Recientemente, Nahuel Briones publicó “Milagros inútiles”. “Nunca pienso las canciones como una sola peli o un solo corto, sino como muchas imágenes sueltas”, contó a El Litoral. “Hay algo que impregna el disco, es la decepción general con el clima de época. Y un pedido: tratemos de no ser más caretas”. El músico también abordó el proceso creativo de la obra -en donde la pandemia jugó su papel-, el significado del título, la ubicación del álbum en su discografía y su vínculo de amor-odio con Internet.
Quién es Briones
Su apellido designa un municipio de la comunidad autónoma de La Rioja, España. Es una palabra bisilábica, con una primera sílaba poderosa. Brío, tilde mediante, es uno de los atributos de su estirpe artística. El “nes” final, con una antojadiza S demás, pone al mitológico monstruo del Lago Ness en escena. Ah, se llama Nahuel, como Nahuelito la legendaria criatura marina del Lago Nahuel Huapi.
Nombre y apellido son también apelativos, índices de sus destrezas. Junto al brío, rompeaguas, la fiereza para debilitar estructuras, se talla un monstruo personal -Birabent dixit- difícil de imaginar en sus movimientos. Nahuel cambia el look, cambia el método, rebobina a altas velocidades, sin dejar de ser lo que es: un nene minado experto en milagros inútiles.
Fundamentales
“Milagros inútiles” es el quinto álbum de estudio con canciones originales de Nahuel Briones. En el medio, hubo experimentaciones acústicas varias, haciendo gala del carácter performático de su obra, una obra abierta. El título convivió con alternativas que el músico no develó. “Hubo varios disparadores que motivaron la composición”, abre el diálogo. “Siempre que pongo un título, trabajo a partir de él y, a veces, llega hasta el final. En este disco fue cambiando, a medida que avanzaba tuvo varios títulos posibles. Un tiempo antes de editarlo me di cuenta que ninguno era tan representativo. O eran demasiado representativos y nada más. No abrían otra puerta”.
Una charla con amigos cambió el foco, introdujo el concepto de los milagros inútiles. “Son todas las cosas fundamentales para nuestras vidas, pero que no generan plata ni se pueden comercializar. Por supuesto que algunas sí, como el arte”. Pero, en un guiño aurático a Walter Benjamin, se pregunta: “¿y el sentimiento, la emoción de la música, el disfrutar o no tal de cosa? Creo que es un poco análogo al amor o al placer físico. Uno puede pagar por experiencias placenteras, pero no puede pagar porque otro lo ame o por amar. Esos sentimientos de plenitud, del amor, del arte, de la amistad, del cariño, de la adrenalina son fundamentales para la felicidad y para la vida. Me parece que hay un punto donde nada es más importante que eso, realmente, solo que vivimos en un mundo o hemos creado un mundo en el que hay que pagar por las cosas. Y por ende hay que generar plata. Pero eso nos corre un poco del eje y empezamos a sentir que es lo más importante”.
Pedazo de película
El trabajo comenzó en enero de 2020. Para cuando se desató la pandemia, Nahuel se encerró a profundizar la producción del material. “Lo estuve trabajando solo mucho tiempo”, alude. “Tenía una idea de sonido en la cabeza y me di cuenta de que no lo podía hacer con otra persona”. Sostiene que hubo que arremangarse. Con samples e intervenciones, el Dr. Nahuel Frankenstein impregnó, metódicamente, cada una de las canciones. Canciones que iban de grabaciones de cero y casi terminadas a otras símil maqueta.
“Sitcom”, ejemplo de estas últimas, conserva batería electrónica y guitarras originales; sólo se volvió a grabar la voz. “Me gustó ese proceso, fue como rehacer el disco varias veces. Como agarrar un pedazo de una película, procesarla y después filmar ese momento para llegar al mismo audio, pero un poco más controlado”. Una vez finalizada la mezcla, Briones barnizó las canciones buscando una unión, para que se escucharan como en la radio. Eso significa, memoria emotiva mediante, que la pisen, que la pisen, que la pisen. Que diga ex-clu-si-vo con gola de locutor cincuentón.
Feos, sucios
Entremedio de la charla, le comento que su voz me lleva por momentos a la de Pato Fontanet. “Pará que te quiero responder eso. Voy un paso para atrás. Yo nunca flashé con Hendrix, porque escuché a otra gente que vino después con algo muy parecido: Mollo, Skay. Flasheo más con King Crimson que con los Beatles. Creo que tanto Pato como yo somos fanáticos de Los Redondos. Entonces, hay algo del tono, quieras o no, que te queda de haberlos escuchado mucho. No soy fan de Callejeros, no me gusta tanto las pocas veces que dicen que hay un tono parecido, pero evidentemente hay como un virus o un plugin del Indio que se metió”.
Aunque admite no haber sido muy consumidor de radio durante su vida, Nahuel viaja en el tiempo hacia finales de los ‘90. En esa época, “hubo un hartazgo del hifi, y se publicaron discos destruidos. Feos, sucios. Con pedazos de audios y voces medio mal grabadas. Los artistas más mainstream no tenían miedo en expulsar público. El comienzo de mis ganas de ser músico viene de ahí”. “Clandestino”, “Subversiones”, “El aguante”, “Demasiado ego”, “Momo sampler”, “Ok computer”. ¿Y el Calamaro salmonero? “No lo noto tanto a nivel vocal, pero sí como esta idea de publicar porque tengo ganas. No sé cómo lo va a recibir el público y no importa”.
Para Briones, milagros inútiles son “las cosas fundamentales para nuestras vidas que no generan plata ni se pueden comercializar”. Foto: Gentileza Prensa
Es difícil
A los 18 años, Nahuel Briones publicó su primer álbum, “Pera reflexiva” (2010). Pese a asegurar que ahora no lo identifica tanto, reconoce que entre aquel gesto iniciático made-in-computer y “Milagros inútiles” hay una corriente continua. “Siento que ‘El cruce de los unders’ [2015] es una evolución de esa búsqueda, un disco sonoramente más experimental” que “Guerrera/Soldado” (2017) y “El nene minado” (2018). Nahuel interpreta a estos últimos como si “fueran otro proyecto, otra cosa ahí en el medio. ¿Viste que ‘Guerrera/Soldado’ salió en formato cómic? Es como una comedia musical en medio de la filmografía de un director de cine”.
En Briones, las temáticas son el trazado, el contorno en el que se acomodan las preocupaciones del momento. Su pulso varía, como su look. Así, algunas de las obsesiones expuestas a lo largo de su obra son las garantías, la díada morir-matar, la vigilancia, la mentira, Internet, los ideales y los ídolos. “Milagros inútiles” trae a colación, nuevamente, este último tópico. Pero no del mismo modo que en “Soldado”, donde “hablo de mi generación”. Igualmente, aclara Nahuel, “a veces, cuando hago una visión del presente estoy hablando de la generación que me influyó. Cuando sos chico, no ves todo el entramado y la parte que está atrás del rock pop masivo. Pienso que de los artistas de rock de los ‘80 y ‘90, el 90% me defraudaron. No solamente a nivel político-conceptual, sino a nivel artístico. Seguís a una banda y a los 10 o 15 años, la música que hacen es una mierda. ¿Qué pasó? ¿Llegaron ahí porque había una estructura que te vendía eso? ¿O por qué perdieron esas ganas de hacer cosas más interesantes? Es muy difícil mantener ese nivel de influencia positiva”.
Menos policía
En enero de 2021, Paula Maffía expresaba a este medio su feliz asombro porque una persona escribió en la pared de su casa una frase de su autoría. Decía: “No hay virtud en saber aguantar, sino en poder renunciar en épocas de lágrimas. Decidir es amar”. El gesto de llevar afuera, al ambiente cotidiano el interior de una obra moviliza la estantería de un artista independiente. Lo vuelve asunto del viento, del sol y los pájaros.
Nahuel Briones tiene frases que podrían ser tatuajes, remeras o pintadas. “El amor es simple, y lo simple nunca es fácil”, por ejemplo. En realidad, una de ellas, perteneciente al track “Sailor moon” (2017), ya es todo eso: “Sé lo que quieras, menos policía”. Lo interesante es que empieza “como si fuera una canción de Axel”, y tiene un remate cual chiste. “Siento que hay algo del texto que funciona más allá de la canción. Estoy seguro que mucha gente que usa esa frase no escuchó la canción ni sabe que es mía”, dice en tono Yupanqui.
“Me pareció espectacular ver pintadas en lugares muy pobres de Argentina”, continúa. “Gente que tomó esa consigna por un odio real y concreto a la policía, que le afectaba mucho más que a mí. Es casi como una subversión. No genera derechos de autor, pero para mí es un mimo. Imaginate que lográs que caiga un gobierno o que se instale algo político; lo que querés es que eso ocurra, no importa tanto que te den el crédito. Si una persona se tatúa SÉ LO QUIERAS MENOS POLICÍA no quiero cobrarlo, siento que ya es suficiente para el corazón. Por otro lado, empiezo a pensar si la frase realmente la hice yo o simplemente se nos ocurrió a varias personas a la vez”.
Webeando
Horas viendo documentales, shows, misceláneas en YouTube. “Hay una potencia tremenda en los archivos históricos”, revela Nahuel. El futuro es un VHS con publicidades de los 90. Pasa revista de un video coloreado de la Jerusalén de 1880-1890, de la URSS, de las dictaduras latinoamericanas. Acto seguido introduce la historia de un ex nazi español que dejó de serlo porque empezó a acceder a otro tipo de información. Googleo. El hombre se llama David Saavedra. Ese composé mental se hace carne en el epicentro del álbum, la canción número cuatro en una obra de siete, el ensayo sonoro sobre el ¿milagro inútil? de la contemporaneidad: la World Wide Web.
Casi no respira, tiene muchas cosas para decir antes de cambiar de pantalla, de zapear. Elige un recitado ciberpunk para enunciarlo: “Internet nos cagó la vida”. Dos caras de la fascinación: atracción y engaño. A este último lo asocia con algoritmos, sesgo de confirmación y radicalización de las grietas en el mundo. Si Internet nació “democratizando redes de poesía”, cuenta la canción, fue virando cada vez más a negocio, consumismo, indiferencia, hedonismo, disgregación.
Desilusionado, cerca del final de la canción dispara: “Mientras te hipnotiza Netflix, hoy se arman los evangelistas”. Más atrás en el tiempo, ya advertía: “Ojo con los nuevos monitores”. A Briones, observador insomne proclive al noctambulismo, le importa la mirada. Con un ojo bucea en la gran enciclopedia virtual. “Muchas veces creo que estoy pelotudeando, pero después me doy cuenta que no. Para una persona curiosa, Internet es alucinante. Se parece a los niños curiosos de los ‘60 y ‘70 que leían todo lo que decía la enciclopedia”. ¿Y con el otro ojo? Relojea una casa en StreetView.