Juan Ignacio Novak

Desde hace más de treinta años, trabaja en la industria cinematográfica. En 2016, participó de un rodaje en la India y hace poco intervino en la fotografía de una coproducción con Marruecos. Proyecta sumarse a la filmación de una comedia negra en España y un policial-erótico en Buenos Aires.

Juan Ignacio Novak
Una de las películas favoritas de Carlos Essmann es “O Lucky Man!” (1973), dirigida por Lindsay Anderson. La descubrió hace muchos años, cuando pasó por el Taller de Cine de la UNL. En ese momento, dejó de ser un aficionado y comenzó un camino dentro del cine que lo llevó a intervenir, sobre todo como director de fotografía, en varios proyectos. “Ahora mismo estoy haciendo la fotografía de un nuevo film de Pablo César, ‘El llamado del desierto’, en coproducción con Marruecos. Hemos rodado tres semanas allí y ahora nos quedan otras tres en Argentina”, cuenta en una entrevista vía mail. También dirige sus propias iniciativas: “Tengo hechos varios documentales y cortometrajes y ahora estoy con dos proyectos de largo, una especie de comedia negra sobre el ambiente universitario a rodar en España (‘El Máster’) y un policial-erótico (‘La ocasión’) que espero poder rodar en Buenos Aires, si se resuelven pronto las cuestiones de financiación”, enumera.
Un trabajo llamativo en el cual intervino recientemente (también dirigido por Pablo César) es “Pensando en él”, una coproducción con India consistente en la recreación del encuentro que mantuvieron en 1924, en Buenos Aires, el poeta indio Rabindranath Tagore y la escritora argentina Victoria Ocampo. A ambos, los unía la admiración mutua y la amistad. Y a mediados de los ’20, cuando el indio no pudo seguir su viaje hacia Perú y debió permanecer en reposo en Buenos Aires por prescripción médica, se reunió con la escritora. “Rodamos en India en octubre de 2016 y en Buenos Aires en noviembre. Todavía no hay fecha de estreno confirmada, pero seguramente será a mediados de este año”, cuenta.
—¿Cómo te sumaste al proyecto de “Pensando en él”?
—Yo había hecho ya tres largometrajes como DF con Pablo César (“Unicornio”, en 1995; “Afrodita”, en 1997, y “Orillas”, en 2010), y cuando surgió la posibilidad de esta película me convocó nuevamente.
—El filme va del tiempo actual hasta los años 20. ¿Cómo se trabajó esto desde la fotografía?
—Es una película que alterna dos historias, la de la relación real que tuvieron Victoria Ocampo y Tagore, y una ficción en la época actual, donde un personaje argentino, un profesor, viaja a la India visitar el Ashram de Tagore, en Santiniketan, cerca de Calcuta. Pablo planteó desde un comienzo que íbamos a rodar en blanco y negro la parte de época y en color la actual, y nos preocupaba cómo funcionarían las transiciones, cuando se salta de una historia a la otra. Entonces, trabajamos bastante para tratar de no tener colores muy estridentes en la parte actual justo antes de cuando sabíamos que la secuencia siguiente sería en blanco y negro. Respecto a la puesta de cámara, Pablo quería hacer todo en plano secuencia y eso me planteaba mis dudas con respecto a las dos épocas; porque hay mucho travelling y tal vez hubiera una especie de contradicción en la parte de época, porque el blanco y negro remite al pasado, obviamente, pero los travellings pueden dar una sensación, digamos, más actual. Pero viendo la película terminada, creo que todo ha funcionado muy bien.
—¿Qué implica filmar en India? ¿Cómo se eligieron las locaciones? ¿Cómo se maneja la comunicación?
—Yo tenía la experiencia de “Unicornio”, pero era 1995 y una película diferente. Para ese proyecto no llevamos luz artificial y la producción era más sencilla, con un equipo reducido. De todas formas, allá pasa algo raro, y es que siempre hay mucha gente. Así como hay mucha gente en el país, también en los equipos trabaja mucha gente. En cuanto a las locaciones, Pablo hizo un par de viajes antes, cuando concretó con el coproductor indio. Teníamos un lugar definido, donde Tagore tenía su centro de operaciones, una especie de escuela que él montó que se llama El Ashram. Entonces teníamos que filmar ahí y también en una casa que era de Tagore. Allí, rodamos una secuencia donde se lo ve escribiendo. Pero teníamos que ver cómo disimular los cambios actuales. Fuimos unos diez días antes de rodar y ese tiempo lo utilizamos para ver lugares, para el scouting y para ir pensando los encuadres. En Argentina, hubo varias situaciones. Por ejemplo, un encuentro que Tagore y Victoria Ocampo tuvieron en el Hotel Plaza. No pudimos usar el hall y lo tuvimos que recrear en otra parte. Así fuimos buscando alternativas para cuidar la cuestión de época. Vine a Buenos Aires una semana antes de viajar a India, hicimos el scouting, nos fuimos a India cuatro semanas y después cuando volvimos y tuvimos dos semanas para seguir el scouting argentino. Hubo que adaptar algunos lugares a lo que queríamos. Había una secuencia que transcurría en París, pero no se consiguió hacerla allá y se hizo acá. Y filmamos secuencias en la casa real de Victoria Ocampo, en San Isidro, aunque hay lugares preservados como museo, donde tampoco se puede armar un rodaje.
—Hay una decisión estética de utilizar para algunas de las partes de la película el formato de 35 mm. ¿Por qué?
—Toda la película está filmada en 35 mm, y para la parte de blanco y negro usamos efectivamente negativo blanco y negro. Pablo es un enamorado del fílmico y siempre dice: “Mientras haya un lugar en el mundo donde me vendan negativo y se pueda revelar, yo voy a seguir trabajando en fílmico”. Así que eso de momento está fuera de discusión, aunque también es cierto que la logística es cada vez más difícil. El año pasado cerró el último laboratorio que revelaba en Argentina y aunque ahora hay una chance de que vuelvan a procesar ya que ahí funcionará la Cinemateca, todo está en veremos.
Referencias
—Trabajaste con varios directores en diferentes partes del mundo. ¿Hay alguno que te haya marcado en particular en tu formación profesional?
—Caigo en el lugar común: de todos se aprende, es difícil especificar. Pero yo creo que en cuanto al trabajo de fotógrafo una parte importante en la formación se da cuando uno trabaja como asistente de otros directores de fotografía. En mi caso, tuve la suerte de poder trabajar en mis comienzos con Pucho Courtalón y Marcelo Camorino, santafesinos por cierto.
—¿Cuál fue el aprendizaje más importante que obtuviste del Taller de Cine de la Universidad Nacional del Litoral?
—Para mí, fue la puerta de entrada a esta actividad. Antes era un simple aficionado, socio de Cine Club Santa Fe, que se preguntaba si sería posible alguna vez trabajar en esto. Creo que asistir al Taller de Cine me sirvió para entender cómo se hacía cine, de qué iba todo esto. A partir de allí, cada experiencia te va abriendo el panorama. Pero creo que se aprende mucho de las condiciones de producción de cada proyecto, ya que una decisión del director o del productor sobre en qué momento del día se va a filmar tal o cual plano, evidentemente, influirá en la imagen que uno va a lograr, lo mismo con las locaciones y los decorados. Por eso, creo que es más importante lo que hay delante de la cámara que lo que se podría suponer como central en el trabajo de uno, como el equipamiento, las ópticas y las luces.
Ecléctico
—¿Cuáles son tus películas de referencia y los directores que más te gustan?
—Películas, muchas. Una de mis favoritas la descubrí gracias al taller: “O Lucky Man!” (Lindsay Anderson, 1973) pero para acotar un poco daré mi “top 3” argentino: “Abrir puertas y ventanas” (Milagros Mumenthaler, 2011), “El aura” (Fabián Bielinsky, 2005) y “El acto en cuestión” (Alejandro Agresti, 1993). En cuanto a directores, los clásicos: Tarkovsky, Godard, Scorsese, Wenders, Malick, Woody Allen pero también otros más “nuevos”, como Hal Hartley, Jim Jarmusch, Aki Kaurismäki, Philipe Garrel, Valeria Bruni Tedeschi, Lucrecia Martel, Nanni Moretti, los Coen. Bueno, no sé cuán nuevos puedan sonar estos nombres a los millennials. Soy un poco ecléctico en mis gustos, lo reconozco.