Roberto Schneider
Roberto Schneider
Violeta y Baltasara viven desde hace años juntas. La primera es la dueña de casa y la otra su sirvienta. La soledad las abruma y cada una de ellas vive la vida como puede, con un pasado que de algún modo corroe sus existencias. Viviana Cordero es la autora de esta obra que presentó en el Foyer del Centro Cultural Provincial el Grupo Teatral Pájaros Volados para ratificar con excelentes resultados un inteligente camino de investigación iniciado con “La edad de la ciruela”.
Como expresaron las hacedoras del espectáculo en declaraciones previas al estreno, el texto propicia la reflexión a partir de temáticas de profundísima actualidad como el feminismo, el patriarcado y los mandatos familiares. Citan en el programa de mano uno de los textos de Violeta: “Nos han enseñado bien los hombres, nos han enseñado a dudar de nosotras mismas...”. La expresión certifica sin discusión alguna la intención de la dramaturga y de las hacedoras de la propuesta, en la que se construye una serie de escenas que, si bien podrían funcionar de manera casi autónoma, conforman la historia de esas dos mujeres y sus dolorosos pretéritos. Esta estructura permite al espectador armar su propio relato, en el que esas escenas pueden sucederse en cualquier orden.
Toda la obra -los textos y su traslación escénica- está pensada en los bordes de una tragedia, por momentos de una parodia y con mucho dolor. Aquí no hay artificio; lo que duele, es doloroso. Y cobra entonces dimensión la fuerte presencia como temática de la relación entre víctima y victimario. Uno de los mayores resultados de este trabajo es precisamente mantenerse siempre dentro de esos límites y en ningún momento cruzar del lado equivocado, incluida la magnífica escena de vampirismo, que ofrece diversas lecturas.
El trabajo con las actrices es el mejor logro de “Mano a mano”. Conmueve y sorprende cómo la señora y su sirvienta establecen su propio vínculo. Discuten, remueven viejos rencores, se acercan y alejan en un juego por momentos cargado de perversión. Los parlamentos tienen tintes de tensión y de emoción. Antonela González construye con indisimulable entrega los difíciles vericuetos de un personaje con excelentes resultados. Está muy bien acompañada por Lucila Taboada, segura y convincente. Ambas manejan sus cuerpos atravesados por la tristeza y tienen un estupendo registro de voces claras y elocuentes.
Las tres directoras del espectáculo son María Agustina Eguiluz, Gabriela Garbarini y Cecilia Mazetti. Otorgan al espacio escénico una simpleza que es perfecta. No se trata de un juego meramente estético sino de una forma cercana al realismo para mostrar la desolación, la angustia, la conmoción. Estos sentimientos se producen por la fuerza de los textos y por la intensidad de las relaciones que estas mujeres establecen. Todos los rubros técnicos están sumamente cuidados y el público lo agradece. La totalidad permite asimismo una clara lectura: en esa historia, como en la vida, las pasiones se cruzan para generar discursos de notable vigencia.