La película se estrenó en Estados Unidos y Canadá en octubre de 1984. Su mensaje de advertencia frente al avance de la inteligencia artificial, posee una aterradora vigencia.
Schwarzenegger como el T-800, androide creado por la supercomputadora Skynet para luchar contra la resistencia humana. Foto: Orion Pictures
Hace justo 40 años, el 26 de octubre de 1984, “Terminator” llegó a los cines. Con la mirada puesta más en la forma que en el contenido -dado que las debilidades del guión son evidentes-, la película terminó reconfigurando la ciencia ficción desde sus mismas bases. Desde entonces, este género no volvió a ser el mismo. Generada con un presupuesto limitado en comparación con otras producciones de la época (“Cazafantasmas”, del mismo año, costó 30 millones de dólares, mientras que “Terminator” apenas superó los 6 millones), la película lleva el sello de su creador, James Cameron, quien se mantuvo fiel a su visión y propuso una mirada distópica sobre un futuro dominado por las máquinas.
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Curiosamente, hoy, cuatro décadas después, con los avances aterradores de la inteligencia artificial (IA), cada vez más presente en la vida cotidiana, la humanidad parece estar ya dentro de ese mundo que Cameron imaginó.
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Es necesario entender el contexto. Hacia mediados de los ‘80, la idea de una inteligencia artificial que alcanzara la autoconsciencia y decidiera exterminar a los seres humanos era una veta de gran potencial para la ciencia ficción. El razonamiento es obvio: si el hombre es capaz de crear una bomba letal que destruye ciudades, ¿por qué esperar que una máquina generada por él mismo haga algo diferente?
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“Terminator” fue más allá: hizo una advertencia clara. Skynet, la inteligencia artificial de uso militar que inicia el apocalipsis, cobra consciencia y, en un acto frío y lógico, decide que la raza humana representa una amenaza que debe eliminarse. Cabe citar a Kyle Reese, el soldado enviado desde el futuro para proteger a Sarah Connor, la mujer que dará a luz al salvador del mundo: “No puedes razonar con él, no puedes suplicarle. No siente piedad, ni remordimiento, ni miedo. Y absolutamente no se detendrá, jamás, hasta que estés muerto”.
El villano más emblemático
Alfred Hitchcock solía insistir en que el “malo” es quien realza la película, en la medida en que se convierte en la contracara del héroe, quien mejora por contraste. En este sentido, el T-800, interpretado por Arnold Schwarzenegger, es un villano muy logrado. Es más que una máquina asesina: encarna el símbolo del poder incontrolable de la tecnología. En su diseño robótico (acompañado por la impasibilidad del actor, que interpretó su rol de manera magistral) se observa la frialdad mecánica y la nula empatía que el director necesitaba retratar.
Schwarzenegger como el T-800, androide creado por la supercomputadora Skynet para luchar contra la resistencia humana. Foto: Orion Pictures
La capacidad del “exterminador” de infiltrarse entre los humanos (la escena donde llama a las Sarah Connor que figuran en la guía telefónica es un ejemplo) refuerza el miedo de que las máquinas podrían integrarse en la vida diaria hasta tal punto que sería imposible ver el peligro hasta que sea demasiado tarde. “Ven conmigo si quieres vivir”, advierte Reese a Sarah. Y ahí radica la urgencia de la narrativa de Terminator: hay que elegir siempre lo humano.
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Lo más inquietante de Terminator no es su acción o sus efectos especiales; lo que prevalece es su visión distópica de un futuro donde la humanidad ha perdido el control sobre sus creaciones tecnológicas. En 1984, esto tal vez parecía solo un ejercicio de imaginación, pero en un mundo donde la IA está presente en casi todos los aspectos de la vida, la perspectiva cambia. “El destino no está escrito”, decía Sarah Connor en la gran secuela de 1991 (que contiene uno de los mejores giros de la historia del cine, cuando el otrora villano robótico se convierte en el héroe), pero la película original deja en el aire la pregunta: ¿tienen los humanos el control que creen?
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A 40 años de su estreno, “Terminator” sigue siendo una advertencia aterradoramente actual. Quien haya estado en una reunión social rodeado de personas absortas en sus pantallas, ajenas a los demás, comprenderá el mensaje.
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