Si hay alguien que ama el cine como medio de expresión, ese es Steven Spielberg. Por eso, la posibilidad de ver "Tiburón" en la pantalla grande es, como mínimo, tentadora.

El clásico que este año celebra medio siglo desde su estreno, conserva intacto su poder narrativo. Es una obra que mezcla aventura, horror y drama humano.

Si hay alguien que ama el cine como medio de expresión, ese es Steven Spielberg. Por eso, la posibilidad de ver "Tiburón" en la pantalla grande es, como mínimo, tentadora.
Es lo que ofrece Cine América para este viernes 2 de mayo a las 23.45: revisar, tal como fue concebida, la película de género que marcó un antes y un después en la industria.

Producida en 1975 y basada en la novela homónima de Peter Benchley, "Tiburón" (cuyo título original, "Jaws", significa literalmente "mandíbulas") es una obra maestra de tensión, y construcción dramática.
Es un "thriller marino" con ecos de "Moby Dick" que se anima a entrar en los terrenos de la aventura, el horror y el drama humano. A la vez que rinde homenaje a los grandes monstruos del cine de los años '50, esos que Spielberg vio cuando era chico.

El miedo en "Tiburón" no aparece de golpe: se insinúa. En parte por estética, en parte por necesidad (el tiburón mecánico fallaba todo el tiempo). Spielberg se dio cuenta que mostrar el peligro pronto podría arruinar el suspenso.
Recién a mitad de película el público ve al monstruo. Hasta entonces, se lo imagina. Esto es una lección de economía narrativa y tensión sostenida.

Hay un vínculo con lo que ya había logrado el director en su primer largometraje, "Duel" (1971), donde un camión del cual nunca se ve al conductor perseguía a su víctima en las rutas.
La criatura no se ve, pero su presencia contamina todo: la playa, el agua, la calma del pueblito, la paciencia de los comerciantes. Cuando aparece, el impacto es total.

"Tiburón" se inscribe en la tradición del cine de criaturas, pero también la subvierte. A diferencia de sus predecesoras de los años '50 ("Them!", "Tarántula"), esta película no depende del espectáculo del monstruo.
Hay una mirada humanista, doméstica, que se cuela entre las escenas más tensas. El miedo está en el agua pero también en la negación del alcalde, en los frágiles vínculos familiares y en la burocracia que posterga decisiones.

Spielberg contrapone el mito con la cotidianidad, el terror con el drama íntimo del jefe de policía Brody, que lucha contra el escualo y contra sus propias inseguridades.
Brody (Roy Scheider) es un gran personaje. Recién mudado a Amity Island, tiene miedo del agua, desconfía del poder político local y no es capaz de cuidar a su familia como quisiera.

Pero cuando el tiburón aparece, tiene que sobreponerse y liderar una cacería en ese mar abierto que detesta. Su transformación -de policía inseguro a héroe inesperado- es el arco dramático del film.
No hay gloria ni grandeza. Hay miedo, decisión, y un momento final de supervivencia que, en el campo de lo simbólico, lo convierte en su versión mejorada: vuelve nadando a la costa, sin armas ni refugios.

Otro eje es la banda sonora de John Williams. Dos notas graves, repetidas con intensidad, alcanzan para convocar al terror. Desde entonces, esa música es sinónimo de amenaza inminente.
Williams entendió que el suspenso sonoro no necesita ornamentos. Solo ritmo, pausa y repetición. La banda sonora de "Tiburón" es uno de los casos más emblemáticos donde la música no acompaña la imagen, más bien la define.

Aunque se la suele considerar el primer blockbuster del cine moderno, con colas interminables en su estreno y una estrategia de distribución inédita para la época, "Tiburón" no es necesariamente efectista.
Spielberg la filmó con precisión técnica, aprovechando la geografía, los encuadres cerrados y el sonido. Hay acción y clímax, pero no hay violencia gratuita ni gore. Así, ver "Tiburón" en cine es toda una experiencia sensorial
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