Florencia Arri
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“Mirá, está curando”. Con el dedo índice extendido, una mamá alzó a su pequeña y señaló a la muchedumbre. Usó palabras claras, como si la nena supiera quién es y qué hace el padre Ignacio Peries. El sacerdote imponía sus manos a quienes pudieron entrar en la parroquia Sagrado Corazón de Paraná, bajo la mirada impávida de una decena de sacerdotes de brazos cruzados. Ninguno podía ayudarlo con las quinientas personas que esperaban la bendición de sus manos en el templo. Tampoco con las cuarenta mil que esperaban lo mismo en el frío, bajo la lluvia e incluso desde hacía días. En todos los casos, la razón fue una: recibir de sus manos un milagro.
La misa que brindó ayer en Paraná fue la segunda que celebró fuera de la parroquia Natividad del Señor, un pequeño templo ubicado en el barrio rosarino Rucci, que cada semana recibe a los miles de fieles que acuden a verlo. La primera fue el miércoles pasado en San Miguel, Buenos Aires, donde bendijo a treinta mil personas. Por su cariño a Paraná y a su arzobispo, Mons. Juan Alberto Puiggari, la de ayer fue la segunda misa que brindó fuera de Rosario. Si bien se esperaba una convocatoria similar, la inmensa multitud que llenó la plaza Roque Sáenz Peña, frente a la parroquia, superó todo tipo de expectativas y volvió la espera en un verdadero caos.
En palabras del padre Sergio Jacob, quien viajó desde La Paz para el acontecimiento, “esperábamos mucha gente, pero hoy al mediodía cuando nos asomamos a la terraza y vimos la plaza nos asombramos. No sabemos cómo hará para bendecir a todos”. “Todos”, un concepto vago que englobó las necesidades de quienes esperaron sentados en el cordón de la vereda, de quienes pasaron la noche en sillones para tener un lugar en la fila y poder ingresar al templo. La Sagrado Corazón, sin embargo, quedó fuera de escala: su capacidad de quinientas personas sólo pudo albergar durante la misa a discapacitados y acompañantes, “quienes lo necesitan más” en labios del párroco de la Sagrado Corazón, Pbro. Máximo Hergenreder. En el tumulto, entre tanta necesidad acuciante, el sacerdote reconoció en la tarde “un movimiento especial de la gracia” por la inédita convocatoria en la parroquia, que sólo pudo comparar con “las fiestas parroquiales en los pueblos. Es una fiesta, a pesar del sufrimiento y el dolor que cuesta tanto aceptar y entender, que sólo se entiende desde el misterio pascual de Cristo”.
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