“‘Superviviendo’ es un litoral con toda su cultura, su psicodelia, sus brillos y oscuridades. Es un río que está fluyendo durante todo el disco”. Foto: Gentileza Prensa
Superlasciva es un colectivo de músicos entramados como grupo en el verano de 2002, a orillas del río Paraná en la ciudad correntina de Goya. Roberto Decotto (voz), Manuel Farizano (guitarras, composición) y Agustín Macías (bajo) conforman la estructura con la cual han editado ocho álbumes de estudio en forma independiente, alineación que actualmente completan Juani Poore (batería) y Andrés “Changoxxi” Orellana (teclados). El resultado es un elixir guaraní de nostalgia pop con pizcas de tango y de chamamé para derrotar el ego cruel.
En 2021, decidieron publicar un álbum llamado “Superviviendo”. Ya en “Mitos bipolares” por elegir un señalador en una obra abierta interminable, se lee “resucito porque muero por vivir”. Sabina arrojaría un “superviviente sí, maldita sea / nunca me cansaré de celebrarlo”, mientras que Calamaro elegiría las cinco primeras letras de esa palabra: “todo está por venir / mejor curtir el cuerpo / y supervivir es una buena elección”. Ahora, si quedara en manos de la Real Academia Española, el verbo “supervivir” apuntaría de lleno al insondable campo emocional de la vida luego de una situación de peligro. Lo maravilloso es el ejemplo que añade la institución sobre la resistencia de “ciertas plantas frágiles” luego del cambio climático. ¿Habría mejor manera de enunciar el trazo característico de Superlasciva?
A lo loco
En septiembre de 2019, el grupo había lanzado “El tiempo va a estar de nuestro lado”. Meses más tarde, la pandemia vino a retar a duelo el título de la placa, marginando tanta piel y tanto abrazo, poniendo virtualidad donde antes reinaban mates, porrones a pico, anatomías. Manuel Farizano se puso a hacer ensayos. “A lo loco, ¿viste?”, adjetivó para El Litoral. El ritmo era así: uno o dos días para el demo, mezcla, WeTransfer a los chicos. En dos meses tendría treinta demos. Asomaba, sin dudas, un EP acústico, folk.
Para el compositor del grupo, había un desafío extra: mezclar por primera vez un disco propio. Entre restricciones y permisos, el álbum iba tomando forma. Fluía. “Fue raro grabarlo sin ensayos. Iban los músicos por separado”. El sector de las percusiones es un caso interesante. “Algunas se fueron reemplazando otras quedaron programadas”. Como resultado, muchas canciones tienen “como dos baterías: la programada y la otra, grabada arriba”.
Las oportunidades
En la confección de los arreglos, el punto de partida fue siempre el piano. “Es algo que me propuse”, se sincera Farizano sin contar a quién le encomendó esto que suena a una promesa… o la pincelada de una nueva raya al tigre musical. “A veces, me planteo diferentes maneras de encarar la canción para ver qué puede salir. También sumé guitarras de nylon, percus y algunas baterías”. Sin embargo,la búsqueda del tesoro acústico no fue solo pura estética. “Siempre lo quise hacer, pero por el contexto de banda era complicado plantear algo así. Esta vez era el momento ideal, la oportunidad”.
Francisco Pagés es uno de los invitados a la mesa musical. Vecino de Manuel, Pechi vive en el piso de abajo de un edificio muy antiguo y grande. Es como una especie de comunidad, al mejor estilo Álex de la Iglesia. Pagés es baterista de Piti Fernández. En “Superviviendo”, grabó las baterías de “Tardecita de abril” -canción de la película “El surubí”- y “Los arenales de los sueños”.
Por su parte, Nacha Paz ya había cantado junto a Manucho en su primer álbum solista, “Balseras” (2018). Actriz y profesora de canto y guitarra, Nacha reside en Carlos Casares, y aportó “esa dulzura y solidez femenina” en cuatro canciones: “Tardecita de abril”, “Mi blues del Paraná”, “Mi único talento” y “Río natal”.
De toda la vida
“Bicherío de luz” es una de las venas abiertas a la flora y fauna litoraleña en el álbum “Acerca de las batallas necesarias” (2014). La luna, el viento, la cabellera del río Paraná, los remolinos, la espesura, el sauce llorón, el sol. Cada elemento (super)vive en la resignificación que opera Superlasciva junto a sus compadres de Amboé. “Nos conocemos de toda una vida de guitarreada”, cuenta Manuel, volviendo con imágenes fugaces a sus inicios en el dominio del instrumento. Los Amboé eran Los Guitarreros. Por eso, se aflojó cuando escuchó esa versión al ritmo del seis por ocho, que parece grabada en la sobremesa de un asado en Goya, registrado por la memoria de Dios o de un coleóptero regional.
“Negro” Sergio Morán, quien fuera baterista de Amboé, sumó sus percusiones a la canción mencionada y a la siguiente, la zamba folk pop “Los navegantes de la Apap”. “Se dio una unión copada”, destila el joven goyense radicado en Buenos Aires, y le aparece otro recuerdo. Mate Acosta llamándolo poco antes de que empezaran a grabar el disco. Para el equipo Superlasciva, según revelaron en su cuenta de Instagram, “Los navegantes… es un canto a la amistad, un festejo psicodélico por el río y la selva correntina de personajes que decidieron escapar de la pacatez y los mandatos del pueblo. La patria, para ellos, son las aguas que nunca se detienen”.
La famosa libertad
Farizano descifra su género [canción de hinchada] y la contextualiza espacio-temporalmente: unos diez años atrás. Los navegantes de la Apap son aquellos remadores que se van al río, sea este el Paraná, el Corrientes o el Santa Lucía. Somos, dirá el interlocutor sobre la bajada psicodélica. Vertiginosos y/o estrellados, “tiramos unas piraguas, vamos por el río, hacemos campamento. Llevamos para comer, para tomar, para cagarnos de risa. Mucha risa, locura y miedo. Y bueno, se armó un grupo de amigos. Muchos no vivimos en Corrientes, pero nos encontramos para este evento”, dice.
El río tiene también sus cosas salvajes, su peligrito, su “curtirse”. Como relata la nouvelle “Vayasí” del autor cordobés-santafesino Mariano Pereyra Esteban. Rememora Manu una de las tantas expediciones en que llevó una pequeña libreta para tomar apuntes. Ocurrencias de él, genialidades de la comunidad. Porque, claro, “Los navegantes de la Apap” es una letra entresacada de la narrativa superlasciva: por ende, es una filosofía de las sensaciones. Eso quiere decir calor, humedad, picazón, hambre. También, y sobre todo, hermandad.
Cual espejismo en el desierto, se forma enfrente suyo la figura de un banco de arena. Alguien le acerca la conservadora y él toma una anécdota del fondo. “Una vez había muchos bichos y estaba insoportable. Armamos un cuadrilátero de fuego y nos pusimos en el medio”. Destapa otra lata del recuerdo, esta vez helada. y salta una nueva postal: la guitarra de la Apap. “Es una guitarra que terminó estrellada contra el fuego”, se ríe. Y afina: “las guitarras son un tema. Por eso, le hicimos un super estuche con el tergopol de los motores de la lancha, y la llevamos flotando en una especie de sarcófago”.
Es un hermano
El litoral es la pequeña patria de Manuel, allí donde se asila su infancia. El pueblo. Una infancia caminando todos juntos por el barrial, parece recitar al ritmo del niño que fue. La vida está que pela. En “Todo está al borde” (2016), ese espacio de la discografía donde se animan a versionar a Fernando Cabrera, “Litoral” puntualiza, oportunamente: es que realmente estoy loco de vos. El entrevistado lo reafirma con el tono de voz con el que esculpe cada una de sus palabras. “Siempre estoy con la mitad del corazón allá. Esa manera de crecer y de sentir me quedó para siempre”, dice.
A la distancia, saudade mediante, el Paraná opera como “una metáfora de muchas cosas”. Es remar contra la corriente, que te pegue un viento fortísimo de esos que no te dejan avanzar. Es sentir dentro de los ojos que se forman olas como granadas. Nunca es igual el río, dijo Heráclito. Menos ahora “que está muy seco y bajo”, reflexiona con tristeza Manuel. “El río es un hermano, una forma de vida que refleja el alma. No es solamente algo poético, sino que lo vivimos y lo vivo mucho”. Podría decirse que actúa como narrador omnisciente en las canciones superlascivas. Una vez inmersos en lo hondo de la discografía, sale al encuentro un abecedario palpable, caminante, pegajoso. Chicharras, casas de barro y de paja, caimanes, cangrejos de río, a flote, pelechar, barrancas majestuosas coloradas, chiflete, orilla. Corazón todoterreno.
Tras el vidrio
La trágica bajante del Paraná es reseñada en “Río natal”. Historia hecha canción como una boya. Flota en el cancionero popular de Superlasciva y advierte la profundidad del asunto. “Mis canciones están muy relacionadas con el litoral, a pesar de vivir hace más de 20 años en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, dice con una voz que se abre con igual fuerza a la estoica melancolía y a la timidez. En México no tendrían problemas: dirían que está apenado.
Otro de los modos en los que Farizano refuerza su conexión con la región litoral es la lectura de uno de sus máximos referentes: Juan José Saer. “Me ha impactado su manera de narrar desde la vida del interior”. De hecho, en la canción que titula el súper-álbum, hay una alusión a la sombra tras el vidrio esmerilado que trae aquí y ahora al escritor nacido en Serodino. No queda ahí: también es el material simbólico del arte de tapa realizado por Mili Montejo Echeverría.
“Diría que el disco tiene de todo”, subraya Manuel. Entre las hilachas, asoma blues, Sabina, folk moderno, chamamé, cumbia. “Tiene las influencias de siempre, pero más que nada la propia”, vuelve a barajar el tocayo del estelar Moretti, con quien compartió más de una grabación como souvenir de las épocas del tributo calamariano under “Salmones distintos”. “Somos: un litoral con su cultura, su psicodelia, sus brillos, sus oscuridades. Sus maneras de sentir y de vivir. Hay un río que está fluyendo durante todo el disco”.