Por Ignacio Andrés Amarillo
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La banda se presentó el sábado durante más de tres horas, en el Estadio Único de La Plata.

Por Ignacio Andrés Amarillo
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Hierático y preciso Matt Cameron (ex Soundgarden) tras la batería Yamaha; ágil Mike McCready, con su slide de bronce sobre los trastes y su zapatilla Nike en el wah-wah; circunspecto Stone Gossard, folk sobre la acústica y rockero en la eléctrica, siempre aportando a la arquitectura de la canción; arqueado Jeff Ament sobre sus diferentes bajos, a veces tirándose al piso como en sus años mozos; y magnético Eddie Vedder, todavía saltarín cuando deja la guitarra y ciñe el micrófono con las dos manos. Así, acompañados por el viejo lobo Boom Gaspar en los teclados (bien vintage con su piano eléctrico y sus teclados con Leslie), volvieron los Pearl Jam a la Argentina, para presentarse el sábado durante más de tres horas en el Estadio Único de La Plata.
“Nuestros corazones desean siempre regresar aquí. Gracias por hacernos sentir tan grandes”. Así agradeció Vedder en su mal castellano de machete, en una de tantas manifestaciones de gratitud que hubo durante la noche. El mismo cantante que se convirtió en una de las voces más emblemáticas de una época y (junto con Mike Patton de Faith No More) de las más influyentes en nuestro país (y Santa Fe no es la excepción). La gentileza sería devuelta también varias veces por los cánticos de la audiencia, incluyendo un “olé olé olé, Pear Jam” que pareció durar unos cinco minutos.
Por la historia
Allá por las 21.16 (después del show de Cápsula, los soportes locales), Eddie salió con sus machetes y el tinto tres cuartos que lo acompañó durante buena parte de la noche. Delante de un telón que replica la gráfica de “Lightning Bolt”, el último disco de la banda, la puesta escenotécnica incluyó unos faroles globulares que descendían desde lo alto, a juego con otros que había debajo, una parrilla de luces también descendentes y, coronando la escena, una especie de gigantesca ave con las alas abiertas, realizada con un montón de caños y fierros unidos entre sí: casi como si la hubiese forjado Aegon el Conquistador el mismo día en que creó el Trono de Hierro (pensaría algún fan de “Game of Thrones”).
El comienzo se hizo cargo del costado más folk de una banda de una tierra de leñadores, con “Pendulum”, “Low Light” y “Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town”.
"¿Están listis?", "¿Están listos?", corrigió Eddie. "
“Do the Evolution” explotó con su tempo más bajo de lo que la gente tiene en la mente, junto con el recuerdo de cuando MTV y otros medios pasaban rock (con su video de Todd McFarlane, fue como el último hit masivo del grupo). Pasado y presente, de “Ten” a “Lightning Bolt”, se unieron en diferentes climas, con “All Night”, “Once”, “Dissident”, “Lightning Bolt”, “Given to Fly” y “Swallowed Whole”.
"Esta canción la tocamos en nuestro primer show. Veamos si podemos demostrar que ahora la podemos tocar mejor" tiró Vedder (enamorador de muchachas y mujeres maduras), antes de desatar la furia de “Even Flow”: pequeños viajecitos a la década ganada del grunge, en los tiempos de las camisas leñadoras, en un segmento que no decayó, con “Sirens” y “Grievance”.
Ahí Eddie habló de su encuentro con una niña de unos diez u 11 años, más o menos de la edad de su hija, emocionada al verlo, y agradeció a sus padres por llevarla. Con ese
“Unthought Known” de “Backspacer” sonó como un himno bien upbeat, mientras que “Immortality” de “Vitalogy” estuvo profundo, con un solo de guitarra viajero, en la senda eléctrica que siguieron “Life Wasted” y “Rearviewmirror”.
Intimidades
En ese momento, se produjo la primera retirada del escenario, mientras que asistentes varios acomodaban sillas para el momento “íntimo” y más acústico, que arrancó con “Footsteps”, dedicada a algunas personas que perdieron durante “este que ha sido un año muy, muy difícil”, con Vedder en armónica y chicas llorando en la valla. Ahí tomó la acústica de 12 cuerdas para hacer un homenaje: “Hubo un hombre que tendría 75 años si no hubiera sido porque se fue tristemente. Siento que todavía el mundo lo necesita. Puedo estar feliz porque todavía tengo sus canciones”, sonó en sinuoso castellano, antes de emprender una versión de “Imagine” de John Lennon.
“Esta es la historia de otro John”, fue el comentario mientras sacaban las sillas. “Recuerdo momentos de mi primer viaje a Sudamérica, fui invitado por el gran Johnny Ramone y Ramones. Lo extraño pero siempre siento que está aquí. Ésta fue su canción favorita del grupo”, anunció el veterano cantante, antes de entrarle a “Corduroy” y la ya tradicional versión de la ramonera “I Believe in Miracles”.
Ahí Ament espoleó su Firebird de cuatro órdenes (“cuerdas”) triples para desatar la locura de “Jeremy”, que se mantuvo en la también primigenia “Porch”.
Comunión
Entonces tuvo lugar la segunda salida, para dar paso al largo segmento de bises. Eddie se hizo carne de “una consigna que conocimos hace unos meses” y llamó a cuidar “a las mujeres en nuestras vidas y en todas partes”, mientras levantaba un cartel de “Ni una menos” que regaló a una espectadora de la primera línea. Ahí pasaron “Leaving Here” (canción de Eddie Holland) y “Better Man”. “Éste es un pedido”, leyó del apunte antes de “Red Mosquito”.
“Black” trajo uno de los momentos más intensos y sutiles al mismo tiempo, con otra de las grandes performances del cantante y el coro de la multitud sosteniendo la melodía central sobre el solo de McCready (que lucía una remera de Cápsula, ya celebrados por el frotman un rato antes) y sonando en solitario sobre el final. “Esta multitud es nuestra banda favorita”, dijo el vocalista, antes de emprenderla con “Blood” y “Alive”, demostrando que todavía están vivos y envejecen como el buen tinto del escenario; en ese momento se encendieron las luces del estadio, y bañados en ellas interpretaron “Baba O’Riley” (el cover de The Who que gustan de tocar) y ya, muy de última, en la retirada, “Indifference”. Ése fue el momento del saludo final, la reverencia y un Vedder que no se quería ir: “Nos vemos pronto, nos vemos el año que viene”, dijo luego de más reverencias, Corona en mano, y de prender un cigarrillo tras cantar tres horas.