Del 1 al 5 de mayo Santa Fe será sede del VI Encuentro Festival Magdalena 2º Generación “Mujer, teatro y banquete”, que continuará en Buenos Aires del 8 al 12 del mismo mes. Se trata de un espacio abierto a todo público con deseos de acercarse a un espacio de arte y creación donde las hacedoras son las mujeres: directoras, actrices, pintoras, performers, cantantes, compositoras, militantes de derechos humanos, trabajadoras en el área arte y comunidad, productoras, y más.
La impulsora de la actividad es Ana Woolf, integrante del Odin Teatret de Holstebro (Dinamarca) y directora del Laboratorio de Antropología Teatral de Santa Fe, de donde surgieron las integrantes de Litoral Escénicas, grupo gestor del festival. Con ellas habló El Litoral para adentrarse en esta apuesta por un teatro periférico, en geografía y género.
—¿Cómo fue el origen de la Red Magdalena?
Woolf: —Nació en 1986. Es una red internacional de mujeres en el arte, con un inicio europeo, en Gales. Algunas artistas como Julia Varley del Odin, Geddy Aniksdal del Grenland Friteater, Jill Greenhalgh de Aberstwyth University (un grupo histórico del Reino Unido), Silvia Ricciardelli del Odin se encontraron en un grupo de teatro independiente en Italia (Trevignano): estaba el Odin, el Tascabile, el Potlach, dirigidos por hombres. Las actrices comentaban los espectáculos, y al final las personas más fuertes en escena habían sido las actrices.
Entonces se les ocurre convocarlas y armar un encuentro con todas ellas a ver qué pasaba. Porque los grupos estaban dirigidos por hombres muy fuertes, como Eugenio Barba por ejemplo, y ocupaban un determinado rol en la estructura del grupo (ahora los roles empezaron a cambiar): la actriz dirigida por un director fuerte no podía dirigir dentro del grupo; la que estaba interesada en iluminación estaba en una estructura con iluminador. En los ‘80 y ‘90 no estaba este movimiento de mujeres.
—Para esa época Iben Nagel Rasmussen, Roberta Carreri y Julia ya eran una segunda línea en el Odin.
Woolf: —Julia no dirigía ni escribía en el ‘86. Después de aquel encuentro cada una volvió potente en otras áreas donde no tenían cabida en la estructura orgánica del grupo. Para hacer historias separadas Iben se fue y abrió el grupo Farfa, en paralelo al Odin, y Tage (Larsen) se fue a otro lado.
Volvieron investigando y reflexionando sobre el arte y el teatro y los distintos roles que puede ocupar una mujer. Geddy dijo: “Me comprometo a juntar el dinero y organizar un encuentro en Noruega”; Julia lo mismo y nació el Transit, ya van 15 ediciones en Dinamarca (en el contexto del Odin, pero aparte).
Algunas focalizaron en la escritura, y qué pasa con la escritura de mujer, ¿dónde está la historia del teatro escrita por mujeres? Nos hicieron creer que no está, y que los diarios de Sarah Bernhardt y Eleonora Duse no tienen la misma autoridad científica que los libros de (Konstantin) Stanislavski, (Vsévolod) Meyerhold. (Jacques) Copeau, o (Étienne) Decroux. Yo soy stanislavskiana, y “Mi vida en el arte” es un libro de cabecera, pero no tiene el mismo valor que Isadora Duncan. Ahí está la problemática de cómo un artista resuelve frente a un conflicto social o un momento dramático en su vida un momento artístico.
—Quedaron las mujeres como apéndices de ese linaje.
Woolf: —Tiene que ver con cómo está construida la historia oficial. “Teatro, mujer y banquete” viene de que hay un banquete sobre la mesa y otro debajo. En los Juegos Olímpicos y los Juegos Píticos, en Grecia, simultáneamente las mujeres se reunían en el Parnaso y danzaban para Dionisio: eran las bacantes. Ahí surgió un ritual que después bajó del monte, se lo apropiaron los hombres y ahí nació el teatro.
—Eso dice Nietzsche en “El nacimiento de la tragedia”.
Woolf: —Nuestro festival tiene que ver con eso, y con el trabajo de la historia de género: hay una historia del esperma y el ovario (no es que el ovario espera que el otro venga). En cualquier campo hay una lectura de género actualizada y diferente.
—Aquel fue el origen europeo...
Woolf: —Quería crear en mi propio país un espacio para invitar a mujeres que conocí que se transforman en referentes. Julia es mi referentes, y las que empezamos a empezar las conocí en Europa, y quiero traerlas para que mi contexto artístico pudiera conocerlas. Con su colaboración extrema, porque la mayoría se busca la manera de pagarse su viaje, no podemos pagarles cachets (cobramos un mínimo para poder cubrir algo, porque el trabajo hay que pagarlo).
Hay mujeres que tratan de abrir espacios de acuerdo a su interés personal. En Brasil está Luciana Martuccelli que está trabajando sobre nuevas masculinidades. En Chile hay Magdalena Mestiza. De Perú viene Ana Correa del histórico grupo Yuyachkani, dirigido por Miguel Rubio: ella trabaja en Cuzco con mujeres de comunidades indígenas que crían chanchitos de la India. Otras con mujeres víctimas de violencia; Blanca Rizzo de Buenos Aires con víctimas de trata, con las Madres de Constitución. En Bélgica, en Taiwán, en China, en Colombia Patricia Ariza de La Candelaria, Sofía Monsalve de Teatro de la Memoria y Lavinia Fiori. En Australia, Noruega, Gales, Francia, Polonia, España, Italia. Ahora volví de India, hay dos festivales.
Es segunda generación porque fui en el ‘97 invitada por Julia, participé y no quería estar sentada, quería saber qué pasaba con esas problemáticas y abrir campos de espacio para las artistas acá; saber si las problemáticas europeas eran las mismas que las latinoamericanas: en el fondo no, pero en el fondo sí. A veces parece que es más fácil en determinado lugar. Y ahora hay una tercera generación: está Luiza Bitencourt de Brasil, una alumna mía, está participando Litoral Escénicas, y muchas mujeres jóvenes que están intentando eso desde el lugar de actrices y artistas: crear espacios de visibilización.
—En el coloquio de Buenos Aires el año pasado, Eugenio hizo un comentario de escepticismo Julia le dijo que lo nuevo venía de las mujeres. Esta visión de género latinoamericano sería la cruza del “Tercer Teatro” con un nuevo nivel, un “Cuarto”.
Woolf: —El espacio de la mujer siempre fue periférico. Tal vez está bien, porque es lo que nos mantiene (con los principios de antropología teatral) alertas: en cuanto deja de ser periférico te comió el sistema. La historia de las Gambas al Ajillo por ejemplo: en la época del Parakultural era maravilloso, empezaron con el San Martín, tuvieron centralidad y se separaron. El discurso político y la revolución que hacían... hay muchos grupos, no solo de mujeres.
No sé si hay un “Cuarto Teatro” que tenga que ver con las mujeres. Planteamos la integración en la diferencia: la centralidad del espacio la tiene una mujer, pero los espacios de participación son compartidos. Nunca va a dar un seminario un hombre, porque para eso está el Festival internacional de Buenos Aires, donde agarrás el programa y hay tres directoras con suerte.
Julia viene con sus espectáculos y están dirigidos por Eugenio, pero la que está en el escenario es ella. La que tiene un discurso sobre comunidades periféricas es Ana Correa, que viene con un espectáculo dirigido por un maestro como Miguel Rubio. No es un festival de mujeres para mujeres, todo el mundo está invitado.
—¿Cómo se traduce en discurso y en praxis esa centralidad de la mujer?
Cecilia Volken: —Construir otras performatividades, diría Judith Butler. Diría que el género no es algo biológico, sino actos ritualizados que se repiten y así el sistema nos performativiza el género. El poder darle un espacio de creación, formación, actuación de mujeres, desde las necesidades y deseos, da la posibilidad de reperformativizarnos como género.
—Barba y Nicola Savarese diría que ese bios orgánico de la mujer tiene que generar un bios escénico diferente.
Cecilia Volken: —Lo que viene performado limita energía. Desautomatizar el género pasa por abrir a otras posibilidad de energías, de modos de articulación, de otras complicidades, que pasan tanto por el discurso como por el cuerpo.
Noelia Reda: —Y que quizás tengan que ver con resignificar el lugar del deseo y del placer, y de la emoción en esta forma de hacer praxis.
Woolf: —Obvio que el resultado artístico es diferente, porque tenemos un cuerpo diferente. Hay investigaciones donde analizan espectáculos dirigidos por mujeres, qué elementos se repiten: si tengo una menstruación una vez por mes, tengo el rojo metido en mi cabeza desde los 11 años. Es imposible que el blanco y rojo no aparezca en una obra de una mujer. Pero cuidado: hay directoras que son más patriarcales en la forma de relacionarse que directores varones que no tienen la necesidad de mandar la última opinión.
Son dos energías, ying y yang, fluyen como el Tao, una mujer puede ser samurai y geisha (guarda que la geisha tiene el león adentro), y un hombre también: si trabaja solo la samurai hay un déficit en ritmo, en cualidad energética del espectáculo.
—Es una reducción de las capacidades expresivas.
Woolf: —De la presencia escénica. Si querés tocar la antropología teatral, la mayor atención se construye sobre el diálogo entre dilatación y condensación. Lo puede tener cualquier cuerpo, pero si nos hacen creer sólo que tenemos que ser cuerpos dilatados, y ser frágiles en escena, ponerle el saco a mi marido, reproducimos las acciones que nos han sido transmitidas también desde el escenario.
Como directora puedo modular energías y pedirle a un hombre que no tiene miedo de ser hombre que se vista de mujer sin que le pesen prejuicios; y pedirle a una mujer que trabaje más con lo yang. Pero han focalizado nuestras energías en un punto: los hombres no lloran y las mujeres lloran, no saben lo que quieren y somos histéricas.
—La interpretación de roles femeninos por actores es la base del kabuki, la ópera china...
Woolf: —Y en Shakespeare: Ofelia y Julieta eran hombres. Pero ahora si hacés una puesta de “Romeo y Julieta” con dos hombres sería una puesta queer.
—Eugenio decía que el teatro era necesario para los que deciden hacerlo porque el espectador puede vivir sin espectáculos. ¿Para quién se hace hoy?
Woolf: —Eugenio diría que lo que viene después de eso es cómo creás la necesidad de tu propio trabajo. Son estrategias, en América Latina hay mucha más capacidad de ingenio para buscar estrategias de sobrevivencia, porque nos la pasamos resistiendo. En Europa, sobre todo en países ricos como Dinamarca, un proyecto es: nos sentamos, llenamos papeles, pedimos dinero, y hasta que no llegue no nos volvemos a juntar. Acá es imposible, no hubiésemos hecho nada.
Si no viene el público puedo armar una parada e ir a buscarlo. Acá no hay un problema de público, si lo busco, porque la curiosidad está viva. En países ricos, cuando la panza está llena, la necesidad de arte es menor. Hacés una parada de 30 personas en países nórdicos y no se te acercan tanto a tocarte, a mirarte. La curiosidad está inhibida, satisfecha o nunca trabajada, porque estuvo castrada.
En Holstebro no hay cortinas en las casas, hay ventanas abiertas, con luz: la única que mira adentro soy yo. La gente pasa y no mira, y ahí hay todo un pensamiento sobre la curiosidad y el espiar: el teatro es voyeurismo. No solo se pierde el teatro como género, hay algo del voyeurismo que se está transformando. La ventana está para mirar: eso es el teatro.
Volken: —Los humanos somos interdependientes, no podemos arreglárnoslas solos como otras especies. Muchas veces vivimos como sino lo fuéramos. En las condiciones de precariedad de nuestras vidas, la interdependencia es más necesaria, tenemos que aliarnos con otros para hacer cosas. Cuando uno lo potencia, se abren posibilidades enormes.
Natalia Tesone: —Cada una tiene una necesidad, pero esa necesidad me trae una potencia que tiene que ver conmigo: soy potente como mujer. De la suma de necesidades nace este festival: este es el espacio de trabajo que generamos, porque no va a venir otra persona que va hacerlo. Y como es nuestro, y tan hermoso, lo queremos compartir con otras mujeres.
—Nadie va a desear tu deseo.
Tesone: —A las mujeres nos dijeron que no podíamos desear. El qué me mueve, qué deseo, lo puedo convertir en un espectáculo.
Woolf: —Nadie necesita esto, aparentemente, por eso no es fácil hacerlo, ni está estipulado como un festival internacional. Es tan intensa la necesidad personal que se la contagio a otra persona, como cuando éramos chicos e invitábamos a jugar. Nadie quiere ser descubierto en la escondida o salir primero en el pisa pisuela, El juego hoy, muy egoísta, es que quiero que mi maestra, Julia, venga a Santa Fe y conozca a mi grupo (así como Eugenio le mostró el Odin a su maestro, Jerzy Grotowski), con personas que están hace cinco años trabajando conmigo. Puedo decir que he formado ciertos cuerpos y voces.
Y que vengan Eléonore (Bovon) y Brigitte (Cirla) porque tienen un espectáculo nuevo, y allá en Marsella está Marie Josée Ordener, que es una artista que quiero que conozcan. La taiwanesa Ya-Ling Peng (que trabaja con comunidades aborígenes) viene por tercera vez; Violeta Luna de México; soñaba con un seminario de Ana Correa.
Julia Stubrin: —Sí tenemos en conjunto la idea de que las que no los desean es tal vez no lo conozcan. Ana Correa va a dar el seminario en El Alero, institución pública del Ministerio de Innovación y Cultura, anclada en un barrio periférico. Será gratuito para mujeres de la comunidad que están trabajando en otros proyectos y no nos conocían. Creemos que donde lo acerquemos habrá quien lo reciba y lo haga crecer. Es una acción política.
Viviana Quaranta: —La idea era hacer lo más accesible posible los espectáculos y los seminarios, para que sea accesible a las personas del territorio.
Woolf: —Recibimos subsidios acá en Santa Fe, en Buenos Aires no. Pero allá Alex Kurland nos abrió las puertas del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Ex Esma), lo que nos permite conectarnos con parte de nuestra historia (habrá también dos días en el Teatro Pan y Arte) y hacer una visita guiada para los extranjeros.
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