lo que empieza siendo una conversación “normal”, desbarranca de la mano de la desconfianza compartida, de tal modo que, el poder de la mascarada se sustrae a la mirada inquisidora, los roles se intercambian y se disuelven porque ficticios, y todo es posible, la vida como la muerte.
Los actores, Mario Sejas, preciso, controlado, cubriendo los distintos registros de un personaje insensible y ambiguo, tan distante como cruel, y, Bruno Tourn, construyendo con solvencia un personaje que gira sobre sí mismo sin parecer encontrar la salida fuera de su “decir sí”, dan vida a una interpretación que pone de manifiesto la adecuada utilización de los tiempos, el conocimiento del texto de la obra, la atención a las orientaciones del director y la escucha del dictado de los propios deseos: estar allí y no de cualquier manera. Mucho más que un plan calculado y dirigido, mucho más que una fantasía desordenada. ¡Un sueño cumplido!
La estética de la escena no es sólo texto representado, es consumación de una paradoja: mezcla de repetición infinita con la sensación del absoluto presente de “la única vez”. Si en lo efímero y la extrañeza está la belleza, la importancia vital del arte lo está en el momento en que nos conmueve. Gratamente recibida en el escenario teatral de Santa Fe, la fuerza creativa y el valor estético de “Decir sí” trae merecidamente a primera plana para quienes el teatro sigue siendo un lugar luminoso, un guion de calidad y una puesta en escena para disfrutar.
Dramaturgia: Griselda Gambaro.
Elenco: Mario Sejas, Bruno Tourn.
Puesta en escena y dirección: Sergio Abbate.
Diseño de iluminación: Oscar Heit.
Fotografía: Mauricio Centurión.
Producción: Irene Achenbach.
La 3068 Espacio de Artes (San Martín 2068, Santa Fe, los domingos de mayo).
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