"Bajo el paraguas del cine de terror uno puede hablar de cosas como los trasplantes sin que a nadie se le vaya a ocurrir que estemos mandando un mal mensaje al respecto". Daniel de la Vega.

El nuevo trabajo de Daniel de la Vega llega a las salas con un relato que tiene elementos de memoria histórica y tensión bélica, pero añade elementos sobrenaturales.

"Bajo el paraguas del cine de terror uno puede hablar de cosas como los trasplantes sin que a nadie se le vaya a ocurrir que estemos mandando un mal mensaje al respecto". Daniel de la Vega.
Si fuera posible hacer una encuesta entre espectadores de cine argentinos, quedaría claro que los que no están especializados suelen pensar el género del terror desde un canon global e inmediato.
Lo más probable es que piensen, antes que nada, en trabajos como "El conjuro", "La llamada" o "El teléfono negro". Pero la tradición del cine de terror argentino, a veces relegada bajo la vorágine de los estrenos comerciales, tiene mucho qué decir.
A fines de los 90, con la irrupción de los cineastas de guerrilla, esa "criatura" que parecía dormida volvió a ponerse de pie. Desde entonces, a pesar de los obvios altibajos, el género logró uno de sus momentos más fértiles.
Es en esa genealogía donde se inscribe "Los ojos del abismo", el nuevo trabajo del director Daniel de la Vega, parte de ese "revival", que llega a los cines el 11 de diciembre.
Para referirse a la tradición del terror en la Argentina es necesario remontarse hasta los años 30, con films como "El hombre bestia" (1934) y luego posar la mirada sobre la figura de Narciso Ibáñez Menta, quien en los años 40 50 fue como una suerte de Bela Lugosi argento.

Ya en los 90 esa corriente encontró un cauce más explícito. Nuevos directores y la voluntad de experimentar revitalizaron un lenguaje que, desde entonces, no dejó de mutar. El estreno de "Los ojos del abismo" aparece como la continuidad y acaso la intensificación de esa tradición.
En una entrevista concedida a La Izquierda Diario, Daniel de la Vega respondió a la pregunta de por qué filma terror. "No tengo una respuesta racional o intelectual, lo que tengo es una respuesta emocional. Me conecta con una infancia perdida en donde todo era incomprensible y, por ende, fantástico", dijo.
"Tenía miedo pero a su vez me sentía seguro en mi hogar. Por eso creo que una película de terror es jugar con miedos desde el marco de la seguridad. La realidad propone algo mucho más cruento e incontrolable. El cine de terror te permite sublimar situaciones ficticias con absoluta seguridad, pudiendo relajarse y disfrutar", agregó.

Esa matriz reaparece en su nueva película, filtrada por un relato bélico, marítimo y espectral.
"En algún lugar de las profundidades del Atlántico Sur, en 1982, una enfermera despierta a bordo de un barco. Está rodeada de cadáveres y su memoria es un laberinto", dice la sinopsis.
"Un grupo de soldados ingleses asalta el navío: tienen una misión que cumplir, y ella inicia una lucha desesperada por sobrevivir. Las guerras producen ecos que navegan en busca de venganza. ¿Quién se atreverá a enfrentar a los ojos del abismo?", agrega.

La fecha no es casual: 1982 es el año de la Guerra de Malvinas. Eso posiciona al film en un territorio donde el horror proviene de lo sobrenatural pero del duelo colectivo, de las heridas que la memoria no termina de cerrar.
Según De la Vega, "esta película es un tour de force de géneros donde convergen el terror, la acción y la ciencia ficción para narrar una historia profundamente humana y visceral".

El director entiende al género como un vehículo. "Utiliza el marco del género para explorar el sufrimiento, la memoria y el duelo colectivo. Cada plano transmite asfixia, peligro y misterio, llevando al espectador por un viaje emocional que desafía las convenciones".
El guion, firmado por Luciano Saracino, Gonzalo Ventura y el propio De la Vega, apuesta por una narrativa fragmentada, casi febril, que dialoga con la estética del realizador: espacios cerrados, movimientos de cámara tensionados, criaturas que aparecen en el borde de la percepción.
A pesar de las limitaciones presupuestarias De la Vega vuelve a insistir en una gramática visual audaz, artesanal, a la vez clásica y experimental. El resultado es una película que se permite ser incómoda, oscura y local en su simbolismo.