La segunda novela de Verónica Boix explora cómo se configuran artísticamente el toque del deseo y la fuerza de la intimidad en la vida de Lena. Dos motores que, embravecidos, reclaman su lugar en una época signada por la exposición y los desencuentros.
“En la vida y en la obra, me interesa la tensión entre las reglas familiares, sociales y de género con el deseo propio”. Foto: Gentileza Ale Guyot
Abogada en Derecho Penal y Magíster en Escritura Creativa. El periodismo cultural es una de las formas que elige para acariciar la bestia de la ficción, que tanto cuida. Procura hacerlo, también, desde la producción narrativa. Dos son las muestras de ello: “Libertad bajo palabras” (2018) y “La estrategia de la rana”. Este último punto gatilló un encuentro audiovisual entre Verónica Boix y El Litoral, que como corresponde, tuvo su deriva literaria, esta nota.
Túneles
El origen fue una pavada, empieza Vero. No lo dice así, en realidad. El origen-origen, narra. Sabe que la pregunta por el cimiento es plural, y que dentro de una semilla se autorreplican otras tantas. Estaba lavando los platos hasta que ¡zas!... No quiero que lo sucio contamine el día siguiente, que lo ya hecho enturbie lo nuevo. Esa frase, ese deseo. “Comenzó a cavar un túnel en mi cabeza. Se metió como gusano sonoro por todos lados. ¿Por qué me insistía tanto? ¿Qué era esto que no tenía que contaminar?”, repone Boix.
Podría haber desembocado en un poema, pero la bestia dulce mostró dientes narrativos. Salió un cuento, una escena. “Aparecieron todos los personajes. Estaba Helena con León. Pero en su cabeza había otra cosa. Todavía ella no sabía bien qué”.
El primer borrador tardó alrededor de seis meses. Luego vino un proceso muy mentado entre escritores, bastante invisible para el resto del mundo: la corrección. El momento de felicidad para Vero (“Me encanta encontrar las frases, las resonancias entre las escenas, la composición”). Trabajó la intimidad con Inés Garland y el suspenso con Guillermo Martínez. En lo primero hubo un dilema: ¿usar eufemismos o un lenguaje pornográfico? Optó por algo que no fuera puramente visual, pero que le diera cuerpo al cuerpo. “Quería que intervinieran otras partes: lo que pasa en nuestra cabeza, en nuestros sentidos. Hay mucho sexo en películas y series; uno sólo puede ver lo que pasa entre los cuerpos. Pero nos queda atrás qué es lo que está pasando por dentro de los personajes. Yo traté de hacer un entrelazado”.
Una mirada
A medida que la lente lectora asoma, topa con una mujer-gerundio. Lena está quedándose y yéndose. No sólo porque el Flaco la acunará musicalmente -ya hablaremos de otras musicalidades-, sino por su disposición al experimento. Lena vive como es narrada, es narrada como vive. Con colores, relieves y texturas. En la proximidad más íntima. De lejos para mirar mejor. Como una artista visual que redimensiona su obra expuesta en un museo, que la asimila. Tapándose el ojo derecho… “solo que acá ojo no es solo metonimia ni la idea de mirada, es efectivamente el ojo” (2023:59).
Boix trabaja un leitmotiv: la vida como borrador. Un ser en tránsito, errante. Será tachado o reescrito. Lena avanza en la conquista de su verdad -su deseo- a través de salpicones. Subjetividad, duda, dolorosa lucidez. Son sus sentidos los que sujetan la memoria mejor que el pensamiento. La vuelven obra. Ella vive los colores como si tuvieran palabras, juega a encontrar bichos en las letras escritas por los demás. Compone el paisaje vegetal desde la ventana de su casa. Ve el cuadro.
“Para mí, era muy importante construir en Helena una mirada de artista”, explica Vero. Nombra a su cuñado, el reconocido artista visual Pablo Bronstein. “Ir a su casa en Londres es ir al arte. Me encanta el modo en el que miran. Una mirada que te abre mundos. Yo quería recuperar esa parte de Lena que hace que algo en la mirada se le abra. Y mostrar no solamente lo que miraba, los dibujos que se le ocurrían, las luces, las sombras, los colores, lo que ella iba percibiendo a partir de eso. Sino que fuera el mundo el que se componía de nuevo frente a sus ojos”.
¿(H)elena sabe?
Hay varias líneas narrativas en “La estrategia de la rana”. Si las luces están en la apertura de Helena, las sombras que sostienen ese relato proceden, tal vez, del vínculo ¿trunco? entre su madre y Gracia. Mujeres que saben estar en el dolor. “Yo quería que las dos historias funcionaran como ecos”, explica la constructora del castillo lingüístico. “Todos vivimos dentro de una familia. Aprendemos del amor a partir de lo que vemos, más allá de lo que nos dicen. Y yo quería que eso se viera un poco en la novela. Cómo hay algo de la historia de su madre (transformada, distinta) que resuena en la de Helena”.
Gracia, se cuenta en la novela, “es una mujer de sonidos” (2023:132). Lena recibe el detalle por boca de su madre. “Todo en la vida le pasa por lo que escucha; la música primero, claro, pero también el sonido crujiente de la sandía, las risas, el agua hirviendo, el viento y, más que ninguna otra cosa, los tonos del mar -dice” (132). En otras palabras, “La estrategia de la rana” respira música.
La construcción se fue dando naturalmente. Boix lo describe con un gerundio: dejándome llevar. Apareció una frase, los personajes. “Estaba sentada escribiendo la escena en la que van ellas dos a Puerto Madryn y llegan a la casa de Gracia. De golpe, la madre abre la puerta del auto, sale corriendo y se va. ¿Dónde se fue? ¿Qué pasó? Con ese vínculo entre Gracia y la mamá de Lena quería que apareciera algo del orden de lo que no se dice. Lo que el lenguaje no dice, lo que durante mucho tiempo no se pudo decir ni para las mismas personas. No es solamente lo que Helena no sabe, sino lo que esas dos mujeres no se animaron a decirse entre ellas o a los otros. Entonces, va apareciendo lo que la madre le puede contar a Lena, lo que Lena puede entender de algunas cosas que fueron viviendo. Y después, cada lector compondrá con su propia interpretación”.
“Para mí era muy importante tratar de construir en Helena una mirada de artista”. Foto: Gentileza Planeta
Siempre distinta
“La rana de Schrödinger” está viva y muerta. Por más estrategia, no le alcanza para zafar de la trampa del agua. Lena se baña. Bajo la ducha, piensa con el cuerpo. Arma su propio plan de acción. El fluido es intimidad y expresión, es transformación de material pastoso en trazo, rasgo, contorno.
La autora del libro expone que no fue deliberado. Se le escapó, como quien diría, en este dejarse llevar. “Me dijiste agua y me puse a pensar en todas las partes de la novela en donde aparece”, piensa al trote. Otra escena líquida: Lena dice que se va a llevar botellas de Puerto Madryn porque ahí el pelo le queda mejor. “Como si algo de esa posibilidad de cambiar estuviera en el agua. El agua tiene esa cualidad móvil de no quedarse en el mismo lugar, de ser siempre distinta, incluso de disolver cosas y convertirlas en otras”.
-Como la pintura.
-Como la pintura. Que es parte de ese cambio, de ese nuevo contacto con el poder transformar. Crear con los colores le va a permitir transformarse o, por lo menos, ver alguna posibilidad.
Otro plano
Lena se descubre y se reconoce; no está sola. La acompañan, además de afectos, canciones. El mantra-Spinetta, la referencia visualmente más desarrollada de entre las musicales, coexiste con Serrat y Chavela. Con Leonard Cohen, Sabina, Norah Jones y Jane Birkin. Silvio es aludido en un sueño. Suena Calamaro de fondo.
Me acuerdo de un grupo que se llama Zaldívar Enjambre. Una de sus canciones hablaba del amor como una máquina de fuerza boba. Y lo definía como una gran función, por lo cual requería “mucha vocación para representar”. Vuelvo a Lena, a lo que su interlocutora me dice de ella. “Casi todo lo que le hago escuchar es lo que yo me imaginaría que a alguien así le gusta. Pero toda esa música a mí también me gusta. La música es parte de la vida de casi todas las personas. Es una dimensión hermosa. Muchas veces, cuando estamos tristes o contentos, si ponemos la música justa, nos acompaña, nos sentimos menos solos. Lo que escuchamos representa algo de lo que vamos sintiendo. Me gustaba que entrara en la novela ese otro plano”.
Forma perfecta
La historia de Lena narrada en “La estrategia de la rana” comienza bajo la ducha y concluye dorándose al sol de septiembre. En el transcurso, anfibia, se abre y sale. Es un final abierto. Sí. Evitando el spoiler, Vero explica: “No quería cerrar la historia porque a lo largo de la novela hay un montón de líneas: Santiago, León, ella, el arte. Sentía que abrir la puerta era darle la libertad de elegir lo que quisiera. Para mí es como una vida nueva para ella”.
La figura de Santiago es habilitante en ella. Le permite reconocer la potencia de su cuerpo, decidir qué desea. O alumbrar el reconocimiento de ese deseo. Desde el cuerpo, desde el tacto. “Es como si cada sentido se pusiera a todo volumen con la pasión. Eso que le pasa con Santiago a ella le permite reconocer otras cosas respecto de lo que quiere para su vida. En muchas ocasiones, ella resigna su libertad, se somete a algunas cosas. Se la ve en una posición de espera, de contemplación, de aquiescencia. Hasta de sumisión. Esa pasión le abre una puerta hacia sí misma”.
Es posible transformarse en cualquier momento de la vida, asume Boix sin miedo al lugar común ni a la frase hecha. A ella le apasiona el conflicto de intereses entre la estructura oxidada y el soplo de novedad. Y eso, registra, ya está presente en su novela iniciática. “Ahora estoy escribiendo un libro de cuentos y hay algo que vuelve a aparecer. Una pregunta. Cómo logramos avanzar en ese mar que se nos hace entre las reglas (familiares, sociales, de género) y el deseo propio. Esa tensión me interesa en la vida y en la obra. Pavese dice que uno como escritor tiene una obsesión y escribe muchas veces sobre eso hasta que logra encontrarle la forma perfecta. Entonces, la obsesión se desvanece y pasás a otro tema. Capaz que me pasa eso. Tiene que ver con la libertad”.
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