“Canto rebelde”, memoria crítica y sensible de la canción de protesta latinoamericana
El libro narra la historia de un emergente clave de nuestras sociedades de mitad del siglo XX: la canción popular de temática social o política. En comunicación con El Litoral, el autor y periodista cultural chivilcoyano ingresó en el proceso que dio origen al libro, paralelo a su recorrido como oyente atento y creador.
“La ‘canción popular’ sufre una transformación muy importante en las décadas [del ‘60 y ‘70], tanto en el pentagrama como en las palabras”, resume Califa sobre “Canto Rebelde”. Foto: Gentileza Marea Editorial
Marea Editorial publicó “Canto rebelde. La canción de protesta en Argentina y América Latina en los 60 y 70”. El Litoral se internó en las profundidades del libro, dialogando con su autor, Oche Califa. Su historia personal incluye una vasta trayectoria en literatura infantil y juvenil, la presencia sostenida en el tiempo como editor y redactor en reconocidos medios (Clarín, La Nación, Billiken, Humor Registrado), y en el plano de la gestión, haber sido director institucional y cultural de la Fundación El Libro y director de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Pero su producción también guarda un sitial para los cancioneros. El repertorio incluye composiciones compartidas con Enrique Yapor (“Canciones sin corbata”, interpretadas por el grupo Vocal Resurrección), Raúl Peña (“Sin olvido, por los caminos de la milonga”), y Daniela Horovitz (“Son mujeres”). Según contó al medio, el trabajo de investigación que concluyó en la obra “empezó hace alrededor de 20 años con la idea de hacer solamente un cancionero”.
De otro carácter
Ángel Jorge Califa es un amante de los cancioneros. Mirando de refilón su cuenta de Instagram, podemos comprobar lo variopinto de su afición. Me quedo con uno: la Antología Poética de Georges Brassens, publicada por Ediciones de la Flor. La misma que se esconde en la biblioteca de mi viejo. “Tengo ese, uno bilingüe, otro más y distintas versiones al español que se han cantado”, amplía. “El que más me gusta es el que grabaron Claudita y Alberto Gambino con traducciones de Julio Ardiles Gray. Tengo el de Paco Ibáñez, que es una traducción lógicamente muy española”. Según comenta, su debilidad es esa “poética tan francesa”, a lo François Villon, gran poeta del medioevo.
Preguntar cuándo empieza a germinar la plantita es un boleto de ida a la infancia en Chivilcoy, a mediados de los años 50. “Pertenezco a la generación del canto social y político de los 60 y 70”, dice sembrando el nombre, la categoría que elige para discutir a la que se impuso comercialmente: la canción de protesta. Oche compraba esos discos. Mientras tanto, comenzaba a escribir poesía y letras de canciones.
“Puede decirse que la ‘canción popular’ es un género del siglo XX que sufre una transformación muy importante en las décadas que me ocupo. La sufre tanto en el pentagrama como en las palabras. Se empieza a escribir distinto… y, en general, más largo. Cuando Rubén Blades toma una música para bailar con composiciones largas -como la salsa- está obligado a desarrollar literatura de otro carácter. ‘Pedro Navaja’ es muy larga al lado de ‘El alazán’ de Yupanqui. Y la famosa composición de Armando Tejada Gómez, ‘Canción con todos’, comienza como milonga y sigue como galopa. Hay dos géneros musicales, cosa que antes de los 60 era inconcebible”.
Carpeta
"América, ¿cuál es la forma de encontrar tu voz?", se preguntó Litto Nebbia en uno de sus primeros álbumes solistas. “Canto rebelde”, al abordar “la canción como micro-discurso y como documento histórico”, continúa la línea problematizada por el artista rosarino. El libro se fue gestando mucho antes de internet. Oche acumulaba papeles, muchos papeles, producto de su interés en el tema. Tenía carpetas con recortes de diarios y revistas. “Hasta que el tema empezó a tener su carpeta”, prologa. Amigos en Chile y México, contactos a lo largo y ancho del mapamundi, se sumaban a la gesta… y el archiveo progresaba a paso firme. “Los procesos de acumulación y de búsqueda, cuando uno está atento, se vuelven más fáciles. Uno va atrás de pistas: de pronto, en una entrevista alguien menciona a alguien, se busca. Puede servir o no esa información. Después, hay que cruzar datos”, explica.
Además de los afectos, los viajes fueron otra compañía enriquecedora. Así es que, por ejemplo, en una de sus idas a México, el periodista cultural se hizo de una biografía de Judith Reyes. “Ahora podés conocer su música en Spotify y YouTube”, dice abriendo un apartado en el elemento que interfirió en su investigación inicial: Internet. “La disposición actual ya es distinta. No son difíciles de conseguir estudios académicos. Pero, el mayor peligro es, justamente, la información. Por eso hay que tratar de cotejar los datos”. Surge la pregunta. ¿Hasta qué punto internet es red y hasta qué punto atomiza? “Es difícil saberlo”, reflexiona Califa. “Le debo muchísima información en este libro; pero es verdad que puede jugar un papel dispersando o incomunicando”.
La interpretación define el éxito o el fracaso de la canción popular”. Foto: Gentileza Marea Editorial
Ni sé por qué
En la introducción, titulada “Crónica de un tiempo cantado”, se lee: “/.../ de manera sintética, puede decirse que la canción europea criticó la moral burguesa, las instituciones del Estado, la Iglesia y llamó a la paz; la canción estadounidense criticó la moral media y los valores de la sociedad de consumo, propuso el amor libre y fue fuertemente pacifista y anti segregacionista; la nueva canción latinoamericana denunció la pobreza, la explotación y el imperialismo, exaltó a los héroes populares, llamó a la unidad continental, a la disputa por los bienes (la reforma agraria) y la revolución y, a veces, a la lucha armada” (2022:15).
El fragmento se ecualiza con las palabras previas de José Tcherkaski quien expone que aquella “estética que fue creciendo libre” (pág. 9) es la que “cambió el pensamiento conservador sobre la escritura de lo que llamamos canción popular” (pág.10). Oche se acopla a este pensamiento con una infidencia acerca del autor de “Mi viejo” (canción popularizada por Piero): “José me dijo: yo ni sé por qué empecé a escribir así. Y claro, no saben. Porque él era un joven que pertenecía a una generación que empezó a encontrar otros discursos para construir. Por más que admirara a Yupanqui o a Manzi, no podía seguir escribiendo si quería hacer una obra propia”.
Más acá en el tiempo, el grupo de rock Responsables No Inscriptos (donde participó el recordado Horacio “Gamexane” Villafañe) registraba una canción recuperada recientemente por el Quinteto Negro La Boca. “El arte de vivir” dice por ahí: “quejarse no es lo mismo que protestar”. Oche Califa reconoce que tomó el rótulo canción de protesta porque es el que ganó terreno para designar a un tipo de expresión que afloró dentro de diversos géneros. “Se la llamaba canción de protesta, término que impuso el periodismo, pero ni siquiera lo aceptaban sus propios cultores: ni Víctor Jara, ni Zitarrosa. Por ello, él prefiere hablar de canción popular de temática social o política, es decir, aquella que consolidó su ética, su estética y su narrativa durante la segunda mitad del siglo XX en nuestro continente. Viglietti acuñará otro modo de decirlo: canción de propuesta.
Mesa firme
Hace casi 50 años, Mercedes Sosa publicaba su decimotercer disco, “Traigo un pueblo en mi voz” (1973). Allí, justito antes de su versión de la mencionada “El alazán”, se ubica “Triunfo agrario”, original de César Isella y Tejada Gómez. No caben dudas, la interpretación fue clave para insuflar de diferentes sentidos y encontrar nuevos horizontes a obras previas. Según Califa, esta “es una de las cuatro patas en las que se apoya, de manera equilibrada como una mesa firme, la canción popular. La interpretación define el éxito o fracaso de la canción, así como la puesta en escena y la actuación define el éxito o el fracaso de una obra de teatro. El teatro y la canción popular están íntimamente relacionados y muchas veces actúan en conjunto”, puntualiza.
Oche busca en su memoria cada palabra para armar el discurso, ayudado por las referencias culturales de la época, que también son Pajarito Zaguri, La Cueva y Quilapayún. Y al hacerlo, vuelve a poner de manifiesto la confraternidad que caracterizó a la música por aquellos años, incluyendo por cierto al tango. “En el tango hay muchas voces”, introduce. “No solamente habla el trovador enamorado. Hablan muchas personas, incluso mujeres. A veces, el compadrito. Otras, el trabajador. También el obrero y la obrera. Habla el muchacho joven. El tango se sitúa en los barrios, en el centro, entra al bar, se para en la esquina. Todos los ambientes populares posibles se dan cita en él. Por eso, los lenguajes del tango también son múltiples: algunos tienen un tinte callejero -hasta un lunfardo difícil de entender-, otros están escritos con la más delicada pluma heredada del modernismo”, detalla.
En sintonía con lo antedicho, el autor encuentra una diferencia notable con su par de éxito por aquella época, el bolero. Este “aborda el amor desde un punto de vista predominantemente romántico y su lenguaje siempre es literario y puro”, encomilla oralmente la última palabra. En cambio, en el tango, “aún cuando los autores eran conscientes de que tenían una penetración muy fuerte en toda América Latina y en España, si tenían que poner un porteñismo lo ponían. Si tenían que hablar de La Boca, de La Vuelta de Rocha o de la calle Corrientes, lo hacían. No decían ‘esto en Colombia no se va a entender’. Desde ese punto de vista, el tango es una literatura realista”, profundiza.
No está cerrada
En una mirada de presente continuo, Oche aclara que “no tengo tanta información como para dar una opinión en firme, pero tiendo a creer que la nueva canción latinoamericana como movimiento no existe hoy. Lo que no quiere decir que no haya autores y creaciones que se produzcan, se canten y se graben. El arte social y político existe y existirá siempre: en la canción, en el teatro, en la novela, en los murales. Pero no hay festivales y esas cosas que actuaban como punto de encuentro y como punto de acción y explosión de los repertorios”, añade.
Más adelante, asumiendo que “la iniciativa en el mundo del arte es siempre sorprendente y las cosas pueden ocurrir cuando uno menos lo piense”, se dispone a complejizar el análisis. “De todos modos, en el caso del canto social y político, la situación está bullente. Se están planteando cuestiones, no solo muy fuertes sino urgentes, que provocan que determinados artistas lleven a la canción esas discusiones. Pero hay discusiones que hoy no se dan. Y si no se dan en la política, es difícil que uno pueda encontrarlas en la canción. Difícil, no imposible. La historia de la canción de América Latina, como la del mundo, no está cerrada ni concluida”, observa.