Ignacio Andrés Amarillo

Además del poderoso show de Metallica, el Hipódromo de San Isidro recibió a artistas consagrados y ascendentes, integrantes de la banda de sonido de nuestro tiempo.

Ignacio Andrés Amarillo
La primera jornada del Lollapalooza 2017abrió con un día soleado, para recibir a los que llegaron temprano al Hipódromo de San Isidro. Los mexicanos de La Máquina Camaleón abrieron los espacios principales desde el Main Stage 2, mientras que Deny calentó el 1 con su propuesta posthardcore. “¿Quién vino a ver a Rancid?”, fue la pregunta, indicando a qué público apelaron (mucha juventud, por cierto). Con su romanticismo electrificado, cerraron con “Invencible” (con el cantante Nazareno Gómez Antolini tirado entre el público, con una toma cenital de la grúa).
Con el sol de frente salieron los angelinos Silverson Pickups, con su propuesta alternativa, de esas que se rasguean “todo para abajo”, con buenas ideas melódicas, toque folk y estribillos gancheros. El cantante y guitarrista Brian Aubert encontró su contrapeso en el carisma casi silencioso de la bajista Nikki Monninger, con sus Gibson Thunderbird y su vestido celeste. “Es nuestra primera vez en la Argentina, y la primera en Sudamérica. Estoy muy emocionado porque mi cuñado es de acá”, tiró Brian (al final el público le mandó un “hola, Segundo”). Había mayoría de descubridores, pero también seguidores del cuarteto.
Reválida de títulos
León Gieco salió al frente de la formación rockera (basada en la banda Infierno 18, y dirigida por el baterista Nico Taranto) en la que se apoya en estos tipos de shows (ya había sido soporte de Metallica en 2010). Refrescadas por la distorsión, la batería metalera y las secuencias electrónicas, salieron versiones de “En el país de la libertad”, “Los Salieris de Charly”. “El ángel de la bicicleta” (con una referencia a la represión en el comedor de Lanús). “La colina de la vida” estalló punk, recordando a la versión de Attaque 77. Para los nietos recuperados dedicó “Semillas del corazón” pegada a “Hombres de hierro” y “El imbécil”.
Para reivindicar el “Ni una menos”, hizo a capella “Cinco siglos igual” y “La memoria” sin banda, con imágenes de mujeres ejemplares y luchadoras. La energía volvió con “Pensar en nada”, “El fantasma de Canterville” y “La mamá de Jimmy”. El grito de “León, León” despejó las dudas sobre su inclusión en la grilla.
Para bailar
Desde el otro lado, una bailable base tribal invitó al show de los británicos Glass Animals, con su estructura de dos teclados, guitarra, batería y secuencias, sumando al bajo o la segunda guitarra. El resultado es un planteo pop y bailable, con la voz suavecita de Dave Bayley. Cuando el vocalista bajó a las vallas con un micrófono de cable larguísimo, las chicas lo recibieron con grititos de fanatismo. Volvió al escenario con una bandera argentina con el nombre de la banda (banderas había varias, de Perú, Venezuela, Uruguay y Paraguay, mezcladas con acentos europeos).
Los Cage the Elephant salieron con su guitarrista Brad Shultz haciendo mosh sobre el públco, con un sonido indie y vintage. Su cantante Matt Shultz (camisa roja y zapatos dorados, como Sandro cuando era joven), terminaría bajando, descamisado, al vallado central. De la electricidad valvular a los mid tempos acústicos, acapararon la atención de curiosos y un nutrido grupo de fans. Sin perder intensidad durante la hora de show, en una interacción con el público casi sin palabras.
The 1975 llegó como un cóctel de sonoridad bailable, con elementos de disco, tecno y funk, ubicándose por momentos en algún punto entre Prince y Tears for Fears. Oriundos de Manchester, son parte de la cantera musical, pero no del sonido asociado a la ciudad. También hay cosas de electropop más moderno, uno de los atractivos del grupo junto con la lánguida estampa de Matthew Healy (chaqueta militar y luego camisa blanca). Entre lo más festejado está “If I Believe You”, “una canción que habla de Jesucristo”, con sabor gospel. El final fue a puro agite, con “The Sound”.
Maestros punks
"Nos tomó 25 años llegar aquí. Estamos apenados”, dijo Lars Frederiksen frente al “Yo soy de Rancid, es un sentimiento, no puedo parar”. Es cierto: eran la única banda del punk californiano que nunca había venido, situación que saldaron con un side show el jueves y con esta presentación en grande. Es impactante ver a estos veteranos todavía activos, tatuados sobre su nueva fisonomía (los Bad Religion tienen más cara de señores grandes, por ejemplo).
Lars Frederiksen es el portavoz, mientras que Tim Armstrong es el personaje característico, con su barba, su tatuaje en la pelada y su guitarra con caja toda cascada, tocada como zurdo; Matt Freeman es el bajista casi jazzístico del grupo, el que le dio al punk rock esos arpegios y escales que bajan y suben y muchos quisieron imitar, saliendo de las tónicas; eso, y las interacciones vocales de los tres históricos, son la base del sonido del grupo. A ellos se une Branden Steineckert, el miembro más nuevo, inquieto tras su batería acrílica. Kevin Debona se suma en algunos temas en los teclados.
Abrieron con “Radio” y “Roots Radicals” y dedicaron “Last One to Die” a los Metallica (con los que volvieron a compartir escenario después de 21 años). “Salvation”, “Old Friend”, “Rejected”, “Olympia, WA”, “Honor Is All We Know”, “It’s Quite Alright”, “Fall Back Down” fueron parte de la lista, con los clásicos “Time Bomb” y “Ruby Soho” en el cierre.
Aire fresco
The XX llegó como una de las propuestas frescas de la música actual, y como un remanso entre el show de Rancid y el de Metallica (que tocó el sábado). Se trata de un trío integrado por Romy Madley Croft (guitarra y voz), Oliver Sim (bajo y voz) y Jamie XX (programaciones, percusiones y demás). Su química se alimenta en el cruce de bases electrónicas, guitarras a lo The Cure o U2 y bajos contundentes, con el juego entre las dos voces, siempre en tono íntimo, creando una unidad con un público que conoce los tres discos cruzados por un X simple en la portada. Uno de los momentos más festejados fue “Performance”, la canción que Romy canta sola con su guitarra, “I Dare You”, “Loud Places” (el momento en solitario de Jamie) y la despedida con “Angels”, “una canción que habla de amor”.
Bajo el sol ardiente
El segundo día comenzó pasado el mediodía de la mano de Usted Señálemelo y el indie de Bándalos Chinos, capeando el rayo del sol. Ahí se enganchó el set de Turf, estribillero y ganchero, con el inefable Joaquín Levinton imitando el mal español de los grupos visitantes, la banda grande (incluyendo vientos) y la gente moviendo las manitos. “Es la primera vez en 20 años que tocamos a esta hora. Es raro, pero no tanto como otras cosas”, dijo el cantante después de “Cuatro personalidades”. “No se llama amor” pasó swingueada, con “Magia blanca” (“algunos no habían nacido, otros son abuelos, otros ya están muertos”) y el set de “Loco un poco”, el hit de cancha “Pasos al costado” y la inevitable “Yo no me quiero casar, ¿y usted?” (“éste va a ser el pogo más grande del mundo, el del Indio Solari no existe”).
Otro debut esperado fue el de las mellizas canadienses Tegan and Sara, en voces y algunas teclas (escoltadas por un trío de batería, bajo y más teclas), mostrando su proyecto electrónico y cancionero. Bonitas y simpáticas, fetiches para la comunidad lésbica, destacaron lo que comieron y bebieron en esta primera visita (que incluyó un side show en Niceto) y cómo se estaban quemando con el sol. “Nineteen”, una de las canciones más viejas, fue bastante festejada, como así también “Closer”, uno de sus mayores hits. “Potra”, le gritó una voz femenina a Tegan. En el final, hubo alguna chica a hombros de otra: la diversidad entró en las costumbres del entretenimiento de masas.
Intensidad
Los galeses de Catfish and the Bottlemen trajeron un intenso show con guitarras al palo tirando melodías coreables, con ritmos para saltar desde la batería. Por momentos, uno tiene la sensación de que esas sonoridades se han vuelto un poco remanidas en los últimos años, pero la fórmula funciona, especialmente entre los fans strokeros que llegaron temprano y se prendieron al mosh.
Jimmy Eat Word debe haber entrado en la cabeza de algunos argentinos cuando aparecieron en la serie “One Tree Hill”, tocando en el Tric. Más de una década después, llegaron con su espíritu de rock americano post grunge, con guitarras directas, bien al frente, y el beat cuadrado y frontal en la batería; los coros acoplados a la voz principal, jugando entre una y tres voces. Hacia el final hubo rueda de pogo y promesas de regreso.
Veteranos en pie
Simon Le Bon (“mi nombre es Bon, Simon Le Bon”, diría más tarde) recibió al público con los brazos abiertos y la voz intacta, al frente de la formación que integran Nick Rhodes (teclados), John Taylor (bajo), Roger Taylor (batería) y Dominic Brown (guitarra), acompañados por Simon Willescroft (saxo tenor) y las coristas Erin Stevenson (intensa) y Anna Ross.
“The Wild Boys” salió con llamas al frente, seguido por “Hungry Like the Wolf, “A View to a Kill” (con música de James Bond) y “Last Night in the City” (lucimiento de Erin). Ahí les volvieron a cantar “Olé, olé, Duran, Duran”. “Hemos tenido la más increíble relación por décadas. Nunca tocamos para tanta gente como hoy”, les respondió el cantante. “Come Undone” antecedió al funk de “Notorious”, que se continuó en “Pressure Off”, con Nile Rodgers en la pantalla.
“Planet Earth” se enganchó con “Space Oddity” de David Bowie, en un tributo al Duque Blanco, y con un hit tardío como “Ordinary World”. Pasaron “I Don’t Want Your Love”, “White Lines” “(Reach Up for the) Sunrise” pegado a “New Moon on Monday” y “Girls on Film”. Para el cierre, hicieron “Save a Prayer” y “Rio”.
Voces melodiosas
Los norirlandeses de Two Door Cinema Club, encabezados por el cantante y guitarrista Alex Trimble y el guitarrista Sam Halliday, trajeron su proyecto indie pop con toques electrónicos: rodeados de pantallas verticales en semicírculos, mezclaron voces en falsete, con elementos de música negra, reemplazando al bajo por teclado en algunos temas, teclados por guitarras, batería con pads y secuencias aquí y allá.
El cruce fue con The Weeknd, que es el nombre con el que Abel Tesfaye firma su iniciativa musical. Llegado al país con su novia, Selena Gómez (cómo acumula novios peculiares la cachetona), subió al escenario ya preparado con la estética de set electrónico, con él abajo y sus músicos (guitarra, batería y teclado/bajo) arriba de una tarima cubierta de pantallas. Así, el productor y cantante (su voz tiene algo de Michael Jackson) mostró sus ideas, que pasan por una invención de “electrónica canción”: el show se vivencia de una manera más parecida a un DJ set que a un concierto, invitando a bailar y sentir.
Chicos bien
La multitud se concentró en el Main Stage 1 para que explotara con The Strokes. Los chicos ricos de Nueva York, y los últimos rockeros salidos de ahí encabezados por el hijo del agente de modelos, Julian Casablancas (que se dobla sobre el micrófono como un Joey Ramone glamoroso) y el hijo guitarrista de productor famoso homónimo y modelo argentina (Claudia Fernández), Albert Hammond Jr. Completan el equipo el baterista Fabrizio Moretti (el ex de Cameron Diaz) Nikolai Fraiture en bajo y Nick Valensi en la otra guitarra.
Luego de una versión cumbia de “Reptilia” en los parlantes, y pinchados por una serie de chistes más o menos disparatados de Julian (sobre Messi, las chicas, sus compañeros y otras cosas incomprensibles), ametrallaron con muchas de sus canciones más intensas: “The Modern Age”, “Soma”, “Drag Queen”, “Someday”, “12:51”, “Reptilia”, “Is This It”, “Threat of Joy”, “Automatic Stop”, “Trying Your Luck, “New York City Cops”, “Electricityscape”, “Barely Legal” y “Last Nite”.
Salieron pero para volver con los bises de rigor: “Heart in a Cage”, “80’s Comedown Machine y “Hard to Explain”. Hubo otra vuelta ante el “que nos echen a patadas” de la gente. “Estoy confundido, me dijeron que salga y esos eran todos los bises”, tiró Casablancas, antes de “You Only Live Once”, para volver a salirà pero con un regreso más: “Take It or Leave It” (hace como 25 años que no lo ensayo”) por insistencia popular.
Ahí sí se descolgaron los instrumentos y partieron sin decir más. Los más fervorosos de entre la audiencia tenían una última bala de plata: irse a relajar con el DJ australiano Flume, con sus ritmos lentos y profundos, como gran chill out para cerrar dos días de sonidos globales.