El creador de “Amanece en la ruta”, “Él anda diciendo” y “Vía México” se prestó a la charla con El Litoral, coincidiendo con los 40 años de la publicación de “Lluvia de gallinas”. El músico dejó unas perlas de la composición de éxitos, y analizó el rock contemporáneo.
“Nunca hubiera pensado hacer un tema sobre alguien que ve su propia muerte”, reflexiona Zavaleta sobre “Amanece en la ruta”. Foto: Gentileza Lucrecia Zavaleta
“Soy un buscador de esos que no se conforman”, canta Adrián Dárgelos por ahí. “Yo siempre fui un buscador. Es la única manera en que encontrás algo”, arroja, del otro lado del teléfono, Miguel Zavaleta. Por este carril, el de la sorpresa entrenada y pilla, desfilarán los conceptos con los que el cantante de Suéter va a impregnar la conversación otorgada a El Litoral, con carácter, humor y drama. Ante todo, cultura rock.
¡Qué raro!
La tercera década del siglo XXI tuvo, para Zavaleta, un reencuentro con el objeto CD. Su primer álbum solista -iba a ser el sexto de Suéter- fue repatriado por Ediciones Insolubles en 2022. Se llamó: “No lo sé, suerte, quizás”. El año pasado, la discográfica capitaneada por el melómano Fernando Brener -coautor de “Catálogo de vinilos”, junto a Claudio Zuccala- reeditó “Lluvia de gallinas”. Cuarenta años después, Miguel abraza con cariño la nave nodriza que transporta, por ejemplo, “Mamá, planchame la camisa” y la eterna “Amanece en la ruta”.
Aún no entiende del todo los arreglos que hacía. Es un extrañado ser, pura intuición. “Si no estuviera seguro de que las hice yo, no sabría de dónde salieron. Musicalmente no tenía idea de nada en absoluto, sin embargo cuando las analizo ahora digo: ¡Puta, tiene un sentido!” Para escenificar la sorpresa, nuestro interlocutor elige dos piezas musicales. “El fugitivo” y “El pecarí”, dice, “no se parecen a ningún tema, tampoco a alguno que haya después”. Y refuerza: “No es que uno, porque las piensa o las hace, las tiene dentro de la cabeza. Aparecen”.
“Yo no era músico”, avanza, “agarraba una idea y le daba forma”, suelta más adelante. “Las canciones del primer disco las hice en un año. El segundo [‘Lluvia de gallinas’] se me vino un poco encima y pude hacer lo que hice. Me gusta, pero no tanto como el primero ni el tercero ni los demás”. Comparando, con la autoridad añejada por el tiempo, prosigue: “El primer disco tiene algo diferente, que yo nunca soñé que pudiera suceder. No sé hasta qué punto mis temas son modernos o antiguos. Pero me parece que han pasado un pequeño examen con el tiempo y se pueden tocar al día de hoy y suenan coherentes. Es un honor para mí”.
Igualmente, Zavaleta tiene claro que en la segunda placa hay una gema: “Amanece en la ruta”. (Corre por cuenta del firmante de esta nota un anagrama posible, prescindiendo de una de las “e”: “nacerá-en-tu-alma”).
Miguel anda diciendo, o reafirmando, lo que se dice por allí: que Amílcar Gilabert les sugirió que lo incluyan en el álbum. “Cuando la escucha, le llama la atención y lo comenta. Ya me lo habían dicho un par de personas en privado. Con sólo escucharlo una vez, lo habían recordado sobre todo lo demás. ¡Qué raro! ¡Yo no le tenía ninguna fe! No pensé que le interesara a nadie, mucho menos el tema del cual hablaba. De pronto, me lo dice a mí, nos quedamos mirando entre nosotros y llega dos horas después Charly, lo dice de vuelta y se acabó. Ahí está: entró”.
Marginal y popular
“Quizás la más enigmática y surrealista lírica del rock argentino”, afirmó Bobby Flores sobre “Amanece en la ruta”. Miguel reconstruye el clímax de la canción. “Me acuerdo perfecto”, dice. Luego de hacer la música, encontró un nombre, y a partir de ahí la letra fue una catarata incontenible.
Coherente con el tono de sus respuestas previas, MZ vuelve a enunciar la sorpresa. “El hecho de que se haya vuelto tan popular no me lo esperaba bajo ningún concepto. La idea del tema fue saliendo mientras lo hacía. Fui dejando que las ideas vayan armándose. Nunca hubiera pensado hacer un tema sobre alguien que ve su propia muerte”.
A medida que aceleramos sus recuerdos me estremecen. Zavaleta confiesa que, cuando empezó, Suéter era considerada una banda rara. “Todo el mundo nos pasaba como gordo en maratón”. Es el primero de una serie de gags que oxigenan la labor canular de recordar. “Suéter” (1982) no tenía hits ni estribillos. “Las canciones en aquella época tenían introducción, estrofa, puente, estribillo... y si es posible, repetir el estribillo a muerte. A mí me gustaban ciertas cosas que el pop trataba de soslayar. Pero mis patas están en los 70. Nunca se me pasó por la cabeza que yo pudiera tener temas de éxitos porque, primero y principal, nunca seguí las formas. Por ende, nunca pensé que pudieran ser tomadas por otros músicos. Me encanta escuchar las versiones. Me parece muy amable, reconozco que he tenido mucha suerte y que las cosas que me están sucediendo en este momento de la vida son cosechas”.
Igualmente, se desmarca: “Escuché un par de temas míos hechos en cumbia... y la cumbia argentina es tan asquerosa que eso no me da ningún tipo de orgullo. Si quieren que lo hagan. El problema es que seguramente le va a gustar a la masa de la gente mucho más que la versión original. Y es algo que está en las antípodas”.
“Me maté de risa durante 15, 20 años, pero no sembré muchas cosas”, comenta el músico reivindicando el humor como forma de vida. Foto: Archivo El Litoral
Sólo riendo solo
El niño Miguel Zavaleta bailaba chueco el malambo a sus cuatro años. Lo habitaba una chispa. Cuando surgieron las primeras bandas de su época, sonaba por todos lados “Era en abril”. “Un temazo, pero triste”, acota. “Yo no quería hablar de boludeces, pero el humor era muy importante para mí, mis compañeros y mi generación. Era un aglutinante”. Bajo ese aura, nace La Ray Milland Band, a partir de un concepto de Pipo Cipolatti multiplicado por la grupalidad (Calamaro, Melingo, García, Aznar, entre otros apellidos ilustres).
¿Sería posible una banda de tales características en la actualidad? “Habría que juntar cuatro cantantes que están de moda... no sucedería. Porque no tienen humor. Te hacen reír, no porque quieran, sino porque están disfrazados de cualquier cosa y hacen cualquier cosa. Pero ellos no se ríen, son serios como perro en bote. Y el rock anterior a nosotros también era serio. Ellos nos decían ‘los grupos divertidos’, como si fuéramos un montón de idiotas. Pero de los grupos divertidos salen Los Abuelos de la Nada, Suéter, Los Twist, Virus”.
En 2010, Miguel fue parte del elenco de “Pájaros volando”, película dirigida por Néstor Montalbano y protagonizada por una multitud coronada por Diego Capusotto. “Pasamos una filmación divertidísima”, cuenta quien encarnó al artesano Robert. “El humor de ‘Del tomate’ y ‘Cha cha cha’ es una continuación de nuestro humor. Fabio (Alberti) y Capusotto son de mi generación, ocho o diez años más chicos. Siempre me sentí identificado, siempre fueron del riñón del rock. Muchos de los personajes de ‘Del tomate’ trabajaban con Piola (Gabriel Chamé Buen Día) y yo les enseñaba esgrima teatral. El humor que usábamos era bastante corrosivo: nos reíamos de todos y de uno mismo”.
Sí, Zavaleta lo tiene claro: “Yo siempre dije que cobraba en risas. De hecho, me quedé riendo solo como un tarado mientras todos los demás se cimentaban un lugar en el exterior. Creo que me pasé de mambo. Para mí, la risa y la diversión eran mucho más importantes. Un día me desperté y dije: ‘Uy! Me maté de risa durante 15, 20 años, pero no sembré muchas cosas’. De todos modos, avisa: “Como toda persona que se ríe, soy profundamente dramático también. La facilidad que tengo para hacer música dramática me asusta a mí mismo. No la he cancelado, pero la administro de a gotitas”.
Nuevo jazz
En 1980, Zavaleta regresó de viaje. Fue a ver a Serú Girán y tomó nota: el rock ganaba adeptos, el público era genial. Hasta que llegó Malvinas. “Fue una patada en la cola”, recuerda. “Salimos impulsados hacia el espacio, en cuanto a éxito y cantidad de gente. Pero fue su defecto. Se convirtió en una rama del fútbol, con un montón de tipos armando quilombo, gritando, tirando cohetes, moviendo banderas. Hasta la manera de cantar cambiaba, una especie de gol eterno. La mayoría de las bandas tenía hinchadas y se comportaban como tales. Y a la música le daban la misma pelota que le da la hinchada. Por muchos años consideré que estaba perdido todo. Y estaba perdido todo porque vos tratás de mirar atrás y no recuperás música. Las bandas argentinas tardaron mucho tiempo en recuperarse de los 80. Años después se purificó nuevamente, y algunas de estas bandas de pendejos, con todo respeto, son buenísimas”.
El rock contemporáneo, considera el cantante de Suéter, volvió diferente. Es “un pequeño nicho popular” donde hay obras “de una calidad impresionante”. El rock, hoy, “fue corrido de costado y pasa a ser como un nuevo jazz. El jazz, la música más maravillosa que existe en el mundo de la música popular, la cuna, el hogar y el refugio de los genios de la música más grande del siglo XX”.
Entre los referentes de este nuevo rock, Miguel destaca a Bandalos Chinos y Sig Ragga, dos bandas (dato curioso) que pasaron en algún momento de su trayecto por Sonic Ranch. Un 30 de agosto de 2022, Goyo Degano (cantante de Bandalos) declaraba en “Sospechosamente Light” por Radio Nacional Santa Fe: “Suéter es una banda que de algún modo está en el ADN del rock nacional, quizá como actor no protagónico, pero tiene un papel secundario trascendente. El actor de reparto a veces gana premios”. En cuanto a Sig Ragga, Zavaleta manifiesta: “No sólo recupera el amor a la música, recupera el amor a la música avanzada, a la música progresiva, que inventa sonidos nuevos. Tiene una estética revolucionaria con respecto a lo anterior. Me gusta su mística, su musicalidad. Lo bello está de vuelta en el mundo de la música y me encanta”.
Buena gente
“No lo sé, suerte quizás” tiene un trazo emotivo indiscutible. Además de “Tema para Gus”, ofrenda a su hermano del alma Gustavo Donés, Miguel se dedica a perfilar lo mejor de su pasado recomponiendo Salta, la tierra que vio nacer a su padre.
“Sólo fue un momento allá en La Caldera. El mejor momento de mi vida entera”, se lo escucha cantar en “Vuelvo a Salta”. También es un modo de traer al presente los veranos de su niñez. En “Marangantú” (donde suelta referencias iconoclastas al pecarí y al Himno Nacional Argentino), saluda a sus amigos cosechados por aquellos pagos. “Si no los hubiera conocido, yo sería muy diferente”, reconoce.
Don Horacio Sastre, hijo de españoles, era el dueño de un almacén que había jugado en la selección de fútbol de Salta. Dardo García (alias “Pirata”), un gran amigo, carnicero, hermano de Hipólito “Cuchi” García (“de las personas más buenas que jamás conocí en este planeta”). Después estaban los Quipildor: Sachera, Horacio (“Fosforito”) y “Davicho” (presidente de los electricistas salteños). “Han nacido en una casa sin agua, sin gas, sin electricidad, con una madre que tuvo que llevar adelante a cinco hijos”. Pucho Molina había sido un gran jugador de fútbol, que se fue al pueblo de Güemes. Miguel no lo volvió a ver. “Me encanta que la gente sepa a quien me refiero, no son personajes de fantasía”, dice tiempo después en un cálido audio de WhatsApp.
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